La Casa Real vuelve a meter la pata. Si hace unos meses se inventaron unos 'bolos veraniegos' por todas las autonomías para intentar darse un baño de masas y recuperar un poco la autoestima, ahora, echando la culpa al Gobierno legítimo de España, su no presencia en el nombramiento de nuevos jueces vuelve a dividir a la sociedad española.
El Rey Felipe se echa a los brazos de los poderes conservadores y es allí donde encuentra su mayor refugio, su particular guardia pretoriana. Pero se equivoca si persiste en que sean los Casado y Abascal quienes se conviertan en sus particulares 'caballeros de la Mesa Redonda'.
Lo peor de todo este problema secundario es que el Rey ha mostrado sus cartas, y, otra vez, al igual que su padre, ha elegido estar con sus oficiales leales. Ojalá el Consejo General del Poder Judicial hubiera hecho también una declaración institucional el día que Juan Carlos se largó de España o que Casado también hubiera salido con una bandera de España y una fotografía de su Majestad pidiéndole que devolviera a las arcas el dinero que tiene en paraísos fiscales.
Pero la monarquía sigue empeñada en dividirnos entre monárquicos y antimonárquicos, antesala de convertirse en republicano, pues la república parece que aún queda lejos, pero a este ritmo muchos tendremos que empezar a creer que la Tercera República es posible.
Si la Casa Real quiere ser símbolo de unidad, debería apostar por la transparencia y la lealtad, por rendir cuentas, por pedir perdón, porque de su boca salga de una puñetera vez algún reconocimiento por quienes murieron por luchar por la democracia y, sólo así, podrá recuperar una imagen que sigue deteriorándose en cada acto.
No sé qué dirá el Rey Felipe estas navidades en su discurso, pero espero que no haga un Juan Carlos diciendo que la justicia es igual para todos o que todos debemos contribuir con nuestro esfuerzo y nuestros impuestos a hacer una España grande y libre.
Ahora los poderes de este país pondrán sus focos en el ministro de Consumo o en el vicepresidente segundo, pero eso no ocultará que el problema del papel de la monarquía siga poniéndose en duda, y es que el ADN es mucho ADN.
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