Mucho. Significa que cada vez somos más conscientes de que tenemos la obligación de atajar una realidad: la de que las mujeres nos dediquemos a los cuidados y los hombres al mundo laboral. La de que nosotras, al trabajo reproductivo y ellos, al productivo. Y de que, cuando las mujeres salimos al mercado de trabajo, nos ubicamos en aquellas profesiones conectadas con los cuidados. Esto es, somos maestras, enfermeras, trabajadoras sociales, etc. Pero no somos ni ingenieras, ni matemáticas, ni físicas o ni químicas. No elegimos profesiones tecnológicas, que es donde están ellos y, también, el futuro.
Esto es, los datos nos dicen que las mujeres en la ciencia representamos menos del 30% del personal investigador del mundo. En España, las mujeres ocupan el 25% de las plazas de catedráticas de universidad y profesoras de investigación en el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Sólo son el 28% de las profesionales que desarrollan su carrera en sectores de alta y media-alta tecnología. Y si nos vamos al dato de las preferencias de estudios entre jóvenes de 15 años, solo un 7% de las jóvenes manifiesta que quiera dedicarse a profesiones técnicas en el futuro -ingenierías, matemáticas, químicas, etc-, porcentaje que se convierte en un 21% en el caso de los varones, es decir, el triple. Si nos aproximamos más a nuestra Murcia, en nuestra UPCT, sólo son un 27,8% las mujeres matriculadas en estas carreras, lo que se desglosa en un 27,1 % en los grados y un 30,3 % en los títulos de máster.
Ante tamañas cifras, no cabe otra cosa que preguntarse si esto es así por causas naturales y que las mujeres estamos más preparadas para los cuidados - tanto en la esfera doméstica, como en la pública-, y sí que los hombres están más capacitados para todo lo demás.
Pues no. La respuesta es que este resultado nada tiene que ver con razones naturales o biologicistas, sino que esa distribución por sexos en los estudios y en las profesiones está íntimamente relacionada con los estereotipos de género, con un medio cultural que promueve la falta de confianza en nosotras mismas y con la escasez de modelos a seguir en el campo de las ciencias experimentales.
Varios ejemplos pueden ser mencionados: 1. Es muy frecuente oír que “los niños son mejores que las niñas en matemáticas y que las ingenierías y áreas afines son de dominio masculino”; 2. Si observamos a las niñas, a ellas le cuesta más describirse a sí mismas como “brillantes”, “ambiciosas” o “inteligentes” y son menos propensas a unirse a actividades consideradas para “muy inteligentes” o “sesudas”, al contrario que sucede en el caso de los niños; 3. A los niños les está más permitido que a las niñas – y se ve más normal- desarmar y armar objetos, subirse por los árboles, construir con legos o piezas mecánicas, mientras que a las niñas, es más fácil verlas paseando carricoches y cuidar muñecas, jugar con cocinas o hablar y contarse “cosas” entre ellas. Si el aprendizaje se desarrolla mediante los juegos, la clave es que el aprendizaje que desarrollan niñas y niños es distinto, por lo que su perfil y elección profesional será bien diferente.
La Unesco señala que los perfiles étnicos, las condiciones socioeconómicas y el estatus de migración de las familias también pueden influir en el apoyo o promoción de la ciencia y de la tecnología de niñas y niños. Esto es, hay mayores probabilidades de que las niñas opten por áreas STEM en hogares donde existen personas con profesiones afines, por ejemplo, pues les sirven de modelo y les permiten hacer la trasposición.
Nadie pone en duda que en este tiempo Covid la sociedad se enfrenta a retos globales cada vez más complejos, como la lucha contra un virus que muta y que produce miles de muertes, el cambio climático o la búsqueda de fuentes de energías alternativas y sostenibles. La tecnología y las ciencias se han convertido en herramientas fundamentales para dar respuesta a muchos de dichos retos. Son nuestro futuro y no podemos permitirnos el lujo de prescindir de la mitad de la población para resolverlos. Tenemos la obligación moral de insertar a las mujeres y a las niñas en las ciencias para un mejor futuro.
Esto es, si existen tanto factores individuales y familiares como educativos y sociales que son determinantes a la hora de impulsar, o no, a la siguiente generación de científicas en el mundo, deberán ser las políticas públicas las que incidan edichos factores, los modifiquen e impulsen el cambio.
Si no lo hacen, la ausencia de las mujeres en las ciencias supondrá la renuncia a todo nuestro conocimiento, talento y potencial. Esto debería estar colgando en el despacho del consejero de Empleo, Investigación y Universidades de la CARM y del director de la Fundación Séneca, como mínimo, para que no dejen de tenerlo en cuenta cuando diseñen y evalúen sus políticas públicas en investigación y universidades.
¿Tienen ya la respuesta a la pregunta del principio? Yo sí y espero que ustedes también.
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