Familias de menores transexuales: “Mi hijo no ha sufrido tanta transfobia como yo”
“Él no ha sufrido tanta transfobia como yo”. Con esas palabras, Natalia Aventín, presidenta de la Asociación de Familias de Menores Transexuales Chrysallis, recuerda las dificultades administrativas con las que se ha encontrado en los últimos años, mientras trataba que se reconociera oficialmente la identidad de Patrick, su hijo transexual de 10 años. “Patrick siempre fue Patrick”, recuerda. “No ha habido un proceso. Siempre se ha expresado como un niño y así lo hemos ido aceptando”, remarca. Los problemas a la hora de criar a su hijo han surgido siempre en su trato con la administración.
A finales de noviembre, el Congreso aprobaba, a pesar del rechazo del PP, iniciar la tramitación de una proposición del PSOE que elimina los requisitos médicos para que las personas trans cambien legalmente de sexo y nombre. La iniciativa acabaría con la obligación de disponer de un diagnóstico médico o psicológico que acreditara que esas personas que quieren modificar su nombre en sus documentos padecen disforia de género y que han sido tratadas un mínimo de dos años “para acomodar sus características físicas a las correspondientes al sexo reclamado”.
Así, el nuevo texto no exige más requisitos “que la declaración expresa de la persona interesada del nombre propio y sexo registral con los que se siente identificado/a”. Las condiciones se aplican también a menores, a quienes se les reconoce el “derecho a desarrollarse libremente durante su infancia y su adolescencia conforme a la identidad sexual y/o expresión de género sentida”, pudiendo solicitar la modificación de la mención registral a través de sus progenitores o representantes legales.
Es un triunfo de las familias con hijos, hijas e hijes –que no se identifican con ningún género– transexuales, que esperan que esa modificación legislativa facilite, al menos en el ámbito administrativo, su crecimiento en igualdad de derechos.
Aventín recuerda que, a la hora de criar a su hijo, el hecho de que fuera transexual no les supuso “ningún problema” en la primera infancia. “No teníamos ninguna expectativa en cuanto a su género. Sí nos despertó momentos de dudas y miedos cuando empezó con la pubertad”. Cuando su cuerpo empezó a desarrollarse, el joven “dejó de hacer algunas cosas” como participar en competiciones deportivas. Como madre, Aventín comenzó a informarse y se integró en la organización que hoy preside y que reúne a más de 650 familias de todo el Estado. A raíz de esas indagaciones, supo de la existencia de los llamados bloqueadores: un tratamiento que frena el desarrollo la pubertad. Esto impide que el cuerpo se pueda identificar socialmente con una identidad sexual no deseada.
Ella asegura que, en su entorno familiar, “nadie” ha cuestionado la identidad de su hijo, y que incluso su integración en la escuela, en una pequeña localidad del Valle de Benasque (Huesca), ha sido completamente normal. “Ya de pequeñito escribía el nombre con el que se identifica. Y siempre le han respetado muchísimo”. Pero aunque la presidenta de Chrysallis remarca que, socialmente no han tenido “ningún tipo de conflicto”, sí lamenta que en las aulas no se aborde su realidad. “Desde que entran en el colegio les identifican a los hombres y a las mujeres con unos determinados rasgos físicos y ahí no entra la diversidad”, señala.
“La crianza es igual”
A Sheila, de nueve años, e hija de Ananda Gallego, “le ha cambiado el carácter a raíz del tránsito”. La reacción de su grupo de iguales en el colegio también “fue de aceptación y apoyo”, aunque, al igual que Aventín, Gallego también considera “de vital importancia que se incluyan contenidos sobre identidad sexual y/o de género en el propio currículo educativo en todos los niveles”.
Para ella, darse cuenta y reconocer que su hija era transexual fue un alivio. “Siempre habíamos observado que pasaba algo. Veíamos que ella siempre se decantaba por todo lo considerado socialmente como femenino. Tenía una insatisfacción personal continua, siempre estaba enfadada. Ella misma me dijo que quería vivir como la niña que sentía que era. Y yo le pregunté: ‘¿Por qué no me lo has dicho antes?’ A lo que me ella me contestó: ‘Porque yo pensaba que esto solo me pasaba a mí y que era algo que no podía ser’. Tenía razón, habíamos hablado de la orientación sexual pero no de la identidad. Y es que de esto no se habla ni en el colegio ni en ninguna parte”.
