Menos adopciones internacionales y más tiempo de espera: las historias detrás de las cifras
“Siempre pensé que había muchos niños en orfanatos como para seguir trayendo niños al mundo”. Y así, hace trece años, comenzó la experiencia adoptiva de Gema. Cuenta esta madrileña de 43 años que cuando decidió poner en marcha su primera adopción no tenía pareja, trabajaba como maestra de educación especial y estudiaba Psicología. No tenía prisa, así que encaró el proceso siguiendo cada paso al “tran tran”. Entonces Etiopía acaba de abrir la adopción internacional, y no pasaron más de dos años hasta que pudo recoger a Belu. Ella tenía 30 años, su pequeño, nueve meses.
Cinco años después, en 2009 y ya casada con Santi, inició los trámites de la adopción de Amara, cuyo nombre, cuenta Gema orgullosa, significa Paraíso. Pero en esta ocasión el proceso fue “muy duro, muy difícil y muy diferente. Etiopía ya estaba colapsada y el gobierno empezó a poner cada vez más pegas para las adopciones”, explica, así que lo que se preveía como un proceso de “unos dos años” se alargó cinco. Lo peor de su experiencia fue, como relata, que desde que obtuvieron la asignación de la niña hasta que pudieron viajar a por ella pasaron ocho meses. “Tenía un mes y la conocimos con nueve”, recalca con pena.
A pesar de todo, nunca llegaron a desanimarse del todo y Gema afirma rotunda que adoptar a sus hijos es lo mejor que ha hecho nunca: “Esto es como los partos, cuando ves al niño se te pasa todo”. Afrontar la espera implica, en su opinión, “ir ajustando las expectativas y ser un poco flexible de mente. Aunque es frustrante, tu pensamiento y tu sentimiento tienen que ir acomodándose constantemente a lo que va pasando”.
El caso de Gema y su familia es solo una de las historias que componen el complejo mosaico de la adopción internacional, pero ejemplifica cómo ha ido evolucionando hasta llegar a la realidad actual: con tiempos de espera mucho más dilatados y muchas menos adopciones. Según el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, en 2011 se formalizaron en España 2.573 adopciones internacionales. En 2015, último año del que recogen datos, 799. Conforme a un estudio de la Universidad de Newcastle, en la década de 2004 a 2014, las adopciones internacionales bajaron un 85%.
La cifra es parecida en el caso de las adopciones nacionales: en 2015 se formalizaron 608 procesos. Hay también una similitud en lo que se refiere a tiempo de espera, de cinco a ocho años para ambas.
Noelia y José también ponen nombre a las cifras. Tras la experiencia de acogida de una niña saharaui, se embarcaron en la adopción hace cuatro años, cuando ella tenía 37 y él 40. Eligieron República Dominicana y, aunque según los cálculos iniciales, ya habrían conocido a su hijo o hija, los trámites se han retrasado. Ahora cuentan con que el proceso se va a alargar al menos hasta 2019; “unos seis años y medio o así” desde que lo iniciaran.
Para el representante de la Coordinadora de Asociaciones de Adopción y Acogimiento (CORA), Benedicto García, la instantánea de la adopción internacional es muy similar en el resto de Europa y “viene para quedarse”. Para explicarla, no puede obviarse, en su opinión el “boom” que en los noventa situó rápidamente a España en segundo lugar en adopciones internacionales tras Estados Unidos, y en el primero en relación a población y adoptados. Los tiempos para adoptar en China, recuerda, “llegaron entonces a ser de ocho meses”. Nada que ver con la realidad actual, constituida por muchos otros factores como el fomento de la adopción nacional en los países de origen, el aumento de la edad con que se llega a la adopción o el cambio del perfil de los niños susceptibles de ser adoptados: mayores de seis años y con necesidades especiales, en su mayoría, detalla García.
Carmen Pazos, de la asociación Mundi Adopta, alude además para explicar las actuales cifras a que algunos países no fomentan este tipo de adopción porque “no da buena imagen”, o a la falta de medios técnicos de algunos de ellos para aplicar el Convenio de la Haya, normativa europea que, aunque pretende ofrecer más garantías, muchas veces desemboca en una parálisis burocrática. Pazos se refiere además a factores “imposibles de prever”, como los cambios en la situación política o legislativa de los países de origen.
