¿Están justificados todos los partos inducidos? Una guía hecha por matronas recomienda revisar los protocolos
Loreto tiene 32 años, vive en Galicia y es primeriza. Hace unos días le indujeron el parto porque estaba “pasada de peso” –había ganado un poco más de 12 kilos en el embarazo–. Se lo programaron para un lunes y a ella eso le sonó raro. Preguntó a su ginecólogo pero no le dio más explicaciones: que tenían que hacerlo así, que había riesgo para el bebé. Así que lo aceptó y tuvo un parto inducido, en contra de lo que ella quería, que era un parto natural.
Elena, andaluza de 40, también acaba de ser madre tras un parto inducido. Aunque en su caso le decían que era la niña la que tenía demasiado peso: más de cuatro kilos. Además, ella acababa de inaugurar sus cuarenta años. Elena lo vivió con tranquilidad, no dudó ni hizo más preguntas. Tenía ganas de terminar un embarazo que había sido tedioso y un poco complicado, después de varios años en tratamientos de fertilidad.
Un parto inducido es aquel que se provoca sin que se haya desatado de manera natural. La Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO) lo define como “un procedimiento dirigido a desencadenar contracciones uterinas para que se produzca el parto”, y añade QUE el objetivo final de esta práctica es “que el parto tenga lugar por vía vaginal”. Las inducciones pueden realizarse mediante distintas técnicas (o una combinación de varias): con fármacos, sobre todo geles de prostaglandinas y oxitocina sintética, o bien por procedimientos mecánicos, como un tacto vaginal o la rotura provocada de la bolsa. La propia SEGO reconoce que “sin duda, es preferible el inicio espontáneo del parto”, de ahí que recomiende realizarla solo cuando sus beneficios superen los de continuar con la gestación.
Los motivos para inducir el parto son variados. La mayor parte de hospitales españoles incluyen en sus protocolos hacerlo a partir de la semana 41 de gestación (en algunos, a partir de la 42). También se suelen practicar si la edad de la madre es avanzada o si tiene patologías previas, así como si se aprecia riesgo para el bebé.
Entre las causas más habituales están la gestación que llega más allá de la semana 41 o 42, la rotura de bolsa y los embarazos que asocian algún tipo de complicación bien por parte de la madre o del feto
La doctora Tatiana Figueras Falcón es especialista en obstetricia y ginecología, responsable de la Unidad de Urgencias Tocoginecológicas y del paritorio del Hospital Materno Infantil de Las Palmas de Gran Canaria y portavoz de la SEGO. Así explica ella las principales causas de la inducción: “Entre las más habituales están la gestación que llega más allá de la semana 41 o 42, la rotura de bolsa antes del inicio del trabajo de parto y los embarazos que asocian algún tipo de complicación bien por parte de la madre –por ejemplo la hipertensión o la diabetes–, bien por parte del feto –por ejemplo por escaso crecimiento intrauterino–”, explica.
Tasas superiores a las recomendadas
La Organización Mundial de la Salud recomienda evitar esta práctica, salvo en los casos en que esté muy justificado. El organismo internacional aconseja no superar una cifra: el 10% del total de partos. Pero este dato se rebasa ampliamente en España: según las últimas estadísticas del Ministerio de Sanidad –de 2021–, los partos inducidos suponen un 28,84% del total. Es decir, casi el triple de lo recomendado.
Desde la SEGO apuntan que la cifra podría ser mayor, y exponen algunas de las posibles causas: “En España, como en la mayor parte de países con altos recursos económicos, la tasa de inducción del parto está en aumento y actualmente supera el 30%. Existen muchos factores que pueden llegar a justificar este incremento, como la mayor accesibilidad a pruebas diagnósticas y a un control más exhaustivo de la gestación, con el consiguiente aumento en la detección de patologías que requieran de una finalización por indicación médica, y el aumento en los embarazos conseguidos mediante técnicas de reproducción asistida, ya que en ocasiones asocian mayor probabilidad de complicaciones gestacionales o incluso porque en este grupo de la población, ”la edad materna es mayor y además, las madres tienen una mayor incidencia de enfermedades ya existentes antes de la gestación“, explica la doctora Figueiras.
Una guía para madres y profesionales
Ante esta situación, son muchas las asociaciones de profesionales que están tratando de concienciar sobre la necesidad de revisar los protocolos sobre esta práctica. La asociación de matronas catalanas ALPACC es una de estas voces críticas. Este verano han publicado una guía titulada Inducción médica en el parto, un documento informativo dirigido a futuras madres y profesionales. El documento repasa los riesgos asociados a esta técnica y enumera los motivos más habituales que se alegan para llevarla a cabo.
