La división del carlismo que culminó en Montejurra 1976: del “Dios, Patria, Rey” al “Socialismo, Federalismo, Autogestión”
Esta semana distintos documentos confidenciales revelados por el Partido Carlista han confirmado lo que muchos historiadores de este movimiento político y de la Transición española ya sospechaban, que el Estado había colaborado con el bando “tradicionalista” del carlismo que, con el apoyo de ultraderechistas españoles, fascistas italianos, portugueses y argentinos, planearon un ataque contra los miembros del Partido Carlista, que en los últimos años había girado hacia un ideario “socialista” y “autogestionario” en la ladera de Montejurra (Estella) en 1976. Unos sucesos que terminaron con la muerte de dos personas y más de 30 heridas.
Como revelan las cartas ahora conocidas, el objetivo del Gobierno de Arias Navarro, a través de su ministro de Gobernación, Manuel Fraga, era debilitar a la facción mayoritaria del carlismo liderada por el heredero Carlos Hugo de Borbón-Parma, contraria al ideario franquista y a Juan Carlos I, que cada año reunía el primer fin de semana de mayo a decenas de miles de personas en Montejurra, punto de referencia carlista por haber sido escenario bélico en las guerras carlistas, para homenajear a los requetés que murieron en la Guerra Civil, y que fuera Sixto –hermano de Carlos Hugo–, cercano al régimen y que había prometido “lealtad” a Juan Carlos, quien liderara a este movimiento político.
Pero las diferencias entre carlistas no eran nuevas. Como explica Antonio Rivera, catedrático en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) y autor del libro 'Historia de las derechas en España', “el carlismo no es un movimiento ideológicamente sólido” y que se ha caracterizado a lo largo de su historia –desde que Isabel II accede al trono en 1843 en lugar de Carlos María Isidro tras la muerte de Fernando VII– por ser un movimiento “que funciona a la contra”, primero del liberalismo en el siglo XIX, y después de los discursos revolucionarios de los años 30 del siglo XX, lo que lo llevó, entre otros motivos, a unirse al bando franquista tras el golpe de Estado de julio de 1936.
De los Tercios de Requetés al socialismo autogestionario
De igual manera, en la dictadura, y sobre todo a partir del decreto de Unificación de 1937 por el que las fuerzas políticas que se habían sumado al golpe quedaron integradas en la Falange, algunos dirigentes del carlismo comenzaron a formular posiciones “levemente disidentes” contra el régimen, apunta Rivera. Otros, como Esteban Bilbao, ministro de Justicia entre 1939 y 1943 y presidente de las Cortes hasta 1965, o Tomás Domínguez Arévalo, Conde de Rodezno, se mantuvieron fieles al franquismo. “La asunción por el partido unificado de los principios ideológicos de la Falange fue un duro golpe para el carlismo, cuyos dirigentes comenzaron a comprender que el nuevo Estado se construiría al margen de sus ideas”, señala el político y escritor Jaime Ignacio del Burgo en el libro 'El carlismo y su agónico final'.
La herida se agranda cuando Franco, en 1937, ordena la expulsión de España de Javier de Borbón-Parma, padre de Carlos Hugo y Sixto y sucesor carlista en aquellos años, lo que hizo que el movimiento quedase “descabezado” en España. Javier, además, expulsó del partido, entonces llamado Comunión Tradicionalista, a aquellos que se integraron en la Falange. “Los tercios de requetés desfilaron con las tropas victoriosas en el desfile que tuvo lugar en Madrid el 19 de mayo de 1939. El carlismo había ganado la guerra pero, huérfano de monarca y descabezada su dirección, perdió clamorosamente la paz”, escribe Del Burgo.
“Aunque las bases del carlismo siguen siendo católicas, muy conservadoras y tremendamente reaccionarias ven que el franquismo no se asemeja a lo que es el carlismo, un movimiento tradicional. El franquismo no deja de ser una dictadura militar personalista típica del siglo XX de la que el carlismo no se siente del todo representado”, apostilla el catedrático Antonio Rivera. Es en ese contexto de la España centralista cuando en los años 60, Carlos Hugo, a quien Javier ya ha puesto al frente del movimiento, y que había estudiado en la Universidad de Oxford y en Estados Unidos, promueve el cambio ideológico del carlismo hacia el socialismo autogestionario, que para Rivera supone una “anomalía histórica” y que se explica también en parte como una reacción a la decisión de Franco de que sean Juan Carlos I y no él, quien también era una de las opciones que manejaba el dictador, quien le suceda tras su muerte al frente de la jefatura del Estado.