Una vez asumida la transexualidad de su hija Sheila, de 9 años, surgieron los primeros temores. Sobre todo, “por lo poco preparada que está la sociedad y el sistema” para abordar esta realidad. “El miedo no viene al darte cuenta de que tienes una hija trans, viene cuando te das cuenta de que no hay información ni formación adecuada en ningún sector profesional incluyendo el educativo y el sanitario, ni protocolos de actuación en los centros escolares, al menos esa es la situación en la Comunidad de Madrid”, insiste.
La reacción del entorno en cuanto al tránsito social de la niña fue muy positiva, en palabras de Gallego. “Fue curioso que muchas personas nos dijeran que no les extrañaba”. Sí vivieron la preocupación de las abuelas “a la hora de enfrentarse a lo que no se conoce”. “Tenían la imagen de que las personas transexuales no tienen una vida fácil porque la sociedad se lo impide, y que se han visto tradicionalmente excluidas”. Gallego reconoce que se han encontrado con alguna persona que no ha acabado de comprender la situación y tiene claro cómo enfrentarse a estas actitudes: “Hemos optado por que quien no respete, deje de pertenecer a nuestro círculo”.
A día de hoy dice no tener miedo, sino impotencia. “Ante la estructura del sistema, que actualmente niega a mi hija sus derechos. Por ejemplo, no puede hacer uso del sistema sanitario sin ver vulnerada su intimidad, ya que le niegan la posibilidad de tener una tarjeta sanitaria con su nombre”. En definitiva, Gallego señala que “la crianza de una hija transexual es igual que la de una hija cisexual – término que sirve para describir a personas cuya identidad sexual coincide con la asignada al nacer–. La única diferencia es que tienes que estar continuamente luchando por sus derechos ante las trabas de la sociedad”.
Aprender a querer tu cuerpo
Como parte de su educación, las familias con menores transexuales luchan por desmontar el mito que dice que las personas trans nacen en un cuerpo equivocado. “Trabajamos para que quieran a su cuerpo”, asegura David Tello, padre de Dani, un niño trans de 10 años. Lamenta que las convenciones sociales no lo pongan fácil. “Cuando inició la pubertad, le hicimos entender que iba a tener la regla. Él se miraba los pechos y quería ser físicamente como el resto de niños”, recuerda. Por eso, para facilitar su socialización, también se decantaron por los bloqueadores. “Por desconocimiento”, apunta Tello, sus conocidos suelen preguntarle si su hijo se va a operar los genitales. Siempre les responde que el pequeño lo decidirá cuando sea adulto, pero advierte: “No es menos niño por no tener un pene”.
Tello y su mujer percibieron la transexualidad de su hijo desde que era muy pequeño. “En la guardería ya veíamos señales. Al principio no les das importancia y tratas de corregirlos. Por ejemplo, Dani nos enseñó un dibujo en el que se identificaba con un niño. Mi mujer era del extremo del rosa y él rechazaba esa ropa, por lo que teníamos peleas constantes. Incluso pensábamos que me idealizaba a mí como padre. Pero Dani siempre estaba triste. En el colegio nunca iba al lavabo porque no quería ir al de chicas. Hablaba en masculino y en las obras de teatro tenía que ser chico. Simplemente pensábamos que nos había salido una niña más masculina”.
El asunto explotó cuando un día Dani le preguntó a su madre que cuándo iba a poder ser él. “Mi mujer le dijo: cuando tengas 18 años. Y él lloró y lloró. Incluso se le caían capas de pelo por el estrés”. Tello y su mujer vieron un documental, 'El sexo sentido', que aborda la transexualidad, y vieron la luz. “Fuimos al pediatra y se lo explicamos. Él nos dijo que nunca había tratado a un niño trans y que hiciéramos que vistiera como quisiera, pero puertas para adentro. Salimos llorando, no sabíamos que hacer”. Entonces contactaron con Chrysallis y, tras hablar con su presidenta, decidieron comunicarse con el colegio e iniciar el “tránsito” de Dani, cuando tenía 7 años.
“En la escuela el tema se tomó muy bien. No les cogió de sorpresa. Incluso compañeros de Dani, una vez iniciado el tránsito, dijeron que ya sabían que era un niño. Dani empezó a ir al lavabo y se ha convertido en un niño súper feliz. Recuerdo la alegría al cortarle el pelo o cuando va con la ropa con la que se siente cómodo. Le cambió la cara por completo”. También tuvieron el apoyo de las familias del colegio, en Riera de Gaià (Tarragona), aunque se encontraron con algunas reticencias en su propio entorno. “Ahora a Dani le tratan como a un niño y tenemos el apoyo de toda la familia”. La decisión de visibilizar la transexualidad de su hijo ha sido, a su juicio, “la mejor” que han tomado nunca.