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Catedral Vieja de Cartagena; Esperpento y Cultura

Luis Gallego Mayordomo

Me informan que este tórrido verano el esperpento de raíz valleinclanesca dejó su castizo callejón del Gato madrileño para cruzar por el cartagenero callejón de la Aurora e instalar sus deformadores espejos en la mismísima iglesia de Santa María. Sí, la también llamada desde el siglo XVIII catedral vieja de Cartagena. El asunto sería pa jartarse de risa si no fuera porque participaron del elenco figurantes tan singulares como nuestro inefable alcalde, Pepe López, y miembros de una atrabiliaria entidad de marcada ideología cartagenerista que atiende al alias de Plataforma Ciudadana Virgen de la Caridad. Atendió la función un nutrido público de cientos de cartageneros interesados por su patrimonio y otros tantos visitantes y turistas.

Hacía tiempo que se demandaba la apertura al público de este singular templo erigido tras la Reconquista sobre el graderío del Teatro Romano de Carthagonova. Resulta que por fin este julio su titular, el obispado, tuvo a bien en excepcional cumplimiento de esa normativa que afecta a los BIC (bienes de interés cultural), abrir al público el monumento en cuestión unos días al mes. Pero ahí no quedó la cosa, sino que su ilustrísima se estiró el bolsillo al punto de destinar unas perrillas al contrato de una guía oficial; cosa esta tan loable como inusual en nuestra Región. Aquí es práctica común si un municipio u otra institución decide organizar visitas guiadas, saltarse la normativa en vigor y echar mano del primer amiguete con tan buen pico como nula preparación y acreditación profesional. Pero es que además, loado sea el Señor, el Santo Espíritu pareció guiar sus pasos, pues dieron en contactar con una excelente profesional, debidamente acreditada como guía oficial, licenciada en historia, apasionada del patrimonio, gran comunicadora y entrañable persona. El caso es que a pesar de darse por una vez, y sin que sirva de precedente, todas las condiciones para ofrecer un servicio cultural gratuito, digno y valioso para cartageneros y visitantes, el asunto no satisfizo plenamente a las huestes cartageneristas concitadas en torno a tan pintoresca plataforma. Y no lo hizo porque lo juzgaron parte de ese supuesto contubernio murciano-masónico cuyo mayor instigador parece ser ahora el obispado. Andan, con el alcalde a la cabeza, a uñas con su ilustrísima a cuentas de la legendaria usurpación de la capitalidad de la sede episcopal carthaginensis y la consiguiente naturaleza catedralicia del templo cartagenero. Y todo en beneficio de ese vulgar edificio de infame y recargada fachada sito en la murciana plaza de Belluga. Sumen a esto la reliquia de los calostros de la madre de Aníbal, la primera misa oficiada en Hispania por el apostol Santiago, allí mismico, frente a las barbas de los magistrados romanos de Carthagonova, y cuanta sandez histórica sirva a su irredento cartagenerismo, y empezaran a entender el ilustre paño intelectual que nos ocupa. El primer día que se abrió el templo entraron pertrechados de velas, vindicativas camisetas y otros enseres. Ignorando a la profesional a cargo del asunto, tomaron posesión del sigular edificio y, entre hostigamientos y menosprecios varios, boicotearon cuanto gustaron su trabajo. Aquel primer día, contaron con la inestimable presencia de nuestro simpar alcalde cartagenerista, quien me dicen que armado de una gran ramo flores, de un saltarín arrebato accedió sin permiso al espacio arqueológico vallado que se halla entre la columna de los mártires y la pretoriana. Ante la perplejidad del resto de público, llegaron a simular una suerte de altar y lo que se antojó un oficio religioso. Siguieron acudiendo en días sucesivos, interrumpían malencarados a la guía, o bien ofrecían tras la visita oficial explicaciones absolutamente carentes de rigor a una asombrada audiencia. Me cuesta reproducir los innumerables disparates que día tras día salieron por esas bocas, las lindezas que dedicaron a la guía profesional encargada, el hostigamiento continuo y el menoscabo a su labor. Tal vez su mayor delito fuese el llamarse Fuensanta, sospechoso nombre donde los haya. Debió encrespar los ánimos el jodío nombresico, pues a pesar de ser mi estimada Santi cartagenera por parte de madre, fue sagazmente interpretado por tan ilustrada grey como la prueba definitiva de hallarse ante una hostil agente de pérfido murcianismo, depredador de las nobles esencias cartageneristas.

Como representante regional de cultura de Podemos, me parece un asunto tan triste como de escasa enjundia política; como casi todo lo que tiene que ver con nuestro peculiar alcalde.

Como profesor y guía oficial me indigna el trato dado a una de esas compañeras cuya pasión por nuestra cultura, tanto dignifica la profesión.

Como amigo de Fuensanta me subleva, me llena de ira el mal trago por el que está pasando.

Lo peor es como cartagenero, que no cartagenerista, lo mucho que me avergüenza esta historia. Me abochorna tener que lidiar a diario con actitudes de este jaez; me abochorna que mi alcalde de pábulo o instigue tanta tontería. Y especialmemte me avergüenza la pobre imagen ofrecida a tantos visitantes de la que sin duda es una de las ciudades más bellas y ricas en patrimonio en esta orilla del Mare Nostrum.

Es por ello, por cuidar su imagen, que nadie sin estar debidamente acreditado está autorizado a ofrecer al público explicaciones culturales. Otra cosa sería a sus conocidos.

Me quedo al menos con la iniciativa de la diócesis de abrir el templo unos días al mes. Espero que se mantenga a fin de que cartageneros y visitantes foráneos sigan disfrutando del lujo de visitar este monumento único de la mano y la palabra de María Fuensanta Alemán.

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