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Sindemia: cuando la pobreza complica la pandemia (y viceversa)

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Durante un tiempo, quisimos pensar que la pandemia afectaba a todas las personas por igual. El virus, poco menos que un puñado de ácidos nucleicos y proteínas, no podía hacer distinciones de género, clase o lo que fuera, nos dijimos. Y, bueno, puede ser que al virus le dé igual ocho que ochenta pero la pandemia no es una cuestión meramente natural o biológica. Toda enfermedad que se propague en una sociedad estará condicionada por las condiciones sociales, es casi una obviedad. Pero ciertas obviedades deben ser señaladas.

Hace casi 30 años, el médico y antropólogo Merrill Singer propuso el término de sindemia para definir una situación en la que “dos o más enfermedades interactúan de forma tal que causan un daño mayor que la mera suma de estas dos enfermedades”. En el caso de la Covid-19, cuando afecta a una persona que ya sufría previamente alguna patología cardíaca o pulmonar, el resultado será previsiblemente peor que si afecta a una persona sana.

Esas patologías previas, a su vez, pueden estar relacionadas con condiciones sociales o laborales. El investigador Jeffrey Lazarus (al frente del grupo de Sistemas de Salud del Instituto de Salud Global de Barcelona) lo ilustra de la siguiente manera: la obesidad es un factor de riesgo para desarrollar diabetes tipo 2 y enfermedad cardiovascular, las personas en situación de pobreza y exclusión social no pueden permitirse una alimentación adecuada lo que las predispone a desarrollar esas enfermedades que, a su vez, les confieren un riesgo incrementado de padecer Covid-19 y tener un mal pronóstico.

Así, ya no es solo que la Covid-19 venga a complicar patologías previas, es que se extiende a su antojo a lo largo y ancho de una sociedad construida en la desigualdad. Para entender la pandemia, y poder afrontarla, se hace necesario entonces un enfoque global. Así lo defendía la revista The Lancet en un artículo publicado a finales de septiembre de 2020 y que ha puesto el término sindemia, y las medidas a tomar teniéndolo en cuenta, en el centro del debate… o, al menos, de ciertos debates.

En consonancia con lo anterior, se ha hecho público recientemente (29 de octubre de 2020) un informe del Ministerio de Sanidad titulado “Equidad en Salud y COVID-19: Análisis y propuestas para abordar la vulnerabilidad epidemiológica vinculada a las desigualdades sociales”.

Dicho informe, reconociendo la existencia de brotes vinculados a contextos de precariedad laboral y habitacional, confirma que la pandemia no afecta a todos los grupos de población por igual y reconoce la “retroalimentación entre la pandemia y otras vulnerabilidades relacionadas con las condiciones de vida”.

La pobreza complica todas las fases relacionadas con la enfermedad: desde el riesgo de infección a las medidas a adoptar si se sufre la enfermedad. Para comprobarlo, basta con poner el foco en el empleo y la vivienda.

Las condiciones laborales pueden no respetar las medidas de prevención: espacios cerrados, mala ventilación, el trayecto en medios de transporte compartidos hasta el centro de trabajo... Se habla continuamente del ocio o las reuniones familiares pero en la Región de Murcia, el ámbito laboral es uno de los principales focos de contagio (con especial incidencia en el sector hortofrutícola). Esta misma semana, sin ir más lejos, la Consejería de Salud ha cerrado el almacén de una empresa hortofrutícola de Alhama tras detectar 40 positivos en su plantilla.

Además, tal y como señala el informe del Ministerio de Sanidad: “Las condiciones laborales precarias pueden aumentar las reticencias a acudir al sistema sanitario ante la presencia de síntomas o a cumplir con la cuarentena/aislamiento por el miedo a perder la fuente de ingresos”.

Al igual que sucede en el empleo, la vivienda es otra cuestión clave en la desigualdad de nuestra sociedad. Coherentemente con la idea de sindemia, lo será también en relación con la Covid-19. Desde el principio del estado de alarma, se puso de manifiesto que las personas sin hogar quedaban totalmente expuestas a la enfermedad pues no tenían casa en la que quedarse. Pero el problema de la vivienda va más allá del sinhogarismo.