Ilusiones desgastadas
Que en el camino de la adopción puede haber muchos altibajos es algo que tienen claro Noelia y José. Como afirma José: “Te vas ilusionando y no te lo planteas, pero sabes que puede pasar cualquier cosa”. Anímicamente, ellos ya han pasado por varias fases y admiten que “ahora mismo, va ganando la negatividad” y que la opción de abandonar está sobre la mesa. “Si José quisiera yo abandonaría la adopción y pasaría a la acogida”, asegura Noelia. “Es un proceso muy costoso y muy difícil que solo se puede llevar con mucha ilusión. Nosotros hemos hecho muchas cosas por esa ilusión, pero aunque todo el mundo te dice que sigas con tu vida, en el fondo no lo haces y paralizas muchas cosas”.
En la misma línea, José se refiere al “kilómetro cero” como a “ese momento en el que por fin estáis los tres en casa” y que llegaría, en sus propias palabras, “después de muchos años y de mucho desgaste, cuando ya estás agotado”. “Si llegamos al final y viene el niño o la niña, yo voy a tener casi 47 años”, apunta. Noelia, por su parte, reflexiona: “Siempre pienso que una mujer cuando se queda embarazada de forma natural no se plantea tantas cosas como yo en todo este tiempo. Y, poco a poco, aunque se vive con mucha ilusión al principio, la batería se va desgastando. Yo me he fundido en el camino”.
Aunque ambos dicen sentirse mayores y un poco fuera “del ritmo normal”, creen que este proceso les ha unido como pareja y que lo que ocurra a partir de ahora seguirá formando parte de un proyecto común: “Adoptar es un proyecto de vida, pero pasan los años, la vida sigue y tu proyecto también, aunque va cambiando”.
Reducir la espera, pero no a toda costa
El Consejo Consultivo de Adopción Internacional, dicen en la Coordinadora de Asociaciones de Adopción y Acogimiento, ha terminado el borrador definitivo para desarrollar la Ley de Adopción Internacional. El texto contempla medidas como un registro único y nacional de solicitantes, así como una nueva regulación de los organismos acreditados para la adopción internacional (OAA, antiguas ECAIs). Se trata, explica, “de regular el flujo de entrada de solicitudes” y de facilitar “una información real y veraz que permita a las familias gestionar sus expectativas”. En este sentido, Benedicto García aclara: “Mejorar no implica que vaya a haber más adopciones, sino que se van a regular mejor las que hay”.
Aunque enfatiza la necesidad de presupuesto para que pueda ponerse en marcha, así como de financiación pública para que entidades como la suya, actualmente en una complicadísima situación económica, sobrevivan, Pazos ve la nueva ley con cierta esperanza. Con una norma clara y los medios adecuados, además de la ampliación del número de países con los que España tiene convenios de adopción, podrían, en su opinión, reducirse los plazos de espera, aunque no drásticamente. “No podemos permitir que los padres paguen procesos de cinco años o que se les dé costes cerrados sin saber cuánto tiempo va a durar su procedimiento. Es imposible. No puedes tener a una familia esperando por el mismo proceso de adopción diez años”, subraya.
Tanto Pazos como García están de acuerdo en cualquier caso en que existe una desproporción entre el número de adopciones internacionales que llegan a finalizarse y el de solicitudes, que no ha bajado proporcionalmente. Así, García asegura: “Cada vez hay más familias que tienen que desistir de su proyecto adoptivo porque es imposible o bien por tiempos o bien porque lo que se les ofrece no es viable para ellos”. Además, continúa: “Hay miles de expedientes en lista de espera que las asociaciones ya sabemos que es materialmente imposible que prosperen”. Un dramático ejemplo de cómo están las cosas es la reciente y definitiva suspensión de las adopciones internacionales en Etiopía. Por otro lado, según un comunicado de CORA, hay “más de 20.000 expedientes de familias españolas a la espera de asignación en diferentes países”.
Para evitar esta “bolsa de espera”, Pazos propone que los procesos de adopción se acoten, que no sean procesos “indefinidos temporalmente”. En su opinión, debería hacerse “un intento de unos años, que habrá que determinar cuántos son y, finalizado ese plazo, ir a otro procedimiento o cerrar”. La razón principal, algo difícil de medir en cifras: “No se trata solamente de plazos o de dinero. Es un proceso que afecta a lo más íntimo de tu ser, porque tener un hijo es algo muy deseado, muy esperado, muy querido”. Por eso, concluye: “Un objetivo nunca puede ser acortar plazos o reducir la espera a toda costa, que vengan más niños simplemente. No se trata de cuantos más mejor, sino de velar por sus derechos y poner nombre a los niños que no tienen familia”.