La Antártida, el sueño helado
Indescriptible e incontenible la belleza y magnificencia que a mis ojos deleita. Sublime, extático, prístino y genuino universo helado. El agua y el viento esculpe su figura y movimiento. Sus colores, siluetas y formas dibujan la orografía de un blanco azulado horizonte que ni en mis mejores sueños habría imaginado. La pura e inalterada nieve emerge de los cielos en comunión con las estrellas. El paraíso existe, y estoy inmersa en uno de ellos. Mire donde mire, siempre lo encuentro. Pellizcarme porque no se si esto es real o vivo en un sueño. Uno vívido de inconcebible deseo cristalizado en icebergs y témpanos de hielo.
Me siento como una niña descubriendo un nuevo mundo, un nuevo juguete. Exploradora en misión hacia un confín inhóspito, silencioso, virgen e inalterado. Diferente y ajeno, tangible y virtuoso como el de un documental National Geographic. Místico y mitológico, fantasioso y mágico como otro de Disney, de princesas y superpoderes en el que Frozen reina.
Hace dos semanas, en 70º sur, cruzamos el antimeridiano 180 grados, también conocido como La Línea Internacional de cambio de fecha. Para el reajuste: restarle un día a nuestro calendario, adelantar una hora al reloj y sumar un domingo extra a la semana. Ese día, condecorado como el primer contacto con la primigenia Antártida, sucedió el tremendo regalo de la primicial visita de fragmentos helados, de encontrar un mar compuesto por piezas desencajadas como si de un puzle se tratara. Desde ese momento, nos asola una extraña sensación de mar en calma y escasas manchas de agua. A cada milla que avanzamos, el paisaje muta. Los pingüinos son ahora nuestros vecinos junto con alguna inmóvil foca leopardo. En cuanto a seres alados, nos acompañan pardelas, skúas antárticas y solitarios petreles y albatros.
Constantemente nos quedamos atrapados y encajados por la resistencia que ofrecen las inmensas placas de hielo a nuestro paso. Lidiamos una ardua batalla de tronar violento, extraño, movilizador, conmovedor. En avante hacia nuestro destino, el rugido estrepitoso del choque contra la diana y el retemblor del barco anuncian estar rompiendo con la proa reforzada y el doble casco el inmenso y majestuoso bloque helado, transformándolo en blancas fracciones que se desplazan ante el impacto.
Lentamente proseguimos navegando, lo cual aprovecho para la elaboración del informe final y oficial para la Secretaría de SPRFMO (Organización para la Ordenación de Pesquerías Regionales del Pacífico Sur) y la Secretaría General de Pesca de España, el cual es justificante esencial e imprescindible para la próxima autorización. Antes de comenzar a faenar en la otra ordenación pesquera de la marea, CCAMLR (Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos), hay que realizar pequeñas modificaciones en el aparejo y en el barco, por lo que rápidamente transcurren los doce días de travesía resultantes hasta llegar a Mar de Ross.
En extrema latitud, comenzamos la intensidad laboral y poco tiempo tengo para poesía y prosa. Jatoro, camarero y osteópata, nos cruje dolores que el cuerpo alberga. Avistamos de lejos un buque y a algunos les consuela en su soledad la sensación de cercana humanidad. Guarecemos sobre formaciones milenarias que descansan sobre profundidades abisales. Luces de colores visten el cielo sobre témpanos helados que narran, seducen e intrigan: es más lo escondido bajo superficie que lo mostrado. La noche desaparece, vivimos en la claridad y eterna luminosidad. El sol (“matahari” los indonesios le llaman) es pirata, presente pero no caliente. El frío austral, potente y cambiante. El océano antártico, albo.
Parcas palabras para lo bello y sublime que mis sentidos contemplan. Comparto con los queridos lectores reflexiones de un sabio e imágenes de una humilde servidora.
“Las diferentes sensaciones de contento o disgusto descansan, no tanto sobre la condición de las cosas externas que las suscitan, como sobre la sensibilidad peculiar a cada hombre para ser grata e ingratamente impresionado por ellas. Esta emoción sensible, delicado sentimiento, es principalmente de dos clases: el sentimiento de lo sublime y el de lo bello. La emoción es en ambos agradable, pero de muy diferente modo. La vista de una montaña cuyas nevadas cimas se alzan sobre las nubes, la descripción de una tempestad furiosa o la pintura del infierno por Milton, producen agrado, pero unido a terror; en cambie, la contemplación de campiñas floridas, valles con arroyos serpenteantes, cubiertos de rebaños pastando; la descripción del Elíseo o la pintura del cinturón del Venus en Homero, proporcionan también una sensación agradable, pero alegre y sonriente. Para que aquella impresión ocurra en nosotros con fuerza apropiada, debemos tener un sentimiento de lo sublime; para disfrutar bien la segunda, es preciso el sentimiento de lo bello. En la calma de la noche estival, cuando la luz temblorosa de las estrellas atraviesa las sombras pardas y la luna solitaria se halla en el horizonte, las naturalezas que posean un sentimiento de lo sublime serán poco a poco arrastradas a sensaciones de amistad, de desprecio del mundo y de eternidad. La noche es sublime, el día es bello. Lo sublime, conmueve; lo bello, encanta. Lo sublime ha de ser siempre grande; lo bello puede ser también pequeño. Lo sublime ha de ser sencillo; lo bello puede estar engalanado.”
'Lo bello y lo sublime', Immanuel Kant
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