Hay una generación que nunca ha experimentado la vida sin teléfono. Desde jóvenes, muchas chicas saben que algún día un amigo podría mandarle una foto de sus partes íntimas sin consentimiento. Muchas, a diario, reciben comentarios inapropiados sobre su cuerpo, escritos por hombres que ni siquiera conocen. En el peor de los casos, conviven con la idea de que les pueden chantajear con sus imágenes o vídeos íntimos.
También son conscientes de que su pareja —si vienen mal dadas— puede intentar arruinarles la vida a través de las redes sociales: “La violencia de género digital ha permeado mucho en los últimos años en las nuevas generaciones”, reflexiona al otro lado del teléfono la filósofa, sexóloga y psicóloga murciana Loola Pérez. “El entorno digital es un nuevo espacio de socialización, donde se comparten los afectos, pero también las violencias”.
La violencia física y verbal en la calle se traslada a WhatsApp o a las redes sociales: controlar los contactos de la pareja, sus comunicaciones o qué contenido se puede hacer público son algunas formas de violencia digital, “pero también —por ejemplo— el usar imágenes de la pareja enmascarándolo en una muestra de amor cuando lo que subyace es la posesión”, aclara la educadora sexual y presidenta de la Asociación de Mujeres Jóvenes de la Región de Murcia (Mujomor), con quienes se encarga de impartir talleres sobre todas estas temáticas en centros de educación secundaria de la Región.
Si me negaba a mandar fotos o le decía que no estaba cómoda, me llamaba exagerada, [decía] que solo estábamos jugando
“Conocí a un chico, siempre me preguntaba si era virgen y si le podía pasar una foto íntima. Yo tenía 16 años y él era mayor de edad”, recuerda Virginia, víctima de ciberacoso. Ante la insistencia del joven para que le mandase fotos y se acostase con él, Virginia decidió cortar el contacto: “Estuvimos meses sin hablar hasta que un día me escribió. En esa época era muy cría, no quería quedar mal con nadie, así que le respondí”.
Con las conversaciones volvieron las solicitudes de fotos íntimas: “Él intentaba que me sintiera cómoda con el tema, me lo planteaba poco a poco, con juegos de preguntas. Si me negaba o le decía que no estaba cómoda, me llamaba exagerada, que solo estábamos jugando. Me sentí muy invalidada”, relata Virginia.
“El acoso duró meses, le daba igual lo que dijera”
Según el Informe de Delitos contra la libertad sexual en España presentado por el Ministerio de Interior el pasado año, los ciberdelitos más comunes contra la libertad sexual son la pornografía de menores (38,9%) y el contacto por tecnología a un menor de 16 años (30,6%). Existe una línea muy definida entre víctimas y perpetradores: las víctimas en su mayoría son mujeres, el doble en la mayoría de tipologías de delito en la red. Mientras, el 96% de los investigados por delitos sexuales en Internet son hombres.
También hay una brecha de edad: hay más víctimas de entre 0 a 13 años y de 13 a 17 que la suma del resto de los grupos de edad: “Se observa un fenómeno asociado a la ciberdelincuencia sexual y es el relativo a que cuantitativamente las tres primeras tipologías están relacionados con hechos cuyas victimizaciones son menores, alcanzando aproximadamente el 78,5% del total de hechos conocidos”, detallan desde el informe. Por el contrario, “el perfil del ciberdelincuente sexual, es el de hombre, español, grupo de edad de de 18 a 30 o de 41 a 64 años y por delito relacionado con pornografía de menores”, apunta el documento.
Loola refiere que hay otros tipos de violencia de género que no están relacionados con la pareja: “Por ejemplo, hombres adultos que hacen peticiones sexuales a adolescentes; chicas que se muestran hipersexualizadas en las redes o ejercer presiones para que se envíen imágenes de contenido erótico”. Virginia recuerda cómo, tras semanas de presiones, “un día él me mandó una foto, así sin más. Estaba desnudo tapándose el pene con una toalla”.
