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ANÁLISIS

¿Qué clase de madre abandona a su hijo? De cómo muchas mujeres sienten a veces la necesidad de huir

2 de julio de 2022 22:25 h

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Qué clase de madre abandona a su hijo. Qué clase de madre fantasea con la idea de huir, o llega incluso a hacerlo, aunque sea temporalmente. Seguramente, la peor de las madres. Seguramente, casi todas las madres. Pero ninguna lo diremos en voz alta. Al menos hasta ahora: la literatura, el cine y las conversaciones empiezan a llenarse de voces que se pelean con esa identidad de madre siempre feliz, siempre dispuesta, siempre presente. Las costuras a punto de reventar de la maternidad, sus contradicciones, siguen, sin embargo, siendo un tabú contra el que luchan esos nuevos relatos.

Contra él pelea, por ejemplo, la periodista Begoña Gómez-Urzaiz en 'Las abandonadoras' (editorial Destino), un libro que nació, precisamente, de su inquietud ante una pregunta que le acechó después de ver 'Carol', la adaptación cinematográfica de la novela de Patricia Highsmith en la que la protagonista no ve otra salida que abandonar a su marido y a su hija para poder vivir como lesbiana. ¿Qué clase de madre abandona a su hijo? “La pregunta me ha asaltado muchas veces, juraría que contra mi voluntad, como si me encontrase poseída por la moralista que creo no ser, o un tipo de moralista que me incomoda”, escribe la periodista en la primera página de su libro.

Su obsesión la llevó a indagar en la vida de un puñado de mujeres ilustres -desde Ingrid Bergman a María Montessori, Mercè Rodoreda o Gala Dalí- cuyas maternidades distaron mucho de ese ideal que aún nos consume. Porque podemos entender a una madre que se separa de sus hijos por necesidad material o económica, pero en cuanto la cosa se complica un poco la comprensión se disipa y aparecen los juicios y el estupor.

La autora constata que el abandono se produce raras veces en el caso de las madres -“y hay que preguntarse por qué”- pero que el impulso de huir, la idea, es muy frecuente. “Otra cosa es que lo hagas. La cosa es que ese impulso está muy silenciado, no se suele comentar a nadie e interiormente tendemos a silenciarlo porque nos parece una idea aberrante”. No sucede lo mismo con el abandono paterno: las historias y la experiencia están llenas de familias en las que hubo un padre abandonador, un padre que se fue, “y no necesariamente por motivos económicos”. O padres teóricamente presentes pero realmente ausentes. Ni una ni otra circunstancia “se ve como algo tan problemático” como cuando hablamos de las madres, apunta Gómez-Urzaiz.

Poco conocida es la relación con la maternidad de la médica y pedagoga María Montessori, una de las figuras que Begoña Gómez-Urzaiz recoge en su libro. Reconocida mundialmente por su modelo educativo centrado en niños y niñas, Montessori abandonó a su hijo. Un embarazo inesperado y fuera del matrimonio a los 19 años, con un futuro prometedor por delante que podría truncarse si ese acontecimiento hubiera trascendido y Montessori hubiera tenido que ejercer la maternidad, hizo que su madre le impusiera una idea que ella aceptó: el niño, al que pusieron Mario, sería entregado a una familia de campesinos, a 45 kilómetros de Roma, donde una mujer haría de nodriza. Y así fue como la figura que predicaba una nueva forma de acercarse y educar a los niños abandonó a su hijo hasta que este tuvo 15 años.

Una mujer que abandona a su hijo es la antítesis del mito maternal. Una mujer que tiene ganas de salir corriendo de la maternidad reta a una sociedad que loa a las madres abnegadas y las sitúa en un perverso altar en el que les agradece sus sacrificios mientras ellas, en realidad, no pueden elegir si hacerlos o no. “Ser madre, al fin y al cabo, es una acumulación de culpas que van sobreponiéndose sin miedo a que se contradigan entre sí”, escribe Begoña Gómez-Urzaiz. Después del proceso de investigación para su libro, la escritora sostiene que el de la maternidad es el terreno que más resiste a los cambios que sí vemos en otros ámbitos o que incluso empeora.

Lo mismo opina la escritora Aroa Moreno Durán, que ha publicado recientemente 'La bajamar' (Literatura Random House), un libro cuya protagonista, Adirane, tiene mucho de esa madre en conflicto, una madre que necesita huir y lo hace. “Quería superar ese tabú pero me asusté al escribirlo y terminé por redimir un poco al personaje. Tenía miedo de que mucha gente no comprendiera las razones de la protagonista para irse”, explica. Su protagonista es una mujer que vive en una “encerrona muy poliédrica”, entre el desamor de su pareja, una historia familiar que arrastra desde la niñez y una maternidad reciente con la que no termina de reconciliarse.

