Región de Murcia Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El síndrome del container

0

Antes de comenzar, debo confesar que me estaba costando escribir este artículo sin nombrar, de nuevo, a Ana Rosa Quintana hablando sobre contenedores ardiendo. Esta señora viene a ser para mí como una especie de antiaventura erótica en la que protagonizo a una pirata lesbiana alcohólica que fleta un navío español de siglo XIX en mitad de la noche porque está, sencillamente, cachonda. Acercándome a la espalda de la capitana Quintana le susurro al oído de la manera más húmeda y carnal posible que el escorbuto me permite: Hoy, marinera, te anuncio que nos vamos a poner perversas escribiendo.

Confesando sentimientos fuertes, últimamente estoy hecha una guarra en el sentido literal: pareciera que disfruto de llenarme hasta arriba de porquería de un mundo cuasi caníbal por intentar rescatar del basurero a la gente que vive ahí, de valor inconmensurable, desechada sin miramientos por no poder encajar en una más que cutre adaptación teatral de un mundo feliz. Dedicarse al trabajo social es una puñeta, porque trabajas, indirectamente, para quien llena los estercoleros de personas.

No me malinterpretéis. No creo estar podrido de resentimiento o rencor o que esté usando el sexo para evitar afrontar mis problemas. De hecho, estoy lleno de amor para quién lo merezca y creo que el placer y el afecto van de la mano, lo que sí ocurre es que he llegado a la conclusión de que sufro el síndrome del container que me servirá para catalizar la idea del hastío general en el que nos vemos inmersos.

El síndrome del container es un cuadro sintomatológico social que he descubierto recientemente, ocasionado por el virus del poder legislativo/ejecutivo/judicial en su continua demostración de absolutismo. Entre las señales que nos indica estar desarrollándolo se encuentra: fatiga, autocompasión, sentirse como un cacho de carne a consumir y/o estar quemado constantemente para hacer funcionar un Estado que nos trata como energía biodegradable a combustionar.

Empoderándome en mi incurable síndrome, no creo que sea una enfermedad rara ni que yo sea la única persona de este mundo que lo tenga. Me baso en que emerge constantemente entre mis recuerdos el monólogo de David Teixido en su obra 'Tránsitos'; tengo que coincidir con David que, cuando el pueblo sale a la calle y se lía, yo también me pongo tremendamente cachonda con los helicópteros sobrevolando el cielo de Barcelona para controlar el revuelo. ¿A quién no se le ha puesto la genitalia húmeda al ver la revuelta popular destrozando tiendas pijas inaccesibles para el populacho? O de lo contrario, ¿quién no dilata analmente con las hostias de los cuerpos de seguridad del Estado a los manifestantes con síndrome de container?

La parte sórdida es que todo esto, es la emisión pública del porno duro (y a pelo), que suscita el conflicto: esas capuchas negras sosteniendo barricadas ardiendo o esos cerdos vestidos con el uniforme de policía, encadenados al swing de la política estatal, colocadísimos del efecto de la viagra homeopática que provoca meterle la porra por el recto a un supuesto antisistema que lucha por sus ideales de libertad e igualdad. Es casi afrodisíaco ver cómo se protagoniza a un contenedor de basura ardiendo antes que un manifestante siendo brutalmente agredido por un policía.

Se ha desvirtuado todo: el BDSM que caracterizaba el pacto social que supuestamente había entre el ciudadano y un bienestar demócrata uniformado con el discurso de la protección del interés común ha pasado de ser unas prácticas violentas de consentimiento y placer a, directamente, una violación de nuestras entidades sin autorización verbalizada previamente. Parece, que se está visionando películas snuff que nos hacen morder el labio, tanto por la rabia de verse nuestra integridad vulnerada o por lo tieso que se te pone el pene al ver tantas hostias gratuitas. Si te pasa esto último no te preocupes: el fascismo, supuestamente, tiene cura.

Aparcando el sadismo de lado, para entender la podredumbre que deja el síndrome de container, debo decir que considerar que todo el mundo tiene la misma experiencia de vida o sabe lo mismo que tú es un gravísimo sesgo que después nos puede pasar factura a la hora de entender a los demás y el contexto en el que viven. A la hora de comunicarnos con las personas que convivimos en nuestras comunidades, estamos comenzando a notar entre nuestras palabras la famosa brecha social de la que tanto se habla en la tele, de la que sabemos que existe, que nos separa cada vez más y más por un vacío insondable. Aunque parece que nadie sabe exactamente qué es o a qué se refiere, nos crea diferencias y destruye la cohesión social que nos unía.

Lo que está claro de esta corriente separatista, este Big Crunch social, es que se nos está posicionando, mayoritariamente, en dos categorías: O como objeto a combustionar, es decir, entidades basura con ideas incendiarias sobre cambios o como ciudadano de bien que está en el lado bueno de la historia, que está compuesto por las personas sanas y sus instituciones acordes, es decir, las personas que nos pegan, o pegarán, fuego.

Viniendo a cuento, la supuesta causa del incendio, Pablo Hasel, más que una causa, es una consecuencia; no es el rapero y sus canciones, es el hecho de meter la libertad de expresión a la cárcel lo que prende la mecha a toda la mierda que nos estamos guardando dentro.

Para terminar, la quema de contenedores, la vulneración ilícita de derechos y todo el porno que se produce a través de estos eventos, alberga un carácter artístico casi primitivo del que poco se habla, aunque elucubro que, de seguro, dará frutos más adelante. Tampoco se debate sobre los desastres de este cambio climático en la política global/local que se nos avecina en breves. Hablando del planeta, lo bonito de todo esto es que ahora me siento más que nunca en consonancia con él: ambos estamos muy calientes y hasta arriba de mierda, pero seguimos girando.

Antes de comenzar, debo confesar que me estaba costando escribir este artículo sin nombrar, de nuevo, a Ana Rosa Quintana hablando sobre contenedores ardiendo. Esta señora viene a ser para mí como una especie de antiaventura erótica en la que protagonizo a una pirata lesbiana alcohólica que fleta un navío español de siglo XIX en mitad de la noche porque está, sencillamente, cachonda. Acercándome a la espalda de la capitana Quintana le susurro al oído de la manera más húmeda y carnal posible que el escorbuto me permite: Hoy, marinera, te anuncio que nos vamos a poner perversas escribiendo.

Confesando sentimientos fuertes, últimamente estoy hecha una guarra en el sentido literal: pareciera que disfruto de llenarme hasta arriba de porquería de un mundo cuasi caníbal por intentar rescatar del basurero a la gente que vive ahí, de valor inconmensurable, desechada sin miramientos por no poder encajar en una más que cutre adaptación teatral de un mundo feliz. Dedicarse al trabajo social es una puñeta, porque trabajas, indirectamente, para quien llena los estercoleros de personas.