Cuando la escuela infantil es un bosque o una playa
En los frondosos bosques de San Xoan do Alto, en plena reserva de la biosfera Terras do Miño, a tan solo 6 kilómetros del centro de Lugo, un grupo de niños y niñas ataviados con botas de agua, ropa impermeable y mochilas de colores juega con palos, plantas, hojas, barro y cuerdas. El psicólogo suizo Jean Piaget investigó durante años cómo los niños construían su pensamiento y observó que aprendían mediante la interacción directa con el medio, con un método: el juego. La naturaleza incrementa la capacidad de atención y observación, fomenta la autonomía, regula las emociones y empuja a cooperar antes que competir.
'Nenea, medrar creando' es el proyecto educativo que, siguiendo el modelo de las escuelas en la naturaleza, tiene lugar entre abedules y robles en San Xoan do Alto. 25 niños de entre 3 y 6 años forman el grupo, y sus acompañantes son tres pedagogas y dos personas encargadas del espacio y tiempo del juego. El juego libre entre plantas y animales es el pilar del proyecto, y unos 250 euros mensuales es la cuota.
Katia Hueso, autora de 'Jugar al aire libre' y 'Educar en la naturaleza' (Plataforma Actual), dice que el juego permite crear una realidad paralela, aislada, en la que pueden atreverse a ensayar acciones, actitudes, roles o comportamientos que serían arriesgados en la vida real: “En el juego, ponemos a prueba las consecuencias de nuestros actos sin que estos sean irreversibles”, dice. Jugar es otra forma de aprender, o la manera más práctica y emocional de hacerlo.
Bibiana Marful es una de las pedagogas que los acompaña: “Si les preguntas a los niños y niñas te dirán que 'Nenea' es un bosque que tiene una escuelita”. En el propio bosque reciben al grupo a las 9 de la mañana, y al bosque entran las familias a las tres a por ellos. Allí, cada día es diferente porque la naturaleza también lo es: “Si hace frío tenemos que encender la chimenea del bosque, si está lloviendo tenemos que revisar la ropa que llevamos, si hace sol hay que llenar las cantimploras y buscar las gorras”. La naturaleza manda a lo largo de la jornada, que tiene unas bases mínimas establecidas: se inicia con una asamblea y un “ritual de bienvenida”: encienden una vela y pasan un minuto en silencio escuchando el bosque. Allí han construido un pequeño refugio, un espacio acogedor donde realizan talleres, proyectos o danza, y donde se refugian en caso de que el clima les dé la espalda. Hay preparada una zona de dibujo, una zona de libros y un espacio con materiales sensoriales. “Así niños y niñas eligen qué quieren hacer... leer, dibujar, ir a una propuesta o jugar en el bosque”, cuenta la pedagoga.
Después de almorzar hacen unos talleres que, depende del día, son: lunes de luna y ciencia, martes de matemáticas, los miércoles se van de ruta, los jueves se abre el taller de bricolaje y el viernes aprenden a cocinar. “Nosotras decimos que, si tuviésemos que elegir una sola cosa para hacer con los niños y niñas, sería dejarles jugar, pero también les nutrimos con estas propuestas, a las que hay que decir que acuden encantados”, afirma. La educación en la naturaleza no es solo estar fuera, ir al bosque o al campo y usarlo como escenario o como fuente de materiales. Bibiana Marful es miembro de Edna (la Federación de la Educación en la Naturaleza) y afirma que lo que se consigue es un conocimiento profundo de la naturaleza, y que esto los lleva a amarla “en toda la extensión de la palabra”, a cuidarla y protegerla.
