La sacudida que Inés Arrimadas le ha dado al tablero es de las que obligará a recoger fichas en el suelo. ¿Cuáles? Todavía es pronto para saberlo, pero de momento ya alcanza a una comunidad como Madrid, la joya del PP, y puede acabar en el Congreso, abaratando el precio de los apoyos al Gobierno de Pedro Sánchez.
La astucia, mal entendida como casi siempre en el caso de la presidenta madrileña, ha llevado a Isabel Díaz Ayuso a dinamitar su acuerdo con Ciudadanos y convocar unas elecciones para evitar que el partido de Arrimadas trasladase a esta comunidad su nueva alianza con el PSOE en Murcia. Astucia porque ha provocado un embrollo legal que probablemente se acabará dirimiendo en los tribunales, que es donde la política española ha decidido transferir muchas de sus decisiones por la incapacidad de resolverlas en los Parlamentos. El filibusterismo no es propiedad exclusiva de ninguna formación, aunque algunas abusen más que otras para desesperación de los letrados de las distintas Cámaras.
La decisión de Arrimadas de romper la foto de Colón fractura el bloque de la derecha y liga el futuro de Ayuso a Vox, algo que a ella no parece molestarle mucho pero que echa por tierra los planes de Pablo Casado en su intento de marcar distancias de una extrema derecha envalentonada y todavía más crecida tras haber barrido a Ciudadanos y al PP en Catalunya. La presidenta de Madrid manipula datos y repite eslóganes con una habilidad que puede cosechar buenos réditos electorales. “Socialismo o libertad”, resumía este miércoles en su comparecencia ante los medios. Libertad para cometer sus propios errores, como reivindicaba Mance Rayder en Juego de Tronos. En el caso de Ayuso su libertad son errores que acaban pagando los más débiles, en un Madrid en el que los ciudadanos son tratados solo como consumidores y en el que la sanidad y la educación no son derechos sino negocios. No es nada que rechine en el catecismo de Vox y si le suman el concepto arcaico que comparten sobre España es muy fácil que Ayuso y la extrema derecha se encuentren sin problema. Es más lo que los une que lo que los separa, para desgracia de aquellos que aspiran a un PP centrado y centrista.
Ayuso liga su futuro a Abascal en un movimiento que puede arrastrar a Casado, cuyos planes para ofrecerse como una alternativa al PSOE alejado de las estridencias de la extrema derecha se alejan. La jugada de Arrimadas complica aún más futuras ententes, no solo en ayuntamientos y comunidades sino también en el Congreso de los Diputados. Si Ayuso logra retener Madrid, una opción que hay que marcar en la casilla de probable o incluso muy probable, se afianzará como referente del partido, restará argumentos a los barones que durante la pandemia han actuado con mucha más responsabilidad que ella (no era difícil), y dejará a Casado a los pies del caballo de Abascal.
La jugada de Arrimadas puede complicar el futuro del líder del PP, pero no está claro que el suyo vaya a ser mucho mejor. Ha actuado a la defensiva para evitar que los populares siguieran con su OPA a un partido que adolece de una estructura débil y un poder limitado. Ahonda en la fractura interna en Ciudadanos, una división que no se reduce al tuit de Toni Cantó expresando su estupor por una decisión, la de cambiar de socios en Murcia, que no había sido debatida en la ejecutiva. En Catalunya, la comunidad donde nació Ciudadanos y donde Arrimadas forjó su carrera política, tienen solo cuatro diputados y ninguna alcaldía. Sus votos han sido engullidos por socialistas y Vox, y puede que en próximas citas electorales, ya fuera de Catalunya, les vuelva a suceder lo mismo.
Los partidos bisagra lo son mientras son imprescindibles y donde Ciudadanos puede demostrarlo es en el Congreso. Si los votos de ERC se encarecen, algo que no sería descartable teniendo en cuenta que hasta ahora las promesas de Pedro Sánchez no se han concretado en nada, empezando por los indultos y la reforma del Código Penal, y siguiendo con el entusiasmo socialista por dejar sin inmunidad a Puigdemont, el PSOE siempre puede girar la vista hacia Arrimadas. No sería la primera vez y le provocaría más disgustos en la relación con Podemos, pero Sánchez sabe que esos votos están ahí y que cada vez son más baratos.