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“Existe el riesgo de creer que la solución a la delincuencia pasa por aplicar penas más duras”

Gema Varona, doctora investigadora en el Instituto Vasco de Criminología y profesora de Victimología y de Política Criminal en la UPV/EHU

Amaia Otazu

Gema Varona Martínez (1969) es doctora investigadora en el Instituto Vasco de Criminología y profesora de Victimología y de Política Criminal en la UPV/EHU. Junto con dos profesoras de la Universidad Pública de Navarra, Lohitzune Zuloaga Lojo, del Departamento de Sociología y Trabajo Social, y Paz Francés Lecumberri, del Departamento de Derecho, han cuestionado en un libro los mitos sobre delincuentes, víctimas y sobre las políticas públicas. Bajo el título Mitos sobre delincuentes y víctimas. Argumentos contra la falsedad y la manipulación, las tres coautoras buscan reflexionar, entre otras cuestiones, sobre los motivos que nos llevan como sociedad a exigir un endurecimiento de las condenas para aquellas personas que incumplen la ley. En total, abordan 30 mitos y abren la puerta a que “podamos contrastar desde diferentes perspectivas y ser así menos ciegos”.

Mitos sobre delincuentes y víctimas. Argumentos contra la falsedad y la manipulación

¿Por qué surge la necesidad de escribir este libro?

La idea surge de la experiencia cotidiana a la hora de demostrar cómo son las reacciones sociales a los delitos, los perfiles de las personas que delinquen, o los perfiles de las víctimas; y la demanda de políticas públicas al respecto. Al encender la televisión, al ver las redes sociales, mis compañeras de la Universidad Pública de Navarra -que ha sido tan generosa de fomentar el proyecto-, Lohitzune Zuloaga y Paz Francés, junto con el Instituto Vasco de Criminología, veíamos que había una necesidad de clarificación. Surge desde la preocupación por los mitos existentes que terminan influyendo en nuestra manera de pensar y, finalmente, en nuestras leyes y políticas. No queríamos hacerlo en plan elitista para que solo nos leyesen las personas más entendidas, sino intentar hacer una obra más dinámica con un lenguaje asequible, con temas de interés y con una lectura sencilla.

El libro se divide en tres grandes apartados: mitos sobre delincuentes, sobre las víctimas y sobre las políticas públicas. En total son 30 mitos. ¿Cuáles destacarías? ¿Qué mitos podemos encontrar en la sociedad sin plantearnos siquiera que puedan ser mentira?

Hay muchas cuestiones que son debatibles porque a veces las metodologías o los datos que tenemos no son concluyentes en un tema tan complejo como es el comportamiento humano delictivo. Lo que nosotras planteamos es, en primer lugar, la necesidad de cuestionar la manera en que vemos los delitos, a las víctimas, a las personas que delinquen y cuáles tienen que ser las respuestas políticas pertinentes. Y dentro de eso, hay un primer cuestionamiento que es que la mayor parte de los delitos no se denuncian. Depende de los países y del tipo de delitos, pero se incluyen también delitos graves, como los de carácter sexual. Hay toda una serie de explicaciones que tienen que ver con la confianza en el sistema penal, con el apoyo que sienten por parte de la sociedad, pero también con otro tipo de cuestiones que pueden ser más personales, interpersonales o estructurales. En general, lo que sabemos ya desde la Ilustración, es que el Derecho Penal es un instrumento muy torpe para solucionar un problema social como es la delincuencia y la victimización. Es un instrumento que, además, debería ser utilizado como último recurso por las consecuencias tan graves que acarrea. Existe el riesgo en la actualidad, -dentro de una política de polarización, del amigo-enemigo- de una manipulación política y emocional, y de hacernos creer que la solución al problema de la delincuencia -que es muy diversa porque no es lo mismo un blanqueo de capitales que una violación- pasa por aplicar penas más duras.

Penas que aparecen en el Código Penal...

Cambiar el Código Penal es relativamente sencillo, pero se está haciendo sin estudios profundos criminológicos y sin evaluar qué impacto tiene. Lo que vemos es que, en general, incrementar las penas no contribuye a que haya menos delitos, ni a la recuperación y reparación de las víctimas, ni a la reinserción de las personas condenadas. Hay un sistema de justicia penal que fue una gran conquista en la Ilustración respecto a la Inquisición en cuanto a que es un sistema más humano y más racional, pero que ocasiona toda una serie de efectos. A lo mejor el delito no lo hemos podido prevenir, pero esos daños adicionales que ocasiona el propio sistema penal, sí se podrían prevenir con una serie de medidas, como podría ser fomentar la justicia restaurativa o las alternativas a la prisión.

