Sus madres siempre dicen que Max vivió su primer Orgullo en la tripa. Ya tiene 10 años y puede presumir de no haber faltado a ninguno. Senci comenzó a involucrarse de forma activa hace tres. Los mismos que su hijo Pablo, que ahora tiene 17, le dijo que era un chico transexual. A sus seis años, Zoe ya ha avisado a sus madres de que este verano no se van a la playa hasta después de la manifestación. Todas pertenecen a familias para las que estas fechas suponen una oportunidad de hacerse visibles, de reivindicar y, también, de sentirse orgullosas de su diversidad más allá de estereotipos festivos.
Los días previos al Orgullo de Barcelona en casa de Caty, Inma y Max se respira un ambiente especial. Preparan pancartas, camisetas y pistolas de agua para que los niños se refresquen durante la marcha. Es la tónica habitual en los hogares de todos los entrevistados en este reportaje. Juan Andrés y Tomás y su hijo Tristán, de siete años, lo viven por partida doble: en Sevilla y en Madrid, donde se desplazan desde Málaga. Son dos fechas marcadas en su calendario, dicen, “en las que nuestra vida gira en torno a eso”. Ellos lo viven como una manifestación; para los niños es una jornada divertida en la que se reencuentran con amigos, hijos de otras familias diversas con los que coinciden en fechas puntuales.
En Zaragoza, por la mañana, Julia, que es miembro del colectivo ‘Somos Familia’ participa en la puesta de la bandera arcoíris en el ayuntamiento. Por la tarde, llega la parte familiar, con su mujer, Rosa, y con Zoe. También, con una tía y con los cuatro abuelos de la pequeña que, a la hora de la manifestación, “incluso, se animan a coger la pancarta o llevan a amigos, como ha ocurrido alguna vez”, explica antes de comentar que “igual por nosotras no han salido, pero por su nieta lo hacen”. A
Algo en lo que coincide Caty, de Barcelona, madre de Max junto a su pareja Inma: “Ven que sus hijas no hemos dejado de batallar hasta tener nuestra propia familia, nuestros propios hijos. Es como si nos hubiéramos ganado el respeto y hacen suya esa lucha que nosotras nunca hemos dejado, ni después de hacernos mayores”. Lo dice con una sonrisa de orgullo que se percibe desde el otro lado del teléfono.
Cuando nació Max, Caty e Inma contactaron con la asociación FLG – Associació de Famílies LGTBI para “conocer a más familias como la nuestra”. “El Orgullo se vive mejor cuanto tienes un entorno en el que van todos los amigos, los niños, las niñas de los amigos…”, explica. Para visibilizar a esas familias, los días previos organizan actividades y excursiones. Este año, “fuimos al parque del Tibidabo. Allí los niños se juntan y se lo pasan pipa y las madres y padres también subimos a las atracciones, pero con nuestras camisetas con lemas, porque si no piensan que eres madre soltera o que los maridos se han quedado en casa. Hay gente que pregunta: ¿esto de qué es?”.
La mañana previa a la manifestación acuden al ‘pride kids’, una zona abierta con cuentacuentos, guerras de agua, espuma y mimos para todos los niños. “Nosotras lo decimos en el chat del cole y sí que nos hemos encontrado a otras familias de padres heterosexuales con sus hijos en las actividades”, explica Caty.
“Acompañamos a nuestro hijo”
La familia de Pablo se volcó con el Orgullo desde que comenzó su transición. “Antes acudía como mera espectadora, pero desde que nos lo contó, nos hemos implicado y, a cada acto que él nos dice, le acompañamos”, indica su madre. A la manifestación acuden, enfundados en sus camisetas, sus padres, primos, amigos, compañeros de trabajo… “un grupo para que Pablo note que estamos ahí apoyando y reivindicando, porque también lo hacemos por todos”.
Además, acuden a muchas de las conferencias que se organizan en torno al 28 de junio en Las Palmas. “Tenemos que escuchar diferentes versiones y conocer a otras familias, porque aprendes y te enriqueces”, explica Senci, que colabora con el colectivo canario Gamá, en el que también está su hijo.
Las banderas, el apoyo y el acompañamiento de la familia hacen que el Orgullo sea especial para todos. Tristán acude al de Sevilla desde los tres años y el de 2017 fue el primero que sus padres lo llevaron a Madrid. “Me emocioné muchísimo porque, cuando empieza la manifestación en Atocha, estás muy encajonado y, al vernos llegar, la gente gritaba: ”¡Llegan las familias, llegan las familias!“. Es una emoción intensísima y una sensación de bienestar espectacular”, recuerda Juan Andrés, que acude con el colectivo Galehi y, este año, con una pareja de amigos heterosexuales, esa parte de la familia que se elije.
Para los hijos también es un momento especial. “Ellos son conscientes de su rasgo distintivo y, si están suficientemente empoderados, lo viven como un extra”, explica Caty. “Nosotras hacemos activismo y Zoe viene con nosotros a reuniones, le hablamos de cosas, la hemos llevado a otras manifestaciones, como la de la puesta en libertad de ‘la manada’ o la del 8M, pero en la del Orgullo ella se ve más protagonista”, recalca Julia.
Las familias son conscientes de la importancia, por supuesto, de que a los actos acudan también personas heterosexuales y familias tradicionales porque “son esos críos los que tienen que abrirse”, indica Julia. Este año ha animado a participar en la manifestación a las familias de la Asociación de Familias Escolares (la antigua Asociación de Madres y Padres de Alumnos, que cambió su nombre para dar cabida a otros modelos) del colegio de su hija.
La respuesta ha sido positiva. Eva es una de las madres que ha respondido a la invitación y ha acudido a la manifestación por primera vez. “Al principio tienes los estereotipos del jolgorio de Madrid, pero lo que nos importa es que los niños y niñas vivan todo esto dentro de sus familias con naturalidad y con orgullo de poder expresar externamente su afectividad y sus relaciones tal cual las sienten”, recalca. No es la primera vez que en la asociación participan en actividades LGTBI desde la llegada de Julia y Rosa. “Les agradezco la oportunidad que están dándoles a mis hijos” de conocer otros modelos, indica Eva.
Estas familias viven el Orgullo con la satisfacción de haber logrado tener sus propios hijos o de acoger las diferencias y reconociéndose la lucha por unos derechos que han batallado durante años. Prácticamente, todos los de su vida. Es, por eso, un punto de reunión y celebración, pero siempre con una idea en la cabeza: “Para mucha gente es algo que parece más festivo que reivindicativo. Nosotras mantenemos esa parte y ese día nos queremos hacer más visibles. Es una forma de decir: esto también es amor”, explica Julia. Porque, como dice Senci: “Reivindicamos un poco más de seriedad o normalidad. Hay que saber cuál es la esencia”.