“Tras verla me sentí presionada para mandarle también una foto”, describe Virginia, que detalla cómo se sintió forzada a “devolverle el favor” con otra imagen íntima. Al joven no le pareció suficiente, y le exigió a Virginia una imagen aún más explícita. “Cuando me negué, se enfadó mucho, y empezó a hablar mal de mí”.
Virginia recuerda cómo cesó el contacto tras ese incidente, hasta que, un año después, el chico comenzó a escribirle de forma incesante, en busca de más fotografías: “Ese acoso duró meses, le daba igual que le dijera que no estaba cómoda, que no quería saber nada de él. Solo paró cuando le amenacé con denunciarle”.
Ahí entran las “relaciones tóxicas”, con dos patrones distintos: de un lado, una violencia de género en la que el chico domina a la chica y quiere controlar su cuerpo, sus relaciones, y cómo expresa los aspectos de su personalidad. Y por otra parte, “otra violencia en escalada, que es bidireccional y tiene que ver también con el control y los celos”, refiere Loola Pérez.
Míriam es profesora de integración social en la Región: “Esta semana en clase hemos abordado la problemática de la violencia de género, desde la más visible como la publicidad y el lenguaje sexista hasta el control, los abusos y los asesinatos”. Según la docente de FP, que roza la treintena, es habitual para algunas de sus alumnas aceptar que sus novios tengan las claves de las cuentas de sus redes sociales y que controlen si ha aumentado “el número de seguidores después de salir de fiesta”.
Stickers ridiculizantes e insultos
“Los descalificativos a la imagen personal tomando como referencia los estereotipos de belleza, hacer stickers ridiculizantes o usar insultos tipo zorra o puta son moneda habitual en el ciberacoso; el objetivo es hacer dudar a la víctima y menoscabar su autoestima”, cuenta la sexóloga Loola Pérez. “La diferencia con la violencia cara a cara es que hay una imagen de impunidad, una pantalla nos separa de la víctima y muchas veces hasta que asume que no es delito y se justifica como una broma”.
Coincide Alfonso Javier de la Cerda Cisternes, inspector jefe que capitanea la Unidad de Atención a la Familia y Mujer (UFAM) de la Jefatura Superior de Policía de la Región de Murcia: “El ciberacoso tiene cada vez más presencia en nuestra sociedad; pero los ciudadanos no son plenamente conscientes de que ciertas prácticas de ciberacoso tienen consecuencia penal, sobre todo cuando nos encontramos ante jóvenes, que muchas veces han normalizado ciertas conductas”.
El inspector jefe reflexiona que “esta conciencia ha aumentado en los últimos años, gracias a que hay más campañas de sensibilización por parte de las administraciones; ello se ha visto favorecido por las últimas leyes al respecto y al trabajo de la Policía, que se han actualizado para reflejar nuevas realidades digitales como el ciberbullying”.
Alfonso de la Cerda Cisternes insiste en algo esencial y es que “cualquier tipo de violencia contra las mujeres a través de las redes sociales es delito, sencillamente por el hecho de ser violencia psicológica o sexual, y no hay ninguna diferencia con otro tipo de violencias; solamente va a distinguirse en las pruebas e indicios a obtener y en la forma de demostrar que existe esa violencia”.
Una de las diferencias va a consistir en el anonimato del autor, que hay que identificar a través de medios digitales y que conlleva “ciertas dificultades”.
Acosada con una pantalla de por medio
Es lo que le sucedió a Marta Hernández, víctima de acoso digital. “Hace tres años un chico empezó a mandarme con una cuenta anónima de Instagram fotos mías en biquini, eran fotos antiguas que había publicado en Facebook. En las fotos -y vídeos sin sonido- se veía el pene de un hombre que se estaba masturbando, pero no se le veía el rostro”.
“Me escribía mensajes utilizando mi nombre, por lo que debía conocerme personalmente porque la gente me suele llamar por mi apodo”, continúa Marta. A los dos o tres meses, volvió a la carga. “Era muy joven y lo dejé pasar, pero transcurrieron dos años y volvió a ocurrir, esta vez a mi WhatsApp y con el mismo tipo de contenido; entonces fue cuando lo denuncié a la Policía”.