Entre las reflexiones que ofrecen, plantean la búsqueda y planteamiento de sistemas que no impliquen la pérdida del principio de humanidad. ¿Hemos perdido como sociedad ese principio de humanidad al evaluar actos que incumplen nuestras leyes?

La manera de poner un freno a la violencia es el principio de humanidad. El Derecho Penal pone entonces en práctica el principio de proporcionalidad, pero también reconoce que hay un principio de humanidad. Es decir, hay delitos que son irreparables y no hay una pena proporcional que pueda reparar el delito. Ahí entra en juego el principio de humanidad y el reconocimiento de que la violencia tiene que tener un freno y que el sistema de reacción no puede ser otro crimen. Bernard Shaw ya decía que muchas veces, determinadas condiciones de la prisión o cómo se lleva a cabo el castigo, es un crimen en sí mismo.

[La entrevista ha sido realizada antes de conocerse la sentencia del Supremo sobre el caso Alsasua]. Hablando de desproporción y del daño que se puede hacer, tenemos muy próximo el “Caso Alsasua”. La sociedad se ha dividido prácticamente en dos bandos: cuanto más duras las penas, mejor; o menos años de prisión o absolución. ¿Por qué tenemos la mentalidad de que cuantos más años se pasan en la cárcel, mejor se castiga un delito? ¿O es simplemente una cuestión de venganza?

Yo creo que uno de los problemas clave es que nadie nos ha explicado cómo funciona la prisión. En muy pocas ocasiones, los estudiantes de Derecho que van a terminar siendo fiscales o jueces o abogados van a prisión para saber qué es. Al fin y al cabo, la prisión es un fracaso de la propia sociedad, y esto no se reconoce. Se pone el foco solamente en la responsabilidad individual de esa persona, que tiene que ser así, sí, pero también es necesario comprometernos como sociedad con las personas que delinquen, con sus familias, con las víctimas... Y preguntarnos si lo que estamos haciendo está realmente contribuyendo a la reinserción de esas personas y a la recuperación y reparación de las víctimas. Esto es algo sobre lo que no hablamos en los colegios. Cuando nosotros preguntamos a los niños que quién es una persona mala, muchas veces dibujan una prisión. Hemos naturalizado algo que no es natural, que es relacionar la comisión de una infracción delictiva con la pena de prisión.

¿Necesitamos la cárcel?

Yo no estoy diciendo que no se necesite la prisión. Hay una utopía que busca dirigirse hacia el abolicionismo. En todo caso, hacia lo que sí nos podemos dirigir es hacia una reducción del uso de la prisión y a un entendimiento de la prisión como un lugar que no solo es de vigilancia, además de dotarle de más recursos. Es muy importante hablar de qué es la prisión, pero, sobre todo, que nos preguntemos si podemos crear otras alternativas. No hemos innovado demasiado desde que a finales del siglo XIX surgió la prisión tal y como está configurada en la actualidad. En nuestro país, en concreto, hacemos un uso muy extensivo de la prisión que conlleva daños muy costosos, también en el plano económico.

¿Podríamos decir que a día de hoy la prisión en nuestro país no es útil?

No, yo creo que esa es una afirmación del tipo que queremos evitar. Nuestro libro está lleno de matices. Dice una cosa, pero argumenta si podría ser la otra. Es decir, nos interesa esa dialéctica. Nos interesa debatir contigo. Eso sí, vamos a debatir con hechos, con cifras, con resultados de investigaciones empíricas y con valores, porque también están en juego valores como la humanidad. Y están en juego independientemente de los hechos, de los datos. Lo que sabemos de la prisión es que no cumple todos los fines que dice cumplir para la mayor parte de las personas. En todo caso, hoy por hoy no hemos inventado nada mejor y lo que tenemos hoy en día es un uso, a mi modo de ver,demasiado extensivo de la prisión. La percepción que tienen las personas es al revés, que las personas delincuentes entran por una puerta y salen por otra. Precisamente ese es uno de los mitos que desarrolla una de las coautoras del libro, y aquí sí que tenemos cifras. Vemos que el Código Penal se ha ido endureciendo y al mismo tiempo, ocurre que hay determinados delitos que tienen una consideración diferente, tanto social como jurídicamente. Es decir, hay delitos que tienen una mayor visibilidad que otros, y hay más medios para perseguirlos. Y luego, por supuesto, entran también en consideración las decisiones de jueces y jurados, que no son máquinas ni robots.

Habla del uso extensivo de las cárceles, pero por ejemplo, tenemos el caso de la cárcel de Pamplona, que está infrautilizada. No hay ni 300 reclusos y tiene una capacidad para 1.000. ¿Cuándo habla de aplicación extensiva es porque considera que se condena a demasiadas personas o porque se opta por la prisión antes que por otras alternativas?

