Si ya de por sí, en los últimos tiempos, la sanidad pública comenzaba a estar desbordada por los casos crecientes relacionados con problemas de salud mental, la pandemia de coronavirus ha disparado la situación hasta llegar a encender las alarmas. Las enfermedades mentales, tantas veces estigmatizadas en nuestra sociedad, producen situaciones tan crueles y dantescas como las descritas esta semana durante un juicio celebrado en Murcia. En verano de 2020, un hombre murió desangrado por las heridas que le produjo su propio hijo, en el portal de su casa, en un suceso ocurrido de madrugada. El fallecido, de 68 años, era médico de profesión y estaba especializado en fisiología y medicina deportiva.
La madre del parricida, que compareció el martes pasado ante el tribunal ejerciendo la acusación particular, efectuó un relato a la par que crudo también desgarrador, dejando patente que la salud mental sigue siendo esa gran asignatura pendiente de nuestra sanidad. “Tras tantos y tantos fracasos terapéuticos, mi hijo decidió que iba a dejar la medicación y que iba a vivir su vida”, contó una destrozada madre frente al jurado popular en la sala de vistas. Explicó que, cuando intentó reconducir la conducta del muchacho, este la amenazó advirtiéndole con que si volvía a comentarle algo sobre la medicación “me voy a Murcia y te corto el cuello”. El destino quiso que aquella amenaza de años atrás se convirtiera en realidad, en la persona de su progenitor, el 4 de agosto del año pasado. Ahora, el joven, de 35 años, deberá pasar dos décadas internado en un penal psiquiátrico.
Las estadísticas comunitarias apuntan que en España hay en la actualidad 11 psiquiatras por cada 100.000 habitantes. En Francia o Alemania, más del doble. En nuestro país contamos con 6 psicólogos por cada 100.000 habitantes prestando sus servicios en el Sistema Nacional de Salud, tres veces menos que en la media del continente europeo. Mejorar estas cifras, en cuanto a incrementar el número de especialistas y una mayor dotación de camas psiquiátricas, ya constituiría todo un logro, según aseguran los expertos. Y también descongestionar el cuello de botella que se origina en la Atención Primaria, tan descapitalizada de personal y dotación de recursos, que es la que ha de derivar hasta allí a estos pacientes.
En 2020, conforme a datos del Instituto Nacional de Estadística, se suicidaron en España casi 4.000 personas; muchas más de las que murieron por accidentes de tráfico. Estas son, al menos, las cifras oficiales de las que se dispone. La muerte esta semana de la actriz Verónica Forqué ha vuelto a poner sobre el tablero de la actualidad española este doloroso asunto y cuanto de tabú sigue envolviéndolo. Los países nórdicos siempre han registrado elevadas tasas de suicidio. Pero en Finlandia, por ejemplo, un plan gubernamental puesto en marcha hace décadas para prevenir este tipo de muertes ha supuesto reducirlas a la mitad en los últimos 30 años. Los recursos asistenciales y una mayor dotación de camas en los centros hospitalarios se hacen urgentemente necesarios para combatir un problema que puede acarrear consecuencias devastadoras para la sociedad.
El drama de la familia del médico murciano, así como de Verónica Forqué, es el de tantas otras que viven su día a día, como en un infierno en vida, junto a quien padece una patología mental. Son, en muchos casos, personas inmersas en un particular naufragio del que creen que nadie les puede rescatar. Y son las principales víctimas, pero también su entorno el que sufre y padece con ellas. Porque, ya lo dijo Clive Staples Lewis, aunque el dolor mental suele entrañar menos dramatismo que el dolor físico, es más común y también resulta más difícil de soportar.
Si ya de por sí, en los últimos tiempos, la sanidad pública comenzaba a estar desbordada por los casos crecientes relacionados con problemas de salud mental, la pandemia de coronavirus ha disparado la situación hasta llegar a encender las alarmas. Las enfermedades mentales, tantas veces estigmatizadas en nuestra sociedad, producen situaciones tan crueles y dantescas como las descritas esta semana durante un juicio celebrado en Murcia. En verano de 2020, un hombre murió desangrado por las heridas que le produjo su propio hijo, en el portal de su casa, en un suceso ocurrido de madrugada. El fallecido, de 68 años, era médico de profesión y estaba especializado en fisiología y medicina deportiva.
La madre del parricida, que compareció el martes pasado ante el tribunal ejerciendo la acusación particular, efectuó un relato a la par que crudo también desgarrador, dejando patente que la salud mental sigue siendo esa gran asignatura pendiente de nuestra sanidad. “Tras tantos y tantos fracasos terapéuticos, mi hijo decidió que iba a dejar la medicación y que iba a vivir su vida”, contó una destrozada madre frente al jurado popular en la sala de vistas. Explicó que, cuando intentó reconducir la conducta del muchacho, este la amenazó advirtiéndole con que si volvía a comentarle algo sobre la medicación “me voy a Murcia y te corto el cuello”. El destino quiso que aquella amenaza de años atrás se convirtiera en realidad, en la persona de su progenitor, el 4 de agosto del año pasado. Ahora, el joven, de 35 años, deberá pasar dos décadas internado en un penal psiquiátrico.