Ni en nuestros mejores presagios soñaríamos que nos fuera a tocar la lotería tantas veces. Pero no la Lotería Nacional, la de Navidad o la Primitiva, que ya nos gustaría, sino la 'lotería electoral'. Y es que en estas elecciones, me consta que con sólo 30 años hay a quien le ha tocado en suerte volver a estar en una mesa electoral por quinta vez en 12 años.
Una fiesta democrática, así es como lo percibimos quienes sentimos pasión por la política. Pero hay que reconocer que, cuando se hace de lo voluntario una obligación, la cosa es distinta. Un servicio que va desde las ocho de la mañana hasta la entrega de las actas del escrutinio ante el juzgado, son algo más de doce horas, y ni la dieta, ni la contraprestación justificada de ausencia de cinco horas de la jornada de trabajo del día siguiente compensan el sacrificio.
De cualquier modo algo se podrá hacer para no repetir con carácter obligatorio en tan poco tiempo. Tal vez se podría excluir del sorteo a aquellas personas que ya fueron miembros de mesas en las elecciones anteriores. Aunque, por otro lado, podría incluso considerarse que se abriera una bolsa o lista y se apuntasen voluntarios. Entre éstos, por sorteo, se elegiría a los componentes de las mesas electorales.
Lo voluntario viene por ser miembro de la mesa electoral en representación de una candidatura, como interventor o apoderado. Por si no se sabe, la diferencia, es que el primero tiene la obligación y el derecho a estar en todo momento en la mesa electoral, junto a los del “imperativo legal”, presidencia y vocales, así como para intervenir en cualquier momento dando constancia de cualquier incidencia que se produzca, sobre todo si va en perjuicio a su causa.
Los apoderados, sin embargo, pueden dejar constancia de cualquier incidencia o alteración, con la ventaja de poder salir del colegio, bien para comer, o descansar, o, como sucede en muchos casos, visitar otros colegios. Además, y muy importante, cualquier elector o electora que observe alguna irregularidad durante la votación puede manifestarla en la mesa, y su protesta o reclamación se tiene que hacer constar en el acta de la sesión.
Desde la experiencia en los distintos puestos de la mesa electoral voluntaria y obligada, tanto de presidente como vocal, al final de la jornada, todos se sienten muy confortados y animados. Cumplen su función perfectamente, con mucha amabilidad hacia el ciudadano, y con la seguridad de que han realizado su labor con honestidad. Digo esto, porque evidentemente cuando hablamos de más y mejor democracia, hablamos de esto precisamente: de que los ciudadanos puedan participar en cualquiera de las fases del proceso electoral. Pero lo más importante es que lo hacen por un día de descanso justificado en el trabajo, una pequeña dieta, sí, es cierto, pero también, y así lo creo, por un sentido del deber y una valoración del hecho democrático que es mucho más fuerte que el que lo que los medios de persuasión, en connivencia con el capital, nos quieren hacer creer.
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