“Carlos Hugo plantea una concepción federal, pero anterior al Estado liberal, defendiendo una soberanía originaria de las regiones que existían antes del estado moderno, es decir, utiliza conceptos del pasado para referirse al presente”. Así incluso, tras el franquismo, el Partido Carlista llegó a cambiar el tradicional lema “Dios, Patria, Rey” por “Socialismo, Federalismo, Autogestión”, si bien, en realidad, como sostiene Rivera no un federalismo como el que entendemos en la actualidad. “Los carlistas vuelven al punto de partida original de la España de Carlos III o Carlos IV, es un movimiento muy pegado a lo local, a las regiones que existían antes del estado moderno”.
Una importante mayoría de las bases se alinea con el nuevo ideario de Carlos Hugo, un socialismo autogestionario que estaba “de moda” a finales de los años 60 en ciertos ámbitos de la población “porque de alguna manera no es un socialismo marxista que no se alinea con las tesis clásicas socialistas que en el marco de la Guerra Fría se identificaba con la Unión Soviética o los partidos comunistas y tampoco es una opción de derechas”, explica el catedrático de la UPV/EHU Antonio Rivera, quien añade: “Eso implica estar ni en un sitio ni en otro, lo que también es muy típico del carlismo, estar por encima de las corrientes políticas modernas”. Incluso se llega a dar la circunstancia de que en la Transición gente de extrema derecha se presenta como candidato del Partido Carlista socialista y autogestionario.
A través de grupos de trabajo y asambleas, las bases carlistas comenzaron a diseñar su nuevo ideario. En ellas participó como jefe de estudiantes carlistas de Madrid Juan Riñon, que cuenta a elDiario.es que fueron numerosas las reuniones y que todo el proceso fue “muy asambleario”. Es en una de esas asambleas en las que se llega a plantear el derecho a la autodeterminación de los pueblos o la integración de Navarra en Euskadi, lo que llevó a que el partido en estos dos territorios se denominase Partido Carlista de Euskal Herria - Euskal Herriko Karlista Alderdia.
“Montejurra se convirtió a finales de los años 60 en un acto político contrario al régimen, recuerdo ver cómo se quemaban fotografías de Franco”, indica este antiguo carlista. Así, poco a poco este acto anual terminó convirtiéndose en el acto político ajeno a la dictadura que mayor número de personas conseguía congregar, algunas con al rededor de los 100.000 asistentes, según las crónicas de la época.
“Considero que Mayo del 68 también influyó mucho entre los jóvenes en esa especie de revolución contra el sistema, que también se reflejó en los que éramos carlistas, que evolucionamos en la forma de tomar las decisiones y de organizarnos”, añade Juan Riñon.
Durante estos años también fueron muchos los carlistas que abandonaron el partido al no aceptar la nueva ideología y por pensar que se estaban “traicionando” los principios originales del carlismo. De igual manera, fueron frecuentes los ataques por parte de grupos de extrema derecha, como el atentado de Begoña (Bilbao) de 1942 en el que un grupo de falangistas detonó un paquete bomba en una concentración carlista provocando la muerte de tres personas y dejando a decenas de heridos y la prohibición de algunos actos políticos organizados para criticar el régimen.
Montejurra 1976
Esta masa del carlismo más tradicional, reaccionaria y que rechaza las nuevas tesis “socialistas” del carlismo de Carlos Hugo comienza a agruparse bajo la figura de Sixto y otros carlistas ligados al régimen como el propio José Luis Rodríguez de Gordoa, gobernador civil de Navarra que intercambia cartas con Manuel Fraga o José Arturo Márquez de Prado, quien también promete lealtad al rey Juan Carlos.
En 1976, al comienzo de la Transición, el aparato “todavía franquista” del Estado trata de frenar el crecimiento de las nuevas tesis de Carlos Hugo, al que consideraban “subversivo” contra Juan Carlos I y, según revelan los documentos confidenciales desvelados por el Partido Carlista, actuaron a favor del bando “tradicionalista” facilitando recursos para que se produjera el enfrentamiento.
El Gobierno de Arias Navarro era consciente de que el carlismo era uno de los movimientos con más base popular, pero en el que a su vez están en confrontación sectores más conservadores y reaccionarios tradicionalistas con sectores “modernistas”. “El Gobierno, de derechas, lo que trata es que prospere el sector conservador y no el carlismo que se enfrentaba a la monarquía de Juan Carlos y que estaba dentro de la Junta Democrática con el Partido Comunista”, apunta Rivera.
El Partido Carlista no pudo presentarse a las primeras elecciones democráticas de 1977 por no ser legalizado por Adolfo Suárez y desde entonces ha ido perdiendo peso paulatinamente hasta convertirse en la pequeña minoría que es en la actualidad. Por el camino llegó incluso a integrarse durante un corto periodo de tiempo en Izquierda Unida. Por otro lado, en los años 80 surgió la Comunión Tradicionalista Carlista, partido fundado por los herederos del carlismo más tradicional y de posiciones de extrema derecha, que si bien hoy también representa una pequeña minoría, es mayoritario dentro del carlismo.
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