La educación al aire libre, en la naturaleza, trabaja la resiliencia, la autonomía, la creatividad, la comunicación y el pensamiento crítico. Así lo considera la bióloga Katia Hueso, que fundó en 2011 el Grupo de Juego en la Naturaleza Saltamontes. Asegura que los músculos y el cerebro se desarrollan mejor con ejercicios físicos, de equilibrio y motricidad como sería trepar por árboles, escalar montículos o caminar por troncos. “La motricidad fina se ve del mismo modo beneficiada, pues los niños fabrican sus propios juguetes a partir de lo que encuentran”, y el barro les proporciona sensaciones visuales, táctiles, olfativas e incluso gustativas, que les permiten agudizar el ingenio e imaginar mundos propios. “La educación en el exterior es esencial por lo que supone de contacto con la vida real y el significado profundo y duradero de los aprendizajes que derivan de ello”, así que para Hueso la pregunta que deberíamos hacernos es: ¿qué no se puede hacer fuera y por qué?
La clase a la orilla del mar
En Tenerife sur hay otro oasis llamado 'Playa Escuela El Médano'. Frente al mar, hay playas de arena flanqueadas por acantilados. Un paraje idílico. Y allí, en la playa, tienen 25 niños de infantil el lugar de su actividad diaria de nueve a una de la tarde. El equipo educativo está compuesto por un psicólogo, una maestra y una bióloga, la mensualidad básica es a partir de 235 euros. Gabriel Groiss es el director pedagógico: “Solemos ver una amplia gama de animales, como camarones de charco, burgados y anémonas, vaquitas de mar y pulpos. También vemos aves como chorlitejos, sarapitos, gaviotas y cernícalos. Tierra adentro tenemos muchos lagartos, y por supuesto una amplia gama de invertebrados, como hormigas, arañas y mariposas, hormigas león, saltamontes y libélulas”.
Para Groiss resulta evidente que, saliendo de las aulas aisladas y “estériles” al mundo natural, se dejan atrás contenidos “artificiales y abstractos transportados por materiales muertos”. De esta manera, considera, se entra en contacto con materiales vivos que ofrecen una infinidad de información y posibilidad para conectar, conocer, disfrutar e interpretar en un aprendizaje transversal y significativo. El equipo educativo tiene un rol algo más pasivo, de observación y apoyo afectivo, pero en ocasiones, cuando la inquietud de los niños y niñas les requiere, les proporcionan conocimientos culturales o científicos conforme a lo que estén viendo o experimentando. “Cuando hay esa conectividad emocional propia, como la curiosidad, el asombro, la fascinación, es cuando se activan los mecanismos bioquímicos cerebrales necesarios para un aprendizaje significativo y duradero”, afirma.
Desde 'Playa Escuela El Médano' consideran que la educación convencional usa de forma sistemática la motivación extrínseca, a través de premios y castigos, para implementar contenidos de forma anticipada, que en realidad no interesan en ese momento al alumnado. “La saturación que esto les supone les lleva en la mayoría de los casos a una frustración, que solo se soporta desde la obligación, resignación y finalmente la sumisión e imitación”, asegura Gabriel Groiss.
Más que organizar actividades didácticas, cuenta que a ellos les interesa acostumbrar a las niñas y niños a la participación democrática activa: “Les estamos acostumbrando a hablar en público, inculcándoles la cultura cooperativa y solidaria, pero también crítica y responsable. Priorizamos la convivencia por encima del trabajo”, asegura Groiss. La actividad principal en la playa es el juego libre, ya que lo entienden como una necesidad etológica y, por tanto, un derecho de la infancia que se debe salvaguardar, “ofreciendo tiempos y espacios amplios para que puedan desenvolver sus capacidades básicas personales y sociales”.
En España está creciendo el número de proyectos de este tipo, pero está a años luz de las escuelas bosques o en el medio ambiente de otros países. Según la pedagoga Bibiana Marful, “el problema” es que no es un modelo autorizado como escuela por el Ministerio de Educación. Así que la oferta es minoritaria, llevada a cabo desde algunas asociaciones o grupos de familias, desde un ámbito privado, y con el límite de edad hasta que la escolarización es obligatoria. Cierto es que 'Playa Escuela El Médano' ha iniciado el proceso de regularización para tener un grupo de Primaria, pero sería la excepción. “Desde Edna trabajamos para acercarnos al Ministerio de Educación y generar un espacio de diálogo para que este modelo sea contemplado como una fórmula más, como ocurre en muchos países de Europa”, cuenta Bibiana Marful.
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