¿Cómo hacer aislamiento y cuarentena si se vive en condiciones de hacinamiento? ¿Cómo seguir las medidas de higiene si se vive en una vivienda precaria sin agua? ¿Cómo permanecer dentro de casa todo el día si apenas son unos metros cuadrados, si los techos son de uralita o si la ventilación es mala?

Y como ya hemos aclarado la importancia de señalar lo obvio: el acceso al mercado laboral o a una vivienda está condicionado por las desigualdades que rigen nuestra sociedad. Dos ejemplos. La población inmigrante tiene que enfrentarse a diario al racismo basal de nuestra sociedad a la hora de buscar una casa que alquilar. Algunos empleos, calificados como esenciales y por eso mismo de alto riesgo a la hora de contagiarse de Covid-19, están notablemente feminizados (limpieza, cuidados, cajeras…).

Al igual que la pandemia, la desigualdad no cesa. La diferencia es que ya hemos dejado de contar las olas que ha provocado esta última. Las políticas que se han puesto en marcha contra la Covid-19 se hacen dentro de este contexto organizativo en el que se lleva generando la desigualdad durante siglos. Por lo tanto, es de esperar que sean medidas que ahonden en la desigualdad. El informe de referencia para este artículo así lo reconoce: “la pandemia y las medidas para su control han tenido un impacto socioeconómico desigual en la población por lo que han recrudecido o generado nuevos contextos de vulnerabilidad social”. Lo ilustra así “Esto ocurre, por ej., con el cese de actividad en sectores precarios o de la economía sumergida, sin opción de acogerse a algunas de las medidas de apoyo aprobadas - como la venta ambulante, las empleadas de hogar sin contrato o las mujeres en contexto de prostitución”.

Hay medidas que se olvidaron de atender a quienes ya estaban en los márgenes y hay medidas que solo servirán para engrosar esos márgenes. En la Región de Murcia el curso escolar empezó, de manera injustificable, en régimen de semipresencialidad. Esta decisión no ha hecho sino acrecentar las dificultades formativas o de conciliación de quien ya lo tenía más que complicado. Sobre semipresencialidad es muy recomendable el artículo que Clara Sáez de Tejada publicó en este mismo diario el pasado miércoles.

La idea de sindemia surge de un enfoque integral de lo que está pasando y provoca, en consonancia, la necesidad de la puesta en marcha de políticas de lucha contra la Covid-19 que también luchen contra la pobreza y la exclusión social. Este tipo de medidas, organizadas en una estrategia regional que implique a la totalidad del gobierno autonómico, es algo que la Red de Lucha Contra la Pobreza y la Exclusión Social en la Región de Murcia (EAPN-RM) lleva reclamando desde hace mucho tiempo.

Ahora, cuando la pandemia nos ha vuelto a enseñar que la salud individual es la salud común y viceversa, nos toca seguir insistiendo en la necesidad de deshacer las desigualdades que hacen que nuestra sociedad sea, en todos los sentidos, frágil y vulnerable.

Durante un tiempo, quisimos pensar que la pandemia afectaba a todas las personas por igual. El virus, poco menos que un puñado de ácidos nucleicos y proteínas, no podía hacer distinciones de género, clase o lo que fuera, nos dijimos. Y, bueno, puede ser que al virus le dé igual ocho que ochenta pero la pandemia no es una cuestión meramente natural o biológica. Toda enfermedad que se propague en una sociedad estará condicionada por las condiciones sociales, es casi una obviedad. Pero ciertas obviedades deben ser señaladas.

Hace casi 30 años, el médico y antropólogo Merrill Singer propuso el término de sindemia para definir una situación en la que “dos o más enfermedades interactúan de forma tal que causan un daño mayor que la mera suma de estas dos enfermedades”. En el caso de la Covid-19, cuando afecta a una persona que ya sufría previamente alguna patología cardíaca o pulmonar, el resultado será previsiblemente peor que si afecta a una persona sana.