También en el caso de Moreno fueron las inquietudes personales las que le llevaron a hacerse preguntas que desembocaron en este libro. “Cuando empecé a plantearme esta historia mi hijo era pequeño y yo me preguntaba: ¿qué sería lo más difícil de hacer para proteger a mi hijo? Alejarlo de mí, pensé. ¿Y si fuera yo lo que más daño le pudiera hacer, proyectando amargura, por ejemplo?, ¿es mejor tener una madre presente aunque no sea perfecta o una ausente?”. 'La bajamar' refleja, en realidad, varias formas de 'abandono' materno. Sin destripar más el libro: ¿es abandonar un hijo dejarlo en manos de desconocidos para alejarlo de una guerra, en la España de 1936 o en la Ucrania de 2022?

El mandato de la felicidad

Es posible que sean precisamente las exigencias y estereotipos que siguen pesando sobre las madres las que hagan que el deseo de huir sea a veces imperioso. Para Moreno, la más dura de las exigencias maternas es el mandato de la felicidad. “La exigencia de felicidad es la más cruel. Sí, tienes un hijo pero puede que no estés feliz, quizá no es por eso, o quizá sí. No me siento capaz de juzgar con claridad a una madre que se marcha.”, admite.

La premio Nobel de Literatura, Doris Lessing, es otra de las protagonistas del libro de Gómez-Urzaiz: la escritora dejó a sus dos primeros hijos en Rodesia del Sur mientras ella marchó a Londres con su tercer hijo, fruto de su segundo matrimonio y al parecer concebido en parte para redimirse de su primera maternidad. Ese niño y esa niña apenas tenían respectivamente un año y medio y tres cuando Lessing se marchó con su manuscrito dispuesta a empezar otra vida. Para Elena Ivánova Diakonova o Gala Éluard o Gala Dalí, la maternidad fue, a veces, insoportable. “Después de conocer a Dalí ella ya no tuvo interés por mí”, dijo muchos años después su hija, Cécile, proscrita durante mucho tiempo de la vida de su madre, que llegó a rechazar recibirla cuando estaba enferma de cáncer.

Otra escritora, Nuria Labari, ha publicado 'El último hombre blanco' (Literatura Random House), una novela con un título que ya lo dice todo. “Nos han vendido la moto de que tenemos que pasar al mercado de trabajo con un proceso de asimilación hacia todos los valores masculinos y nos han dicho que la igualdad es eso, convertirnos a todas en tíos sin que casi ninguno de ellos y sin que la sociedad atienda asimile al mismo tiempo los cuidados que recaen sobre las mujeres. Eso no se ha repartido, nos hemos quedado con lo peor de cada casa”, apunta Labari. La huída, en forma también de separación, es a veces la única salida posible para quienes quieren ser madres, trabajar, y tener espacio propio.

Las exigencias, las sociales y las auto impuestas, hacen que la maternidad sea muchas veces una identidad difícil de transitar. En 'Las abandonadoras', Begoña Gómez-Urzaiz, habla de las terribles estrategias con las que las madres tratamos de compensar ausencias, culpas o, sencillamente, el tiempo que a veces arañamos para la vida propia. Es el “carné de puntos” del tiempo de calidad y de la madre atenta que, después de un viaje o de unos días intensos de trabajo, amasa galletas con sus hijos, se arrastra agotada hasta el parque para que disfruten de los columpios y busca la mejor obra de teatro de la ciudad con la que avivar la inteligencia y la sensibilidad cultural de su vástago.

Aroa Moreno se reconoce en esa estrategia: “Cuando me premiaron por mi anterior libro, 'La hija del comunista', me invitaron mucho a América Latina. Me pasaba la semana de antes penando por el viaje, comprimía tanto los viajes que me hacía viajes de muchas horas en poquísimos días con tal de volver pronto. Y cuando volvía lo hacía intentando ganar puntos de madre”. Así, dice, cómo no va a haber mujeres que de repente exploten. “Cómo no van a querer muchas huir”, remata Nuria Labari. Aunque sea huir de la exigencia de ser una madre permanentemente feliz. De este modelo que le pide tanto a las madres mientras las trata tan mal.

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