La guía alerta de que las inducciones no deben aplicarse de forma rutinaria para poner fin a embarazos múltiples, con bebés de nalgas, madres con diabetes gestacional, bolsa amniótica rota o embarazos de más de 40 semanas, entre otras situaciones. Más bien al contrario: “Deben reservarse a situaciones con una clara indicación médica en la que los beneficios esperados superen los potenciales daños, como la preeclampsia, la colestasis no controlada, patologías con presencia de anticuerpos o enfermedades no tratables antes del parto”, recoge el documento.
La evidencia científica muestra que las inducciones doblan el riesgo de cesárea y aumentan hasta un 50% el de parto instrumentalizado
La presidenta de ALPACC, Inma Marcos, es matrona desde hace más de 20 años. Señala la importancia de limitar las inducciones a las estrictamente necesarias: “Un parto inducido presenta muchos más riesgos para madre y bebé, peor experiencia personal para la familia y un coste mayor para el sistema sanitario, algo especialmente grave en los casos que podrían evitarse. La evidencia científica muestra que las inducciones doblan el riesgo de cesárea y aumentan hasta un 50% el de parto instrumentalizado”, dice.
Inma Marcos añade que tampoco la edad avanzada de la madre debería ser considerada, a priori, una de las causas que justifican la inducción: “Están induciendo a las mujeres por tener más de 38 años, pero no es un motivo válido, es mala praxis hacerlo. Según aumenta la edad de las mujeres, aumenta la falta de confianza de los médicos en que tengan un embarazo y un parto normales, por eso aumenta la intervención. Cuando tienes más edad tienes más posibilidades de abortar o de tener bebés con alteraciones cromosómicas, pero una vez superas el primer trimestre y todo está bien, no hay ningún problema para el parto, debería ser igual que el de una mujer de 20 años”, explica.
Otra de las asociaciones más beligerantes con este tema es El Parto es Nuestro. La organización recuerda que las mujeres que van a ser madres pueden rechazar una inducción si no está plenamente justificada y que pueden tomarse su tiempo para pensárselo. “El parto es un proceso natural e involuntario que, en la inmensa mayoría de los casos, no necesita de ninguna intervención para tener lugar. Una inducción fuerza al cuerpo a entrar en el proceso cuando aún no está listo y tiene más posibilidades de acabar en un parto instrumental o cesárea”, añaden.
Sin embargo, otros profesionales de la salud sí sostienen que la edad de la madre es un criterio válido para provocar el parto, por lo que están aplicando protocolos que recomiendan inducir a partir de la semana 40, en madres mayores de 40 años. Por ejemplo, en el hospital Álvaro Cunqueiro, de Vigo, una investigación liderada por la ginecóloga Elena Marín concluyó que es beneficioso inducir el parto a las embarazadas mayores de 40 años antes que esperar a que se produzca de forma espontánea.
Se trata de una tesis doctoral que estudió más de 1.200 partos, y cuya conclusión principal es que la inducción del parto en las mujeres de edades avanzadas presenta mejores resultados perinatales, sin aumentar la tasa de cesáreas. Así lo explicó ella misma en la presentación pública del estudio: “La decisión de retrasar la maternidad hasta los 40 años o más es una tendencia social relativamente común. La edad materna avanzada puede ser factor de riesgo para el desarrollo de patología durante la gestación, y constituye un factor de riesgo independiente para la muerte fetal intraútero, siendo más evidente en este grupo de mujeres, a partir de la semana 40 de gestación”, argumentó.
Diferentes experiencias
Aranzazu León, madre de dos niños pequeños y residente en Madrid, superó las 40 semanas de gestación en su primer embarazo, por lo que le recomendaron un parto inducido. Tenía 36 años en aquel momento y su experiencia fue muy buena: “Salía de cuentas, me dieron la semana de rigor y como no me puse de parto tuve que ingresar. Me trataron genial, con mucho respeto y cariño; tuve una experiencia muy positiva. El único problema es que fue muy largo y tedioso, duró más de dos días: ingresé un miércoles y di a luz la madrugada del viernes al sábado. Repetiría mil veces la experiencia, tanto por los ginecólogos como las matronas, el hospital, todo”, recuerda.
Laura, madrileña de 38 años, tiene dos hijos y dos experiencias de parto completamente diferentes entre sí –también en hospitales distintos–. En el primero, inducido, lo pasó “fatal”: “Me desangré en la cesárea de urgencia tras 23 horas de inducción, con sufrimiento del bebé. Perdí dos litros y medio de sangre porque la residente que me hizo la cesárea se llevó la arteria uterina. Estuve 8 horas sin ver a mi hijo ni a mi marido. Creo que fue una negligencia médica”, denuncia. El segundo fue completamente diferente, una cesárea programada por lo que le había pasado en el primer parto. “Fue todo fenomenal: una cesárea respetada, hicimos piel con piel y el papá pudo estar todo el tiempo con nosotros”, recuerda.
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