Cocola se puso las gafas que su abuelo le dejó y, tal como aterrizaron en su cara, las curiosidades se empezaron a agolpar delante de sus ojos. Las gafas rojas sin cristal lograron que al mirar unas piedras del jardín, que ya conocía porque las movió días antes, se preguntara qué había debajo. Y, eureka, al levantar la piedra un insecto “interesantísimo” le saludó y al tacto, el bicho se hizo bola. ¿Se está escondiendo? ¿Es un mecanismo de defensa? ¿Los animales tienen miedo? ¿Si lo tienen es que tienen sentimientos? Estas y otras preguntas hacen cola para ser atendidas. Las gafas del abuelo Bartolo hacían que Cocola mirara con tanto entusiasmo e interés que en el árbol encontró una autopista de hormigas, y en el microondas, sin haber fuego en el interior, la leche se calentara: “¡¡¡Oh, asombroso!!!”.
El profesor de Filosofía de la Facultad de Ciencias de la Educación de Córdoba José Carlos Ruiz (Córdoba, 1975) ha escrito un álbum ilustrado que procura activar el pensamiento crítico de los niños. Cocola y las Gafas Asombrosas (HarperKids, 2022) pretende que se den cuenta de “lo emocionante que es despertar el interés, que suele estar dormido, y aprender a mirar lo cotidiano con otra perspectiva”. Tres pasos para que las cabezas entren en el programa de centrifugado: el asombro, la curiosidad y el cuestionamiento. “A esta trilogía me gusta llamarla protopensamiento porque activa el botón del pensamiento crítico”, afirma.
Las criaturas nacen con un “espíritu inquisitivo”, es decir, “todos tienen un filósofo en su interior, así como la posibilidad de desarrollar adecuadamente el pensamiento crítico”. Con el acompañamiento de su abuelo Bartolo, la niña transforma esa curiosidad inicial en interesantes preguntas. Así que Cocola en el ejercicio de la mayéutica socrática y en el camino de la búsqueda de respuestas está aprendiendo a filosofar. “Tenemos que trabajar para que niños y niñas recuperen la capacidad de asombro desde la mirada de lo cotidiano, no de lo excepcional, que dirijan el asombro hacia la curiosidad y que al final esto les genere preguntas”, dice el profesor. Si dudan (no como escépticos sino como método cartesiano) es porque piensan.
Curiosidad con pensamiento crítico
Los tiempos complejos requieren, cuanto menos, de reflexión. El pensamiento crítico nos lleva a la interpretación y al cuestionamiento de la realidad más allá de lo evidente. La ciudadanía necesita conocer la cara oculta, lo subterráneo, para con libertad ejercer los derechos y deberes democráticos. El pensamiento crítico, la duda filosófica, se entrena y enseña desde pequeños. He ahí lo que le pasa a Cocola: ella se muestra curiosa, algo le despierta el interés, se presta atenta a lo que sucede alrededor y, como el contacto de la cerilla con el cajetín, a Cocola le saltan las preguntas. “Lo real es asombroso”, piensa la niña y su creador.
José Carlos Ruiz hace hincapié en orientar a las criaturas para que observen y se pregunten sobre lo cotidiano, ya que si solo sorprenden y conmueven los fuegos artificiales “estamos perdiendo el valor y la belleza de lo real”. Las nuevas tecnologías anestesian los sentidos en exceso, y esa mirada al principio maravillada acaba atiborrada. La filosofía nace de los rincones nimios, de lo cercano y diario. “Podríamos preguntarles cómo puede un mismo grifo sacar agua caliente y fría. Cómo se consigue tal hazaña”, dice. O podríamos invitarles a que miren y permanezcan atentos a los cambios silenciosos que hacen las plantas del balcón.
Los inicios de Cocola
Hace unos años, José Carlos Ruiz y un grupo de siete maestros llevaron a distintos colegios (el Alameda del Obispo, el Guillermo Romero Fernández y el Nuestra Señora del Rosario de Montoro, entre otros) una metodología práctica para reforzar el pensamiento crítico del alumnado. Durante un curso escolar, en cada sesión trabajaban lo que Ruiz llama la “pedagogía de la mirada”: “La mirada se educa y ahora el mundo se ha duplicado en lo real y lo digital. A los niños y niñas hay que enseñarles a discernir entre las creaciones de la mirada digital y la realidad. Y además de entenderlas, deben aprender a filtrar las categorías del mundo digital respecto al mundo real”.
El pensamiento crítico visual conlleva unas normas y unos códigos interpretativos que son diferentes a la mirada de lo inmediato. Un suponer: no es lo mismo ver una fotografía en Instagram de un parque en el que todo permanece limpio y los niños se divierten, que pasear (realmente) por un parque en el que habrá niños llorando y, posiblemente, basura en el suelo. La metodología del proyecto de José Carlos Ruiz consistía en prestar al alumnado una serie de imágenes. Cada alumno articulaba una pregunta en relación y toda la clase tenía que debatir y consensuar cuál era la mejor pregunta respecto a la imagen.
El profesor señala que quedó manifiesta la pérdida de la fuerza de la discusión y el coloquio, en detrimento a una juventud (incluso en la etapa infantil) pegada a las pantallas. Las pantallas pueden llegar a borrar el diálogo y sin palabras no hay filosofía. Las conclusiones del experimento fueron que las preguntas encienden la mecha del pensamiento y que, mediante “la pedagogía de la palabra” se afina el diálogo y el entendimiento. La idea del cuento de Cocola nació ahí.
El acompañamiento de las madres y los padres
Como dijo el filósofo francés Michel Onfray: “Todos nacemos filósofos, pero solo algunos tenemos la suerte de seguir siéndolo con el paso de los años”. Según el profesor, la actitud de las madres y padres debería ser similar a la del abuelo Bartolo: mantener viva la llama de la curiosidad, acompañar los procesos y “poner en valor las preguntas que hacen”. Es importante prestarles atención, lo que se conoce como un acompañamiento activo, ya que “les estimula que los adultos les atiendan, se sienten queridos y con cierto empoderamiento”.
El libro cuenta con una pequeña guía para madres y padres con apuntes como: “Debemos insistirles en que presten atención a las circunstancias y a los contextos que les rodean. Pensar con espíritu crítico implica saber adecuar el pensamiento a la situación de cada uno, y también a las circunstancias ajenas”. Para Ruiz es importante la reunión familiar, así como el relato familiar de la vida de cada miembro. Narrando las biografías se crean vínculos e identidades, y con ellos, seguridades para desarrollarnos como personas. “Los niños y las niñas tienen que conocer de dónde vienen. Y como Ortega y Gasset, entender que somos fruto de nuestras circunstancias”, concluye.