Cada día mueren 7.000 niños en el mundo. Pero esta media hay que leerla con matices para que se ajuste a la realidad. Mueren muchos más niños en Pakistán o en Somalia que en Japón o en Finlandia. Al parecer, la mortalidad infantil está directamente relacionada con la riqueza de los países, y en especial, con la cantidad de dinero público que éstos destinan a sanidad. Lo concluye así el informe Every Child Alive publicado este martes por Unicef y que pone en relación la renta per cápita con la mortalidad infantil, sobre todo en el momento del parto y durante el primer mes de vida.
Si bien hay que tener en cuenta que el número de muertes infantiles entre el primer mes y los cinco años se ha reducido sustancialmente en las últimas décadas, no ha sucedido lo mismo en el caso de los recién nacidos, que mantiene una altísima tasa de mortalidad. Las condiciones en las que las madres dan a luz son determinantes.
Cada año casi tres millones de niños no llegan a cumplir el primer mes. Y de ellos, más de un millón muere a las pocas horas de nacer. Cerca de otros tres millones de bebés nacen ya sin vida. Esto ocurre fundamentalmente en los considerados “estados frágiles”, es decir, castigados por la pobreza, los conflictos armados y los desastres naturales. En estos contextos las complicaciones durante el parto son la principal causa de muerte prematura (provocan el 59% de los fallecimientos). El informe concluye que la mayoría se podrían evitar dotando de recursos al sistema sanitario.
Todavía hay muchas mujeres que se enfrentan al parto en un centro de salud decadente, sin recursos materiales ni personales y que carecen incluso de lo más básico: luz y agua. “Imagina ser una matrona que se prepara para el nacimiento de un niño prematuro, la única luz de la que dispones es el brillo del móvil que sujetas entre los dientes. La madre que hay frente a ti es una niña de 16 años, está entrando en la primera fase del parto y tú eres el único tipo de ayuda médica que tiene y también su única esperanza”, relatan los autores del informe.
La Organización Mundial de la Salud incluyó entre sus últimos Objetivos de Desarrollo Sostenible que hacen falta aproximadamente 45 médicos, enfermeras y matronas por cada 10.000 habitantes para garantizar una buena asistencia sanitaria. Los diez países con mayor índice de mortalidad infantil se quedan muy por debajo de este objetivo: de media sólo disponen de 11 profesionales por cada 10.000 habitantes (en Somalia, por ejemplo, la cifra se reduce a uno). En contraste, los países con la tasa de mortalidad más baja cuentan con más personal que el mínimo establecido por la OMS: 120 por cada 10.000 habitantes, de media. En Noruega, por ejemplo, son 218.
Países ricos pero con poca inversión en sanidad
El nivel de ingresos del país es importante al evaluar su relación con la tasa de mortalidad infantil que presenta, pero no es un factor del todo determinante, según se extrae del informe de Unicef. Tanto o más incide la cobertura estatal de los servicios públicos sanitarios. Así Kuwait y Estados Unidos, dos de los países más ricos del mundo, presentan un índice de mortalidad infantil (de 4 puntos) sólo un poco menor que el de países de ingresos muy bajos (que suele rondar los 5 puntos). ¿Por qué? En Kuwait sólo el 2,61% del total del dinero público se destinó a sanidad en 2016; un 8,6% en el caso de los Estados Unidos, según los datos aportados por la OCDE.
Estos porcentajes contrastan con los de otro de los países más ricos del mundo, Japón, que puede presumir de ser el país donde menos niños mueren, y que en ese mismo año invirtió en sanidad más que ningún otro: el 20% del PIB. Pakistán, el territorio con mayor número de muertes infantiles, sin embargo, destinó el 20% del gasto público a defensa mientras dejaba para la salud un escaso 4%. En Japón, un bebé recién nacido tiene una probabilidad cincuenta veces mayor de sobrevivir que en Pakistán.
Responsabilidad internacional
¿Qué puede hacer la comunidad internacional para garantizar una cobertura sanitaria mínima en todos los países? “Lo que hemos identificado como prioritario es el refuerzo de los sistemas de salud, es decir, que todas las madres y bebés tengan acceso a atención médica”. Blanca Carazo es responsable de programas y emergencias de Unicef Comité Español, trabaja en contacto directo con estas madres y en coordinación con los ministerios de sanidad de diferentes países. Explica que aunque generalmente la predisposición de los estados para unirse a la lucha común contra la mortalidad infantil es buena, a la hora de la verdad no se acaban destinando suficientes recursos, porque “no los hay o porque el gobierno tiene otras prioridades”.
En cualquier lugar del mundo se recomienda que la madre pase por cuatro visitas prenatales durante la gestación. “Hay lugares en los que ni siquiera tienen una, porque no hay un centro cerca de su comunidad o, si lo hay, no está preparado. A nivel internacional se puede dar mucho apoyo a programas para formar a personal de salud (médicos, enfermeras, matronas) y mejorar las estructuras. Hay que empezar por aquí: por que haya centros sanitarios mucho más cerca de las comunidades (hay países donde las mujeres tienen que caminar horas para llegar al centro de salud, dejar a sus otros hijos solos…) o establecer sistemas de asistencia a distancia”.
Ahora Blanca Carazo está trabajando en un proyecto de asistencia móvil en Bolivia. Reparten teléfonos a las mujeres a través de los cuales los profesionales médicos siguen la evolución del embarazo, y si surge alguna complicación hay una brigada móvil disponible para desplazarse hasta ellas.
Sin embargo, no todas las dificultades pueden tratarse a distancia. La desnutrición y anemia que sufren las madres por las condiciones de extrema pobreza y desigualdad (culturalmente en muchas sociedades la mujer es la última que come, por ejemplo), son indicadores que “no se pueden obviar” y sólo pueden tratarse a base de una correcta alimentación y tratamiento en centros de salud. Lo que más necesita una madre y su bebé para sobrevivir es “un entorno seguro, estéril, limpio, donde se inmunice del riesgo de infecciones; y gente que le haga el seguimiento y le atienda durante el parto, que esté capacitado y sepa cómo reaccionar si hay complicaciones. Pero todo esto ni siquiera puede llegar a darse si la madre no puede llegar al centro médico”, explica Carazo.
La comunidad internacional ha de entender que “por mucha inversión que se haga, si un país no tiene una estructura de salud amplia y de buena calidad, el proceso será extremadamente lento y las necesidades son demasiado urgentes. Hace falta ayuda internacional a los estados que no tienen recursos”, concluye.