Haciendo memoria, Marta recuerda que algo antes de que pasara todo aquello -un año antes aproximadamente- “un chico que conocía solo de redes se obsesionó conmigo, localizó dónde trabajaba, se presentó allí y luego empezó a subir a sus redes fotos de los lugares por donde yo pasaba y a mandarme mensajes; pero nunca supe si ambos acosadores eran la misma persona”. Tras la denuncia, nunca más volvió a pasar.
“Un acoso digital es igual que un acoso físico”, señalan desde la Asociación Stop Ciberviolencia Digital; por lo que “si te han insultado, amenazado o has sido víctima de cualquier delito digital no debes dudar y pedir ayuda”. El año 2023 evidenció un aumento significativo en la incidencia de violencia de género digital, según esta asociación. Y “las plataformas en línea se convirtieron en espacios donde proliferaron conductas abusivas, acoso, amenazas, difamación y otras formas de violencia destinadas a menoscabar la integridad y el bienestar de las mujeres y las niñas”, relata un informe de la Asociación.
Prevención y reinserción, claves para frenar el ciberacoso
Está claro que una de las claves para frenar la violencia de género digital es la prevención. Desde la Consejería murciana de Política Social, Familias e Igualdad llevan décadas con programas de prevención al ciberacoso y la violencia de género digital: “Nosotros no nos hemos criado en el ámbito digital, pero los jóvenes de ahora les han salido prácticamente los dientes en este espacio”, explica Gustavo Tapioles, psicólogo de la asociación R-Inicia-T, que colabora con la cartera de Política Social para frenar la violencia de género digital. “Supone un gran problema porque los jóvenes tienen este tipo de violencia muy normalizada”, abunda.
“Hemos elaborado una guía, que pretende ser accesible para todos, resumiendo de forma clara los tipos de ciberacoso y de violencia de género en Internet”, explica Felipe Martín, también psicólogo de la asociación R-Inicia-T. “También hay recursos sobre qué hacer si eres víctima, y para saber si estás acosando alguien o, en su defecto, estás siendo testigo de un ciberacoso”.
Ambos inciden en que se debe abordar la violencia de género digital de manera transversal: “Tenemos, por ejemplo, programas de formación y sensibilización contra la violencia de género digital para personas con discapacidad. Vimos en su momento que era una parte que se encontraba un poco olvidada. Los temas de violencia de género o agresión sexual han sido siempre un tema muy tabú,” apunta Martín.
Una de sus mayores victorias está en PRIA-MA, un programa de intervención para agresores de violencia de género en medidas alternativas. Se está aplicando de manera pionera en el área judicial de Cartagena de la mano de la asociación R-inicia-T. Martín y Tapioles, que gestionan este programa, explican que a él acuden agresores de violencia de género condenados a menos de dos años de prisión sin antecedentes: “Antes lo que venían haciendo eran los trabajos en beneficio de la comunidad que resultan poco efectivos de cara a la reinserción. Ahora pasan por terapia individual y grupal en materia de estereotipos de género, control de impulsos y reestructuración cognitiva”.
Martín abunda en que con anterioridad a estos programas “la reincidencia rondaba el 40%”, unas cifras que han conseguido bajar a menos del 7%: “El objetivo de las condenas no es exclusivamente punitivo, busca la reinserción del penado. Debemos tener en cuenta que, cuando no entran a prisión, siguen formando parte de nuestra sociedad, relacionándose y estableciendo nuevas relaciones de pareja”.
Cómo denunciar
El jefe de la UFAM apunta que -al igual que en cualquier tipo de violencia contra las mujeres- lo más importante para su persecución por parte de las autoridades judiciales y policiales es que medie denuncia, ya que en muchas ocasiones es la única forma de tener conocimiento de los hechos, que han podido tener lugar en un ámbito más privado como podría ser a través de WhatsApp.
Para que esa denuncia sea “fructífera” es “esencial” que las víctimas guarden todas las pruebas que sea posible, a través de capturas de pantalla de los mensajes o publicaciones, aportando los enlaces de las páginas donde haya tenido lugar el ciberacoso, indicando los perfiles de los presuntos autores, así como facilitando copia de los correos electrónicos o los mensajes que haya recibido.