Es cierto que en los últimos años, si vemos las estadísticas de Instituciones Penitenciarias, el número de reclusos ha disminuido; y esto es algo que ha sucedido también en otros países. Sin embargo, en las tasas de prisión que elabora el Consejo de Europa y otros organismos internacionales, España no sale muy bien parada. Se identifican dos cuestiones: la primera es que, en comparación con otros países, se pasa mucho más tiempo en prisión para los mismos tipos de delito; y en segundo lugar, que se hace un uso de la prisión mucho mayor que en otros países, donde se utilizan alternativas. No utilizar la prisión no significa no utilizar nada, sino emplear otras respuestas más adecuadas orientadas a prevenir la reincidencia, a favorecer la reinserción, la reparación de las víctimas. Va en ese sentido y es un camino mucho más complejo que mandar a una persona a prisión cada vez que se produce un delito. Es imposible una sociedad sin delitos, eso ya lo sabemos, pero podemos intentar prevenirlos, y cuando suceden, dar una mayor intervención y no causar más daño. Creo que lo importante es pensar cómo podemos crear cárceles más humanas mientras no inventemos algo mejor, y hacer un uso mucho más restrictivo de ellas. Al mismo tiempo, es necesario intervenir en prevención social, en educación, en otro tipo de soluciones que no son impunidad. No tiene nada que ver con la impunidad, sino que son sanciones rigurosas, pero mucho más efectivas en términos humanos y de prevención.

¿A qué alternativas se refiere cuando habla de respuestas más adecuadas que la prisión?

Hay diferentes alternativas. Si pensamos en el inicio del proceso judicial, podemos hablar de la suspensión de la ejecución de la pena. Muchas veces hay una suspensión en condenas de hasta dos años de prisión, pero no hay suficientes plazas en programas de rehabilitación o programas de otro tipo. Aquí puede involucrarse la sociedad y que las instituciones financien programas para crear cosas novedosas y, por supuesto, evaluadas. Todas las alternativas a la prisión pasan por una serie de evaluaciones rigurosas para ver cómo funcionan. De hecho, se miran más con lupa que la propia prisión. También hay otro tipo de alternativas, como la justicia restaurativa, que tiene una cierta complejidad. Tenemos una mención en el Estatuto de la Víctima que traspone una directiva europea y que no es solamente un encuentro entre víctima y victimario. La justicia restaurativa, además, se puede hacer en cualquier momento del proceso, ya sea en el momento del enjuiciamiento, de la instrucción, de la ejecución. Vemos que es una justicia que tiene particular interés, sobre todo para las víctimas. Las víctimas, en general, se sienten bastante maltratadas por el sistema de Justicia porque este gira fundamentalmente alrededor del castigo de la persona que se está juzgando. La cuestión que se debate hoy en día es si deberíamos crear unos sistemas más acogedores para las víctimas para no causarles más daño porque muchas de ellas no van a ver detenida a la persona que cometió el daño contra ellas. Hay muchísimos casos en los que no se detiene a nadie o en los que, aunque se detenga, no se puede probar que esa persona es culpable o incluso, hay delitos que ya están prescritos. Por ejemplo, estamos viendo ahora muchos casos de abusos sexuales que están prescritos y la justicia penal ya no tiene nada que decir a esas víctimas. Hay víctimas reales, pero como todo gira alrededor del castigo al culpable, no se les da una respuesta.

¿Hasta qué punto puede la justicia restaurativa “compensar” a las víctimas de determinados delitos? Ha mencionado los casos de abusos sexuales, pero por ejemplo, ¿cómo se puede reparar a un familiar de una persona asesinada? ¿Qué plantea el sistema para este tipo de cuestiones?

Cuando hablamos de delitos graves y vamos a poner el ejemplo concreto del homicidio, evidentemente los daños son irreparables. Y aquí cabe aplicar el principio de humanidad. No podemos pensar en el daño por daño y no existe una pena proporcional. La justicia restaurativa juega con ese principio de humanidad, es un conjunto de valores y de principios que pretende dar una respuesta diferente al delito. Se enfoca, no tanto en el delito, sino en qué podemos hacer con las consecuencias de ese delito para que la víctima pueda seguir viviendo sin que el dolor la anule como persona. Entonces, la justicia restaurativa tiene tres patas. En primer lugar, son las víctimas que quieren narrar cuál ha sido el impacto del delito y plantear en qué medida se puede reparar, aunque sea irreparable. En segundo lugar, son los victimarios que se quieren hacer responsables. Y por otro lado, está la comunidad. En nuestro sistema jurídico se separa la recuperación de las víctimas de la reinserción del victimario; y la justicia restaurativa parte de la asunción de que en algún punto se encuentran. En el caso de un delito grave, la persona que ha cometido ese delito va a pasar años en prisión. Pero en ocasiones, las víctimas necesitan encontrarse con su agresor o, si su agresor no quiere, con un agresor de un delito similar, para romper un vínculo que es traumático.

