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Volvieron a la vida

A veces, raras veces pasan cosas extraordinarias, a veces renace la vida en un instante y podemos ser otra vez testigos del eterno desafío a la muerte. Como cuando el sol se nos oculta en un eclipse y reaparece con toda su luminosidad unos minutos más tarde. Como aquellos fusilados del 3 de mayo que no terminan nunca de encontrar la muerte, ese patriota de la camisa blanca desafiando para siempre valientemente las balas. O aquel otro famoso fusilado, el falangista Sánchez Mazas al que no acertaron a matar y que revivió de entre los disparos que afortunadamente solo le rozaron, según el relato que de ello hace Javier Cercas.

Qué profundo bienestar al saber de otro ser humano que se libra de una muerte cierta. Y qué decir de Dostoyevski, apresado en 1849 por pertenecer a un círculo intelectual liberal y conspirar contra el zar Nicolás I, condenado a muerte por ello y salvado del fusilamiento en el último segundo como genialmente narra Stefan Zweig. Condenado a cinco años de trabajos insufribles, forzados, donde según palabras del propio autor ruso los pisos estaban podridos, el frío era insoportable y las pulgas, piojos y escarabajos por celemín… Dostoyevski, que también volvió a la vida y nos dejó obras imprescindibles.

Sí, a veces volvemos a la vida, como aquel nefasto 23F, cuando sin embargo pudimos ver al general Gutiérrez Mellado representando la dignidad de todos, al que no consiguieron doblegar, que no dobló las rodillas frente a la villanía, que se mostró inquebrantable y que con su sola presencia infundió ánimo y nos enorgulleció a todos.

También volvieron a la vida aquellos romanos que vieron amenazadas sus libertades republicanas por las intrigas del golpista Catilina y pudieron asistir a la firme defensa que hizo de la república el cónsul Marco Tulio Cicerón con la fuerza de su palabra y su inteligencia. Porque qué bellas son a veces las palabras, qué necesarias, qué elocuentes, qué precisas y qué eficaces a veces. Derrotados los sediciosos la vida democrática se reinstauraba en Roma y al menos por esa vez la corrupción y la dictadura habían sido derrotadas.

Pues así me siento yo, con el deseo ya irreprimible de gritar que vamos a volver a la vida, que nos vuelve la vida, que renacemos, que sentimos que se entierra todo un mundo, ya del pasado, de corrupción y de democracia a medias, dosificada, racionada, de pre-adolescentes. Quiero que digan de nosotros que un día volvimos a la vida.

¿No tendremos nosotros derecho a sentirnos alegres y reconocernos esencialmente, como una comunidad de ciudadanos que vive honradamente de su trabajo y se siente orgullosa de ello?

¿No tenemos derecho a la alegría de debatir, deliberar y acordar decisiones con nuestros conciudadanos en espacios democráticos cada vez más amplios, en el desarrollo de lo que podríamos denominar una democracia fuerte frente a la “democracia solo la justa” que nos han ofrecido hasta ahora?

¿Alguien duda a estas alturas de que con un poder financiero y económico de hecho fuera del control democrático pueda existir verdadera soberanía y libertad en su plena expresión? ¿No tenemos acaso derecho también y con toda la alegría del que está renaciendo, a indicarles a esos señores que son un riesgo para la democracia y que sería mejor para la humanidad que se retiraran a las afueras de Damasco a ver caer las bombas que con tanto entusiasmo bendicen?

¿Alguien cree que es realmente posible una sociedad verdaderamente humana, sin una redistribución justa de la riqueza? Necesitamos una sociedad mejor que no deje gente atrás, que asegure alimentación, cobijo, educación y sanidad para todos.

¿Es que no tenemos derecho a desear un poco de civismo, a reconocer que vivimos en sociedad y que nos corromperíamos si solo pensásemos en nuestro propio interés?

¿Es todo esto una utopía? ¿Es que no tenemos derecho a renacer como país? ¿Es preferible el actual estado de cosas que nos hace decir con el portugués Miguel Torga que “No quería otra patria, pero vivo en ésta avergonzado de ser contemporáneo de algunos de mis más notorios compatriotas, y por serlo, sentirme responsable moral de todas las villanías que en ella se cometen?”.

Este cambio me parece que va a ser un cambio alegre, porque tiene que ver con renacer, con volver a la vida, con reencontrarnos con nuestra dignidad. Parece que sí se puede. Hace ahora un año, al comienzo, dije que era partidario de la poesía de Jose Agustín Goytisolo y era cierto, y no me resisto a celebrarlo con otros versos suyos.

“Porque mañana el sol

será más verdadero

que nunca, porque el aire,

libre otra vez, saldrá

por los caminos,

y yo no estaré solo,

sino con todos, en

el camino que lleva

de nuevo hacia la vida“

A veces, raras veces pasan cosas extraordinarias, a veces renace la vida en un instante y podemos ser otra vez testigos del eterno desafío a la muerte. Como cuando el sol se nos oculta en un eclipse y reaparece con toda su luminosidad unos minutos más tarde. Como aquellos fusilados del 3 de mayo que no terminan nunca de encontrar la muerte, ese patriota de la camisa blanca desafiando para siempre valientemente las balas. O aquel otro famoso fusilado, el falangista Sánchez Mazas al que no acertaron a matar y que revivió de entre los disparos que afortunadamente solo le rozaron, según el relato que de ello hace Javier Cercas.

Qué profundo bienestar al saber de otro ser humano que se libra de una muerte cierta. Y qué decir de Dostoyevski, apresado en 1849 por pertenecer a un círculo intelectual liberal y conspirar contra el zar Nicolás I, condenado a muerte por ello y salvado del fusilamiento en el último segundo como genialmente narra Stefan Zweig. Condenado a cinco años de trabajos insufribles, forzados, donde según palabras del propio autor ruso los pisos estaban podridos, el frío era insoportable y las pulgas, piojos y escarabajos por celemín… Dostoyevski, que también volvió a la vida y nos dejó obras imprescindibles.