Mozart ha sido un reclamo publicitario para padres y madres que han deseado niños listísimos. Durante años ha habido la creencia popular de que escuchar desde la cuna La flauta mágica o alguna de sus 41 sinfonías servía para incrementar la inteligencia de los bebés. Baby Einstein fue una de las primeras empresas que le vio el filón y ofreció vídeos televisivos: era 1997 y las familias ponían a los niños delante de la tele para que Mozart e imágenes de marionetas, formas y colores ejercitaran las distintas partes del cerebro. El éxito fue tal que Disney compró la empresa, pero años más tarde recibió tantas denuncias por publicidad engañosa (se vendían como vídeos educativos), que la multinacional tuvo que reembolsar el dinero de la compra de los vídeos de Baby Einstein.
“Hay varios estudios científicos que desmienten todo lo relativo al incremento de la inteligencia con la música de Mozart”, afirma Elvira Perejón, maestra y miembro de la pareja de estimulación musical conocida como Baby Music. “Sin embargo, Mozart y la música clásica tienen efectos beneficiosos en otras habilidades y capacidades como cualquier otro estilo musical”. La psicóloga Rosa García Pérez es la directora del centro Música y color, especializado en musicoterapia: “La música refuerza el área cognitiva y el área emocional, es una tecla social y buena maestra para interactuar. Ayuda a ordenar los pensamientos y a entender las causas de las cosas. A los niños y a los adultos nos sirve también para autorregularnos”.
García Pérez afirma que, al nacer, los niños son pura musicalidad, cantan antes que hablan, y que “lo que se trata es de ir reforzando lo que viene dado porque cantando y bailando ya nacen”. Somos los adultos y nuestros ritmos los que cortamos las alas. Para Elvira Perejón lo más beneficioso es ofrecerles variedad de estilos musicales, modos y métricas, y así enriquecer el bagaje sonoro y el vocabulario musical.
“La música es un lenguaje, si lo comparamos con el aprendizaje de la lengua materna no esperamos que un niño hable exponiéndose solo a tres palabras o que aprenda a hablar sin experimentar antes”, dice. Con la música pasa lo mismo: se aprende usándola y practicándola y estando expuesto a toda su variedad. Así que ponerles solo música clásica les sirve para poco.
Pasar a la acción
Para la maestra, la escucha pasiva no aporta tantos beneficios como pasar a la acción: que el niño cree su propia música “acompañado de interacción personal, vínculo afectivo y emociones de por medio”. Asegura: “Ser parte de la acción conduce a nuestros peques a desarrollar no solo aptitudes musicales sino a alimentar y favorecer el desarrollo del sistema vestibular, la percepción rítmica, la coordinación, el equilibrio, el lenguaje y la expresión de emociones”. Así que olla al suelo y tenedores por baquetas. O pandereta y villancicos rocieros.
Dicen que la música amansa a las fieras y Elvira Perejón con un aula de 24 niños de tres años asegura que lo que tranquiliza y reclama la atención es la voz. “Imagina 24 leoncillos dando brincos y chillando. Yo me he inventado una cancioncilla que dice Mi culete siento mi culete, mi culete yo me sentaré. Es muy sencillita pero ellos la escuchan, abren los ojos y poco a poco van a su sitio”, dice. “Nacemos con una capacidad innata para descifrar patrones auditivos, así que cuando la madre habla o canta el bebé se calma, de hecho se ha demostrado que reduce los cólicos y el número de despertares nocturnos”, afirma.
La Banda Mocosa es un grupo de música infantil compuesto por cinco músicos que “militan” en la creencia de que la música vuelve a los niños disfrutones, felices y sociables. Aurora Hijosa es la percusionista del grupo y además tiene su propio centro de musicoterapia. Cuenta: “En musicoterapia nos centramos en el valor terapéutico de la forma de hacer música. Por ejemplo, trabajamos la flexibilidad del niño en cuanto a compartir instrumentos o reforzamos su autonomía tocando un instrumento o trabajamos la adquisición del lenguaje hablado con canciones”.
Los objetivos de la terapia con música son aprender sus cualidades (la intensidad, duración, altura y timbre), así como atender las necesidades de todas las áreas del desarrollo global infantil: la parte cognitiva, motora, socioemocional y de lenguaje.
Jugar
Bellaterra Música es una editorial especializada en materiales para niños pensada para madres y padres. Editan una revista dos veces al año llamada Kids & Music. Montse Roig es la directora: “Darles educación musical a los niños y las niñas es uno es uno de los mayores regalos que podemos hacerles como madres”. Dice que los padres no sabemos si nuestros hijos “harán dinero, si tendrán pareja, si la vida se les complicará pero que pase lo que pase tenemos que brindarles la oportunidad de que la música sea un refugio, un acompañante y un idioma propio”.
Roig afirma que la estimulación musical temprana es buena cosa para irse soltando y establecer vínculos afectivos seguros con la persona que le acompaña. Sobre cuándo empezar con los instrumentos indica: “A cantar, bailar y tocar percusión deberían hacerse desde que nacen. A los tres años pueden empezar con los instrumentos de cuerda, el piano sobre tres o cinco años y los instrumentos de viento sobre los siete”. La música tiene que ser un juego más y los instrumentos una herramienta para divertirse.
Los humanos aprendemos a través del juego, así que la música no entra con sangre, sino con risas, movimientos de culo y complicidad familiar. “La función de la familia es básica”, dice Roig. El lenguaje musical y su aprendizaje, con el doble tirabuzón de aterrizarlo en un instrumento, trabaja la constancia, la paciencia, el esfuerzo y la recompensa de los niños. Todo lo contrario a lo que impera en la sociedad de consumo rápido y fast food.
Es por eso que según Montse Roig hay un escalón de nivel muy complicado: “Necesitan hábito y pelear con la complicación inicial del lenguaje musical. Pero una vez dentro, una vez semidominada la técnica, cuando ellos mismos son capaces de producirla es uno de los placeres máximos que se puede tener en esta vida”. En palabras de la maestra Elvira Perejón: “La música saca a bailar el cuarteto de la felicidad: la dopamina, la serotonina, la oxitocina y las endorfinas”.