De Isabel la Católica a Letizia Ortiz han pasado más de 500 años. Las reinas de España han sido múltiples, con personalidades variadas y un séquito de anécdotas bien documentado. Todas ellas con la gran misión de gestar y parir herederos. Varones, claro. Los doctores Pedro Gargantilla y Berta María Martín Cabrejas han publicado Embarazos y partos de las Reinas de España (La esfera de los Libros), en el que narran los cambios en estos cinco últimos siglos.
Por ejemplo: las reinas ya no paren en palacio, lo hacen en hospitales. La reina Sofía fue la primera soberana española que dio a luz en un centro sanitario. El doctor Gargantilla asegura que durante siglos “los médicos tuvieron vedada la asistencia a los partos y la anestesia no hizo aparición hasta el siglo XIX”. Todo esto hacía que en el pasado, cuando se aproximaba la fecha prevista de parto, la reina hiciera testamento. Los doctores cuentan que cuando una reina se ponía de parto, mandaban llamar a la matrona, que era quien la atendía en sus propios aposentos. En algunos casos, como por ejemplo el de Mariana de Neoburgo, las reinas hacían traer también a sus sanitarios de confianza.
El médico permanecía ajeno a lo que estaba sucediendo en la habitación donde la reina paría, ya que ellos esperaban en la sala contigua. En cuanto el trabajo de parto estaba avanzado y era el momento de los pujos entraba “una larga nómina de nobles y aristócratas que hacían las veces de notarios para evitar que se pudiera suplantar la figura del recién nacido por otro”. La alegría se daba solo cuando el recién nacido era varón, ya que aseguraba la continuidad dinástica.
El pudor al cuerpo de las mujeres y la fe en la providencia de Dios ha jugado un papel importante en los partos reales. El 21 de abril de 1539, la reina Isabel de Portugal se pone de parto con una “fuerte hemorragia y fiebres elevadas”. Su partera, doña Quirce de Toledo, pide ayuda a los médicos pero la reina se opone. “Si Dios quiere curarme lo hará sin necesidad de médicos y si tengo que morir será inútil la intervención”. Isabel mostró durante las horas de fuertes contracciones un “altivo pudor por desnudar su cuerpo y poca confianza en los físicos”, con lo que los médicos nunca pasaron a su habitación. La reina falleció días después.
Las monarquías están sembradas de muertes durante el posparto. “Hay que tener presente que el termómetro no aparece hasta el siglo XVII, el lavado de manos como práctica médica no llegó hasta el siglo XIX y que no dispusimos de antibióticos hasta el siglo XX, por lo que ante una infección puerperal nada se podía hacer”. Esta fue precisamente la causa de la muerte de la emperatriz Isabel de Portugal.
Morir pariendo
Todas las mujeres, las pobres aún más, acariciaban el peligro real de morir pariendo. Puede que por este motivo, esté ampliamente documentado que las reinas eran muy supersticiosas y mandaban traer a palacio un sinfín de amuletos y reliquias. Isabel de Valois, la tercera esposa de Felipe II, quiso parir junto a los restos incorruptos de San Eugenio. A la niña que parió le pusieron de nombre Isabel Clara Eugenia porque su parto no fue tan malo como podría haber sido. María de Austria, la esposa de Felipe III, mando llevar a su habitación el báculo de San Antonio de Silos, considerado el “abogado de los buenos partos”. Margarita, primera esposa de Felipe IV, parió con la Santa Cinta en la mano, que se veneraba en la iglesia de Tortosa y se creía que la había tejido la virgen.
Algunas veces los bautizos se daban al minuto de nacer. Y “en cuando la reina se encontraba en condiciones óptimas acudía a lo que se llamaba misa de parida para dar las gracias por el buen curso del parto”, cuenta el médico. Solía tener lugar hacia los 40 días después del alumbramiento, “la reina vestía de blanco y la iglesia elegida era la de la Virgen de Atocha”. Si las cosas venían mal dadas y el posparto tenía complicaciones, ya que algunas reinas sufrieron lo que se conoce como infección puerperal, los galenos podían hacer poca cosa ya que todavía no existían los antibióticos.
Pedro Gargantilla asegura que muchas de las reinas sufrieron depresión posparto, además de por las complicaciones psicológicas que tiene una mujer después de ser madre, porque la presión que tenían las reinas por parir hijos varones era considerable. Alumbrar a una niña podía someterlas a muchos meses de tristeza y de ansiedad por volver a gestar para dar a luz un varón.
Es cierto que las reinas podían permitirse descansar y recuperarse contratando los servicios de nodrizas. Para la crianza de Margarita María, la que dibujó Velázquez en Las meninas, fue preciso contratar a once nodrizas durante los tres años y cuatro meses que duró su lactancia. La última nodriza que amamantó a un rey español fue Maximina Pedraja, madre de leche de Alfonso XIII, el bisabuelo de Felipe VI. “Fue tal el cariño y afecto que se tuvieron que ella formó parte de la comitiva de la boda de Alfonso XIII”. Las nodrizas hacían una especie de casting en el que se valoraba la edad, estar vacunada, la buena conducta moral o “que la presente ocupación del marido sea la del cultivo del campo”.
Vigorizantes sexuales para los reyes
Algunos reyes, con el fin de tener amplia descendencia así como para “disfrutar de unas relaciones sexuales más satisfactorias”, empleaban vigorizantes sexuales. “No había fármacos y recurrían a alimentos o plantas a las que se atribuían propiedades afrodisiacas. A ellas recurrieron, por ejemplo, Fernando el Católico y Fernando VII”, asegura el doctor Gargantilla. Está documentado que uno de los remedios más empleados era la cantaridina o mosca española, “una sustancia producida de forma natural por los escarabajos, que se obtiene desecando, triturando y pulverizando los insectos”. Según los doctores, el efecto afrodisiaco responde a la “capacidad para causar congestión vascular e inflamación del tracto genitourinario, lo que conduce al priapismo, una erección mantenida en el tiempo”.
En el libro también narran como Fernando VII tenía macrogenitosomia, un desarrollo excesivo de los genitales. Esto le dificultaba las relaciones sexuales además de que para las reinas resultaban bastante dolorosas. “Los médicos de cámara fabricaron una almohadilla circular con un agujero central para que pudiera penetrar a la reina sin producirle molestias durante el coito”, asegura el doctor.
Las cesáreas
Poco se sabe de los dos partos de la reina Letizia más allá de que fueron por cesárea. Siglos atrás, solo se practicaban una vez muerta la madre. Según las crónicas, la primera cesárea en la monarquía española tuvo lugar durante el embarazo de Isabel de Braganza, esposa de Fernando VII. La reina falleció durante el parto y los médicos pidieron permiso al rey para realizar una cesárea post mortem. El permiso fue concedido, abrieron el vientre pero extrajeron a una niña que murió minutos después.
A la ciencia le debemos la posibilidad de que las madres, como la reina Letizia, hayamos parido por cesárea y la vida nos haya regalado una nueva vida, así como conservar la propia. Atrás quedó la sorpresa del sexo del bebé en el mismo parto. En la historia encontramos a reinas y mujeres que parieron sin epidural, con sumo dolor, y que murieron o padecieron infecciones bestiales por cuestiones que ahora parecen tan razonables como lavarse las manos antes de tocar la vagina de las mujeres.