'La Cárcel Vieja' de Murcia registró más de quinientos fusilamientos durante la dictadura: “Trataron a los presos como personas sin derecho a vivir”
El nombre de Macedonio Serrano Ortega, de 38 años, casado y natural de Yecla, figura en la historia reciente como el del último recluso de la Antigua Prisión Provincial de Murcia ejecutado por el régimen franquista. Fue el 13 de noviembre de 1948, once años después de que el bando sublevado entrara en Murcia y comenzara a dictaminar sentencias de muerte por la vía del juicio sumarísimo. Antes que Macedonio, el franquismo ya había acabado, por el método directo del tiro en el cuerpo, con la vida de más de 520 personas -sin contar con las que murieron por enfermedades e inanición- recluidas en una cárcel tan masificada como el resto de centros penitenciarios del país durante aquellos años.
Estos son algunos de los datos que se desprenden de un minucioso trabajo de investigación que están realizando dos miembros de la Asociación para la Recuperación y Defensa de la Memoria Histórica de Murcia, Tenemos Memoria, Juana Marín y Rufino Garrido. Ambos llevan desde octubre de 2015 buscando entre los más de 20.000 expedientes que acumuló la prisión -cuyas puertas se mantuvieron abiertas hasta 1981- con el objetivo de que los nombres de cada asesinado no acaben en el olvido.
El 29 de marzo de 1939 Murcia dejó de ser localidad de la retaguardia para ser ocupada por el que se hacía llamar `glorioso ejército nacional´ liderado, en este caso, por Camilo Alonso Vega, el encargado de los campos de concentración de todo el país y un amigo íntimo de Franco que aún tiene una avenida a su nombre en San Javier.
En los años de la guerra los prisioneros, en su mayoría franquistas, “recibieron un trato más humano, gozaron de un juicio civil y en todos los casos era obligatoria la confirmación del Gobierno central de la República”, explican los investigadores, que apuntan que tras el conflicto los vencedores no dieron tregua y “trataron a los presos como personas sin derecho a vivir”.
José, el padre de Garrido, fue un militar republicano destinado al Cuartel de Artillería que ingresó en la Antigua Prisión Provincial en noviembre de 1939, después de que un juez militar diera como buena la denuncia, sin ninguna base real, de un familiar suyo perteneciente a la Falange. José permaneció entre rejas hasta octubre del 1942, cuando fue destinado a la cárcel de Las Agustinas, hasta que fue juzgado en marzo del año siguiente. Sentenciado a 20 años y un día por delito de “auxilio a la rebelión”, fue trasladado al penal del Puerto de Santa María, donde fue indultado y puesto en libertad provisional como consecuencia de una amnistía lanzada para frenar la saturación de las cárceles españolas.
Como el padre de Garrido, fueron muchos los profesionales castrenses que pasaron por la antigua prisión de Murcia, pero también lo hicieron jornaleros, albañiles, guardias de seguridad o maestras como Antonia Maymón, una madrileña afincada en Beniaján que a los 63 años fue condenada por haber sido tesorera de la CNT antes del comienzo de la guerra. Maymón fue encarcelada hasta 1944 y dos años más tarde detenida de nuevo durante casi un año. Falleció en un hospital el 20 de diciembre de 1959.
De todos se guarda un expediente en el Archivo Regional que apenas ofrece detalles sobre la causa de la ejecución. Pero también se llevaron a cabo fusilamientos sin rastro y al azar, como los del 18 de enero de 1940, cuando apareció una revista de ideología comunista en los intramuros del centro penitenciario. “Ese día los guardias pusieron en fila a los presos y mataron por sorteo a cinco de ellos: Valeriano Añaños, José San Nicolás, Fulgencio Jiménez, Jesús Caballero y Francisco Sola”, señalan Garrido y Marín, quienes también cuentan que la Cárcel Vieja vivió una “semana trágica” entre el 3 y el 9 de abril del 40 con el asesinato de 85 personas en solo seis días, si bien el domingo no mataron a nadie por ser el día del Señor. “Tanto mi padre como José Fuentes Yepes y el maestro José Castaño me hablaron de esa semana”, añade Garrido.
De entre todos los lugares de la ciudad, el ejército de Franco eligió tres para dar muerte a los que consideraba enemigos de la Patria: el campo nacional de tiro, que hoy alberga un conocido centro comercial; el cementerio de Espinardo, donde se exhumó una de las primeras fosas del franquismo en la Transición, y las paredes de la propia cárcel. Quienes no fueron asesinados vieron conmutada su pena por 12, 20 o 30 años y un día de cárcel, o murieron allí, entre barrotes, o, en el mejor de los casos, fueron indultados. Por eso la asociación Tenemos Memoria quiere que la Cárcel se convierta en un lugar de reflexión sobre la represión que sufrieron quienes pasaron, a la fuerza, por allí. “Tiene que ser un espacio de recuerdo. No podemos dejar que se repita la Historia”.