En la vida tener un determinado enemigo puede ser casi más conveniente que tener un millón de amigos. El auge de Vox es, en el fondo, un gran regalo para el Partido Socialista que jugará la campaña del 28 de abril apelando al electorado de izquierdas para que realice un voto de responsabilidad histórica, aún con la nariz tapada, y así evitar la llegada de los de Colón al Gobierno.
Está claro que sin la amenaza de la extrema derecha el electorado de izquierdas poco tiene que agradecerle a Pedro Sánchez. Más allá de un keynesianismo facilón, los socialistas no han cumplido algunas de sus grandes promesas con las clases trabajadoras, empezando por la derogación de la reforma laboral y siguiendo por una regulación profunda de la burbuja del alquiler o la Ley Mordaza. Todo esto queda olvidado por un debate político histérico en el que el fantasma de un tripartito conservador es verosímil, a la luz de Andalucía. Y que no haya habido una política realmente izquierdista no puede ser achacado exclusivamente a la debilidad parlamentaria, sino a una deriva socioliberal o neoprogresista que es la impronta del beauty-gobierno Sánchez.
Podemos corre el riesgo de sufrir el mal de Llamazares en los años 2004-2008. Ante una derecha cada vez más radicalizada, el votante se refugia en el PSOE para evitar el peor de los escenarios. ¡Jugada maestra de los socialistas! La apelación al miedo (Sánchez sacará el dóberman a pasear como ya lo hicieron en 1996) será una estrategia ahora de la izquierda, como lo fue en 2016 del PP ante la subida de Podemos en las encuestas. Recordemos que entonces el PP logró desplazar voto de Ciudadanos a su partido, aumentando considerablemente su número de escaños (de 123 a 137).
Puede que, al final, Andalucía haya sido un precio –caro– a pagar para seguir en Moncloa. Lo extraño es que la derecha, tan caricaturizada y previsible, le está haciendo el juego exacto a Sánchez. Y por si faltaba poco, ahora, los independentistas se le ponen enfrente. Inmejorable. ¿Qué debe hacer, entonces, Podemos? No es seguro que ninguna estrategia pueda más que mitigar el desastre, pero, entre todas, algunos lo mitigarán más que otras. Desde luego, diferenciarse del PSOE, resulta imprescindible. Que el votante, incluso sabiendo el momento épico que le dibujarán, note que el voto morado es más útil que el socialista para luchar contra la derecha. Difícil tarea con una convocatoria electoral exprés.
Pedro Sánchez tiene todo lo que un político quiere: un enemigo que moviliza a su electorado, un relato que aglutina (el del progreso) y un mito, el del Gobierno fustigado por Abascal y Casado. Con este regalo de los Dioses, si este no es el momento de un PSOE con más de 100 escaños y al menos con 5-7 puntos de ventaja sobre el segundo, no lo será nunca. Sacando a Franco, Sánchez estaba tocando a rebato en la izquierda española (sin mojarse mucho económicamente para que no se le vaya el centro), veremos si le funciona.
En la vida tener un determinado enemigo puede ser casi más conveniente que tener un millón de amigos. El auge de Vox es, en el fondo, un gran regalo para el Partido Socialista que jugará la campaña del 28 de abril apelando al electorado de izquierdas para que realice un voto de responsabilidad histórica, aún con la nariz tapada, y así evitar la llegada de los de Colón al Gobierno.
Está claro que sin la amenaza de la extrema derecha el electorado de izquierdas poco tiene que agradecerle a Pedro Sánchez. Más allá de un keynesianismo facilón, los socialistas no han cumplido algunas de sus grandes promesas con las clases trabajadoras, empezando por la derogación de la reforma laboral y siguiendo por una regulación profunda de la burbuja del alquiler o la Ley Mordaza. Todo esto queda olvidado por un debate político histérico en el que el fantasma de un tripartito conservador es verosímil, a la luz de Andalucía. Y que no haya habido una política realmente izquierdista no puede ser achacado exclusivamente a la debilidad parlamentaria, sino a una deriva socioliberal o neoprogresista que es la impronta del beauty-gobierno Sánchez.