Gallipienzo se monta en el tractor para salvar el pueblo del fuego que arrasa Navarra: “Era un infierno”

El municipio navarro de Gallipienzo Nuevo, de apenas un centenar de habitantes, se convirtió durante la madrugada de este martes en “un auténtico infierno”, relatan algunos de sus vecinos, todavía realojados en localidades aledañas ante el riesgo de que las llamas continúen avanzando o rebroten focos ya estabilizados. A unos metros del pueblo, en la sierra de Zaldinaga, ahora totalmente calcinada, trabajaron sin descanso durante toda la noche efectivos de los Bomberos de Navarra, así como de otras tres autonomías -Euskadi, Aragón y La Rioja-, y de la Unidad Militar de Emergencias (UME). También fue esencial la ayuda de vecinos que se quedaron como voluntarios a realizar cortafuegos con maquinaria agrícola. Entre todos lograron frenar el avance de las llamas y salvar Gallipienzo, cuyo núcleo urbano no se vio afectado, y donde a lo largo del martes han continuado las labores de extinción. Es lo mismo que se ha repetido en muchos pueblos estos días en que se ha quemado en Navarra cuatro veces la superficie de Pamplona.

Los accesos a este pueblo continúan cerrados y a unos siete kilómetros de su entrada vehículos de la Policía Foral se encargan de desviar el tráfico. Un agente asegura a este periódico que en los 20 años que lleva en el cuerpo “no había visto nada igual”. A escasos metros de este control de tráfico varios miembros de la UME se preparan para una jornada de vigilancia en los focos que se han ido estabilizando en Eslava. “Los equipos nos dividimos en dos grupos, unos se encargan de perimetrar la zona refrescando con agua el terreno calcinado, mientras otros van detrás controlando si hay columnas de humo que nos indiquen que ha habido un rebrote”, explica un militar mientras termina de preparar su equipo. Confiesa estar “preocupado” por lo que pueda suceder en las próximas horas a medida que la temperatura vaya en ascenso. “Tenemos que darnos prisa, hay mucho campo de trigo en la zona y con el calor y la falta de humedad el riesgo de rebrote es muy alto”, se resigna.

Cada pocos minutos aparecen en escena dos hidroaviones y un helicóptero, que tras cargar sus depósitos en el embalse de Yesa, se pierden tras una inmensa nube de humo para soltar el agua en las inmediaciones de Gallipienzo. Desde una mediana en la carretera, Ramón, vecino de la localidad, enseña a algunos periodistas las fotos del antes y el después de las sierras de Beragu y Zaldinaga. Con el susto todavía en el cuerpo, relata cómo a las 23:00 horas del lunes fueron desalojados por la Policía Foral del hotel que regenta. “Las llamas estaban a 300 metros del pueblo”, indica. Al amanecer ha intentado volver sin éxito a Gallipienzo, al que tiene la esperanza de regresar “en las próximas horas”.

Diez de los vecinos de esta localidad han pasado la noche en el polideportivo de Sangüesa, que ha sido acondicionado por Cruz Roja para acoger a personas evacuadas, junto con otras 32 del municipio de Lerga, también asolado por el fuego. Entre ellos, Iñaki Iriarte, que relata haber pasado “la peor noche” de su vida por no saber si su casa sobreviviría a las llamas, cosa que comprobó en la mañana del lunes. “Me cambió la cara del alivio”, apostilla. El monte, sin embargo, no tuvo la misma suerte y el incendio que provenía de Ujué se lo llevó por delante. “Campo, monte, pinares o campos de cereal se han convertido en ceniza”. 

Las canastas y porterías del polideportivo municipal de Sangüesa son testigos del miedo de muchas familias a las que el personal de Cruz Roja trata de calmar, pero sin dar “falsas esperanzas”. Personal de esta institución dio respuesta “inmediata” a desalojo de los vecinos de localidades de alrededor e instaló en poco tiempo 50 camas, explica la técnica de desarrollo local en Sangüesa, Paqui Duque. Además de ayudar a los vecinos, Cruz Roja también se ha encargado de avituallar a los bomberos que están combatiendo el fuego: “A las tres de la mañana hemos tenido que llevar comida y bebida a 15 bomberos de Gallipienzo”, relata.

A trece kilómetros de Sangüesa, en Yesa, en la frontera con Aragón, en la última semana han vivido dos momentos críticos. El primero de ellos, el pasado jueves en la sierra de Leyre que obligó a evacuar a los monjes del monasterio; el segundo, este lunes, cuando un incendio provocado por una persona que ya ha sido detenida volvió a obligar en desalojo de algunos turistas. En la terraza de un restaurante del pueblo, tres vecinas apuran el café rememorando estos episodios. “Un poco de miedo teníamos”, reconoce una de ellas. “El de la semana pasada fue el que más complicaciones tuvo, el humo llegaba hasta las casas”, apostilla otra. La conversación es interrumpida por un vecino que cuenta que estuvo “ayudando con unas paletas que nos dieron los bomberos” a estabilizar el fuego.

Las esperanzas de vecinos e instituciones están puestas en que la bajada de las temperaturas y la lluvia que se espera para el jueves faciliten las labores de extinción para que todas aquellas personas que han sido trasladadas puedan regresar a sus casas.