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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Demasiadas películas

-Ese es quien estoy pensando, ¿verdad? –pregunté, al ver quién aparecía en la primera fotografía revelada.

-Sí, es él –confirmó Alberto-. Su majestad el rey de España.

-Ex rey, ¿no?

-Rey emérito, como prefieras llamarlo. Espera, vamos a colocarlo como merece.

Alberto tendió la foto en el cordel, para que se secase bien. Pero la colgó boca abajo, y me guiñó un ojo. En ella se veía al padre del actual rey caminando, apoyado en un bastón, acompañado por varias personas que no supimos identificar. La foto estaba tomada desde un sitio ligeramente elevado, era un plano picado, y en blanco y negro, o más bien un gris azulado.

Seguimos revelando el resto de negativos. Pasaban por la ampliadora, que los reproducía en el papel, y ya en la cubeta iban mostrándonos su contenido. Uno a uno, fuimos reconociendo a la mayoría de personas fotografiadas. Yo solo pude nombrar a algunos, Alberto los identificó a casi todos. Un ex ministro. Un alcalde. Varios empresarios, consejeros delegados. El presidente de un club de fútbol. Dos mujeres, hermanas, grandes propietarias. Una ex presidenta autonómica. Y de nuevo el rey emérito, varias fotografías mostraban al anterior rey, aunque en momentos diferentes, incluso lugares diferentes, pero todas las fotos tenían en común el plano levemente picado, elevado, y el color grisáceo de las mismas. Hasta que me di cuenta:

-Espera, no son fotografías. Quiero decir que no las ha tomado un fotógrafo sin más. Son imágenes de cámaras de seguridad. Es como si hubiesen fotografiado la pantalla donde se ve lo que graba la cámara.

-Es cierto. Cámaras en la entrada de edificios, sobre la puerta. Diría que hoteles, fíjate: en un par de ellas se ve a un tipo trajeado que abre la puerta del coche. Mira, en esta se ve una alfombra sobre la acera. Son grabaciones de cámaras de seguridad de hoteles. Pero, ¿qué sentido tienen? No parecen mostrar nada… ilegal, solo gente importante entrando en hoteles.

Eso mismo le pregunté a la inspectora Velasco, minutos después. A Elvira, que así me pidió que la llamara, buscando más confianza conmigo.

-¿Qué sentido tienen estas fotos, Elvira? No parecen mostrar nada… ilegal.

-Como las anteriores grabaciones de vídeo en reservados, o los audios en taxis, no muestran nada que quieran que veamos. O sí: lo que quieren que veamos es que las han conseguido, que pueden hacerlo, que igual que tienen estas imágenes inofensivas, podrían tener otras.

-Camareros, taxistas, y ahora ¿guardias de seguridad?

-Eso parece. Y por las fotos no es fácil saber de qué hoteles son, dudo que podamos localizar a los responsables. Tampoco hemos avanzado mucho con los camareros, hasta ahora solo hemos identificado dos restaurantes, y en ambos casos contratan refuerzos de empresas de trabajo temporal y no pueden precisar quién sirve cada mesa en cada momento. Y lo mismo con los taxistas, que además no eran todos taxis: en algunos audios parecen vehículos VTC.

Miramos en silencio las fotos, 36 fotos desplegadas sobre la mesa de la inspectora Velasco. Fue mi subdirector el que avanzó una pista:

-Camareros, taxistas, conductores de VTC, guardias de seguridad… Todos comparten ser colectivos con malas condiciones laborales.

-¿Una conspiración de precarios? –sonrió la inspectora-. Suena demasiado… novelesco. De novela de verano, vaya. No es fácil montar algo así bajo radar, con tanta gente implicada y sin dejar rastro, ningún cabo suelto, nadie que se vaya de la lengua. Seguiremos investigando. Y tú, Carmela, mantenme informada si te llegan más envíos. Pero sé discreta, no quiero quemarte y que decidan buscar otra periodista.

-La verdad es que… no me hace mucha gracia –dije, dubitativa.

-¿Qué no te hace gracia?

-Esto. Ser una especie de… confidente policial.

La inspectora Velasco se rió exageradamente.

-¿Confidente policial? Has visto demasiadas películas...

Demasiadas películas de los ochenta, pensé.

-Has visto demasiadas películas –insistió-. Y todavía no sabemos si esto es una comedia, un thriller o qué. Pero estamos ante delincuentes, probablemente chantajistas, acabarán pidiendo algo por no desvelar otras grabaciones. ¿Prefieres ir con los malos en tu película? –rió de nuevo-. Mira, todavía desconozco de qué va todo esto, pero no quiero que se nos vaya de las manos. Cuéntame lo que vayas sabiendo. No te lo estoy pidiendo, no es un favor.

-¿Y si… me niego?

-No te vas a negar. No puedes. Las dos estamos en esto, y yo también estoy siendo discreta y cubriéndote a ti. Piensa que si se corre la voz de que, como tú dices, eres una “confidente policial” –hizo comillas en el aire con los dedos-, puede que nadie te vuelta a escoger para filtrar información en la vida. Y eres muy joven para quemarte ya.

Me sonó a chantaje, pero no dije nada, porque ya sabía la respuesta: yo había visto demasiadas películas. Fue mi subdirector quien me echó un cable:

-Si colaboramos, esperamos que la colaboración sea mutua.

-Mira, tu jefe no ha visto tantas películas, o ha visto otras. Por supuesto: si averiguamos algo, seréis los primeros en tenerlo. En exclusiva.

De vuelta a la redacción, oh, sorpresa, ¿qué encontré sobre mi mesa? Lo habéis adivinado: ¡otro envío! Esta vez un sobre grande y delgado, tamaño folio. Lo abrí con impaciencia. Tras el VHS, la cinta casete y el carrete de fotos, ¿qué tocaba ahora?¿Una carta manuscrita? ¿Un fax?

Del sobre salió una careta. Sí, una careta, de cartulina, con una gomita para colocársela. Era el rostro de un niño, con el pelo castaño claro, facciones redondeadas, ojos achinados. Me quedé mirándolo, me sonaba mucho, pero se adelantó mi compañero, el otro estudiante en prácticas, que hoy traía una camiseta de la calabaza de “Un, dos, tres…”, y que reconoció al personaje de la careta nada más verlo:

-¡Es Piraña, cómo mola!

-¿Piraña?

-Sí, el niño de “Verano azul”. El que comía mucho, el amigo de Tito.

Yo sabía bien quién era Piraña, mi padre me había puesto todos los capítulos durante varios veranos. Lo que no entendía era qué pintaba ahora Piraña, para qué esa careta, en la que además habían apuntado, por la cara interior, una fecha y una hora. La fecha era del día siguiente, la hora las 19h. ¿Me estaban proponiendo una cita? Pero no ponía dónde, solo habían añadido una frase manuscrita:

“¿Eres tú la chica de ayer?”

Empezaba a estar harta de juegos de pistas.

CAPÍTULO 7: LA CHICA DE AYER

-Ese es quien estoy pensando, ¿verdad? –pregunté, al ver quién aparecía en la primera fotografía revelada.