¿Qué es exactamente la justicia restaurativa?

La justicia restaurativa no es terapia, puede llevar al perdón, pero no lo implica, y se centra en la reparación. La justicia restaurativa no es impunidad y no es sencilla. Es una justicia lenta, que espera los tiempos de las víctimas y los tiempos de los victimarios. Su mayor limitación es que es voluntaria. Es una alternativa más, nunca es imposición. La justicia restaurativa es una opción que busca cubrir todas las necesidades y las expectativas de Justicia que tiene la sociedad y que ahora no se cumplen.

¿Qué resultados está dado la aplicación de la justicia restaurativa? Tanto en Navarra como en Euskadi y en el resto del Estado.

Euskadi y Navarra son ejemplos importantes a considerar porque han hecho una apuesta por los servicios públicos de justicia restaurativa. Todo el mundo habla de esta justicia, pero si no se invierte en ella, no va a tener ningún impacto porque es una justicia lenta. Hay que manejar aspectos jurídicos, sociales y emocionales. Si no se invierte en ella, es imposible desarrollarla. Al mismo tiempo, los operadores jurídicos, los jueces y fiscales tienen que estar formados en justicia restaurativa. Es muy importante romper esos mitos de que es una justicia que se hace para abaratar costes o que es más sencilla o que es más blanda, porque no es así. Euskadi y Navarra son comunidades que han hecho una buena política pública que mira al medio y a largo plazo, y que de hecho se estudia desde otros países.

¿Ha influido en esa buena consideración que se tiene de Navarra y Euskadi la aplicación de medidas como la vía Nanclares para los miembros de ETA?

La vía Nanclares, los encuentros restaurativos, fue muy paradigmático. Sirvió como un ejemplo de que la justicia restaurativa, que en un principio surge para delitos menos graves en la jurisdicción de menores, tiene una potencialidad mucho mayor en delitos graves. Es una justicia que viene después de unos años, normalmente con una persona en prisión. Y es una justicia que permite trabajar daños personales y sociales muy profundos. Los encuentros restaurativos se estudian en otros países como algo paradigmático y esperanzador. Sin embargo, hay víctimas del terrorismo a las que no les interesan estos encuentros, y no son ni mejores ni peores. Nosotros hicimos una encuesta en el año 2013, y más de un tercio de los familiares de personas asesinadas, fundamentalmente por ETA, sí estaban interesados en los encuentros restaurativos. Sin embargo, ahora no existe esa infraestructura. Lo último que hemos oído del actual delegado del Gobierno en el País Vasco es que, quizá, si se constituye gobierno, se intentará un Nanclares 2, pero de momento no existe esa estructura. Lo cierto es que la justicia restaurativa es marginal y lo será siempre. Hay personas que son más optimistas que yo, pero desde el punto de vista de que es voluntaria, no va a interesar a todo el mundo. Y al que no le interese, no significa que sea peor persona, es una opción más.

¿Es una cuestión cultural?

No lo creo. Sí que hay algunas hipótesis que dicen que en nuestro país no estamos tan acostumbrados. Yo creo que es muy difícil cambiar un sistema tan antiguo y tan lleno de estructuras de poder como es la Administración de Justicia. Creo que también es una falta de colaboración entre profesionales, de desconfianza. Es muy importante trabajar con los profesionales de la Administración de Justicia para ver qué problemas tienen para desarrollarlo.

¿Qué le ha enseñado este libro?

Para mí, lo más bonito del libro ha sido intentar que sea una herramienta de debate y de diálogo. Personalmente ha sido muy enriquecedor trabajar con Lohitzune y con Paz, y debatir las propias soluciones. Es decir, todos tenemos asunciones. Lo importante es saber que las tenemos e intentar controlarlas. Cuestionar nuestras propias asunciones siempre nos abre a mundos ignotos que están ahí y no los vemos; nos hace ser prudentes y matizar. Creo que es muy importante ser consciente de eso para vivir en un mundo de matices, y no de afirmaciones rotundas. Para mí el libro ha sido un lugar de encuentro, un lugar donde poder contrastar la realidad desde diferentes disciplinas, para ver mejor y ser así menos ciegos.

¿Podemos seguir confiando en nuestro sistema de Justicia?

Sin duda. Por supuesto que podemos seguir confiando en nuestro sistema de Justicia. Yo tengo muchísimos compañeros que trabajan en él y creen profundamente en ese principio de humanidad y en la posibilidad de cambio con su trabajo. Lo que no podemos hacer es dejarle solos. Es importante crear espacios de encuentro entre los profesionales, los internos, las víctimas, sus familias.

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