Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Una murciana en la Antártida

La espera, ¿desespera?

Un lobo marino del Cabo (Arctocephalus pusillus) en el puerto de Cape Town | A. B.

Amparo Burguillos

0

Ya han pasado dos semanas más y sin novedad en el frente. Seguimos esperando para partir a la mar. La vida a bordo se ralentiza, la desesperación empieza a azotar a los tripulantes…Y los plomos ansiados siguen sin llegar… ¿Hasta cuándo hemos de esperar?

La mar es ésto, la falta de control, el aceptar cada instante con su todo asociado y adherido, según su propia naturaleza. Así como venga, estar y sobrellevar…Es la redención del deseo (o al menos, la postergación o subrogación al mundo onírico) y según Buda, en eso consiste la ausencia de sufrimiento, la auténtica felicidad. ¿Acaso estamos en el camino de la iluminación, o más cerca de ello los que aquí habitamos? ¿O es más bien un espejismo ilusorio del campo mental?

Sea como fuere, en lo físico ordinario de mi mundo actual, cual simples mortales, cada cual cumple religiosamente con sus labores diarias. La dinámica a bordo prosigue sin cambio aparente.

A las 05:30 el camarero, amigo del “posible señorita”, se levanta para adecentar y ordenar los espacios comunes del barco y los camarotes de oficiales; a las 06:30 le siguen los dos cocineros para cocer el pan para el desayuno y empezar a preparar para alimentar a los 43 convivientes. A las 8 se une la marinería, siguiendo las directrices de los contramaestres (preparar aparejo, mantenimiento de cubierta, pintura, revisión de material, inventarios…) El personal del puente, dependiendo del día. Engrasadores y oficiales de máquinas funcionan por guardias, pues el mantenimiento y revisión de motores e instalaciones no tiene horario, ni en tierra, ni en la mar. Según un dicho muy extendido en el gremio: “Si hay luz en el barco, los de máquinas están trabajando. Si no hay luz, todavía más”. Las comidas y cenas se realizan por turnos, pues los comedores no tienen capacidad para tantos afincados. Tras el almuerzo de las 12 am, un breve descanso y vuelta a la jornada laboral. Tras la cena, a las 8 pm, tiempo de esparcimiento, de extendidas charlas al humo de cigarros, películas y horizontalidad. Importante destacar, pues a veces no hay nada de mayor urgencia y necesidad, que las visitas al baño y el orden del uso de la ducha, quien antes llegue, goza de prioridad.

En lo que a mí respecta, a las 6am me suelo despertar. Saludo a Jatoro, el 'mozo' indonesio, tomo café, y decido el plan. Sigo disfrutando del permiso de libre tránsito, cruzando a mi antojo esa valla de pinchos que delimita la encarcelación del puerto. La pasada semana, en medio de una epidemia de gripe a bordo (la cual yo también sufrí: 3 días de catre y fiebre), nos cambiaron de muelle y en la parte más comercial estamos, el famoso y aclamado Waterfront. Desde este prisma y perspectiva, percibo constantemente como la globalización nos acecha. Estoy en África, más siento inevitablemente Europa en todo su reflejo. El consumismo extendido, los cánones de belleza 'aria', el colonialismo y la pérdida de endemismo y autenticidad.

De la misma manera que el dios Cronos impera, el espacio físico también sufre su distorsión particular: se reduce y achica, el del barco y de la ciudad.

En búsqueda de placebos, he explorado los lugares de interés histórico-cultural- artístico-natural más emblemáticos, disfrutado de la gastronomía local, comprado regalos, testado su oro líquido con gas, visitado el santuario de pingüinos, la popular Table Mountain, el jardín botánico de Kirstenbosch, la famosa playa Camps Bay, Robben Island, museos varios,… Ya tengo nuevos amigos sudafricanos, y hasta invitada he sido a la inauguración de una exposición de arte en una de las galerías más populares y aclamadas de la capital.

No obstante, me siento sierva de un pensamiento imperativo y autoritario, repetitivo mantra: disfruta del espacio, de la oportunidad y tesoro llamado libertad… Pero ya van más de tres semanas en Cape Town, y recuerden, es de osados idealizar, pues nada más alejado de la realidad. Vivo en la dicotomía tripulante-turista, mujer desperdigada en un buque y cerca de las antípodas, un lugar en el que hace escasos años se superó el apartheid, en el cual la disparidad entre clases sociales es abismal, donde se respira racismo, expoliación y arcaica crueldad. Pero, sobre todo, la gran dualidad preponderante radica en el encuentro y choque de la insaciabilidad y voracidad primermundista, con la necesidad de familia y hogar universal.

A ratos me visita la alcahueta inconformidad, a pesar de la consciencia del privilegio con el que vivo, la profunda gratitud que siento y la grandiosidad y abundancia que me rodea. Para ésta intermitente y espontánea desazón: observo, medito. yoga y escritura son mi salvación.

Desde la cubierta, poso mis ojos en la naturaleza. Como maestra, creadora de vida, me enseña y me ofrece lo que en muchos momento necesito saber. Tan sólo tengo que parar, contemplar, entender e interiorizar. Un lobo marino del Cabo, Arctocephalus pusillus, de los muchos que han establecido las aguas del puerto como hogar, me ilustra con todo su ser. Trasmite su sabiduría con jovial y relajada apariencia, sin indicio alguno de preocupación, con presencia y magnificencia. Parece hablarme: ¿existe algo realmente más importante que el instante que tenéis delante?¿Siempre os falta u os sobra, pero exactamente, el qué?¿Dónde se esconde la contentación con el mero hecho de SER?

Será la desesperación colectiva circundante, que abate y se contagia. Conjugada tal vez con la necesidad de saber de un cómo, un cuándo, y un por qué.

“Y Cronos, tomó el cielo de su padre Urano y la tierra de su madre Gea y amenazó a sus hermanos Océano y Tetis para que le concedieran el control del mar. Gobernaba solo, hasta que fue derrocado por Zeus y sus otros hijos y maldecido para viajar por el mundo en soledad y medir la eternidad” (Teogonía de Hesíodo, 700 a.C.)

 

Etiquetas
stats