“No vayáis a Ginebra”, pedía el reconocido intelectual sirio Yassin Haj Saleh a los opositores en el exilio días antes de que se confirmase la reunión en torno al futuro de Siria. “No cedáis al chantaje, no vendáis la dignidad Siria”. Una opinión muy extendida entre la población siria de dentro y fuera del país, que ve cómo las mesas de debate internacional se convierten en una ilusión de avance hacia una solución, sin que se detengan los bombardeos sobre civiles.
“Una diplomacia falsa, vacía, no es diplomacia”, decía el editorial de The Guardian del 28 de enero, haciéndose eco de esa contradicción entre supuestos avances discursivos y un empeoramiento de las condiciones sobre el terreno. En la raíz de esta falsa diplomacia sitúa el diario el hecho de que la protección de civiles se haya caído de la agenda, y las concesiones que las potencias occidentales han hecho a Rusia e Irán, que han permitido que el régimen de Bashar al-Asad recrudezca la persecución de su ciudadanía.
Hay algo muy tétrico en que esas reuniones en hoteles de cinco estrellas en las que se decide “el futuro de Siria” se celebren al mismo tiempo que se bombardean infraestructuras civiles sobre el terreno, unos bombardeos que se ceban en hospitales y colegios (según Unicef, uno de cada cuatro colegios ha sido destruido).
“El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas debería mostrar su compromiso con la paz liderando un convoy de ayuda humanitaria a un pueblo asediado. Después de eso, que hablen”, proponía Krystian Benedict, de Amnistía Internacional Inglaterra.
Si hay algo en lo que la oposición política en el exilio, las distintas fuerzas de oposición armada –más o menos moderadas, más o menos legítimas– , y los activistas de los comités de coordinación locales están de acuerdo, es en señalar a Asad como el origen del incendio que arrasa el país. “O Asad, o quemamos Siria”, resuena en la memoria colectiva reciente el lema que los grupos afines al régimen popularizaron al comienzo del levantamiento popular, en marzo de 2011. Desde esa memoria local que desafía los planes de la geoestrategia, ISIS se alimenta de la impunidad desatada por Asad, que con su política de bombardeos, asedios y torturas no hace más que lanzar a más civiles desesperados a las filas del extremismo de inspiración yihadista.
“Mientras Obama disfruta de un idilio con Irán, Putin con Israel, y Asad con Bagdadi, los sirios sufren los resultados de esas relaciones ilegales”, denunciaba el último cartel de Kafranbel, el pequeño pueblo de la región de Idlib que desde mediados de 2011 lanza cada semana un mensaje colectivo dirigido a esa comunidad internacional que hace tiempo que abandonó a los sirios. En Kafranbel, y en distintos puntos del país, continúan las manifestaciones que reclaman la caída del régimen, responsable de crímenes contra la humanidad, mientras la comunidad internacional permite que ese mismo régimen se siente a debatir sobre el futuro de Siria.
“Sopa de asedio”, ironizaban activistas sirios en una imagen que muestra a Obama, Putin, Asad, y Ban Ki Moon sonriendo mientras cocinan el menú del asedio de miles de civiles en el interior del país. Un asedio que se ha cebado con la población de Madaya, provocando una catástrofe que envía a diario imágenes de adultos y niños cadavéricos, al borde de la muerte por inanición.
Un compromiso de mínimos rechazado
En el contexto del rechazo al régimen, la oposición siria exigía en los días previos a Ginebra un compromiso de mínimos previo a cualquier negociación: que cesen los bombardeos sobre la población civil, y que se levante el asedio que ha hecho que miles de personas, entre ellos un buen número de niños, mueran de hambre, de frío y de enfermedades curables por falta de acceso a bienes básicos.
No parecen reclamaciones muy exigentes, pero el umbral de lo que es permisible en lo que respecta a Siria se ha elevado a cotas desconocidas en los últimos años. Por eso, porque pedir que se proteja a civiles, que no se les bombardee ni se les mate de hambre, ha llegado a considerarse demasiado exigente, las potencias occidentales se apresuraban a presionar a la oposición siria: o aceptaban sentarse a la mesa de negociaciones con Asad sin requisitos previos, o la comunidad internacional castigaría a Siria reduciendo la ayuda humanitaria que hasta ahora se hubiese hecho llegar a la población civil.
El encuentro en Ginebra arrancó el 29 de enero con presencia de las autoridades sirias y sin que hubiese confirmación de ningún grupo de la oposición. Se bloqueaba, además, la participación de Salih Muslim, el representante del Partido de la Unión Democrática (PYD), la principal fuerza kurda en Siria, a la que Turquía ha vetado. Muslim, originario de la ciudad de Kobane, que fue detenido por el régimen sirio en 2003 y perdió un hijo a manos de ISIS en 2013, esperaba en un pequeño hotel en Ginebra una invitación que no llegó.
“Arrancaremos hoy, aunque no sabemos aún a qué hora, ni dónde, ni con quiénes”, adelantaban los portavoces de mediación de Naciones Unidas a primera hora. Finalmente, una delegación de 30 opositores anunciaba que acudiría a lo largo del día para reunirse con el enviado de Naciones Unidas para Siria, Staffan de Mistura, y sólo con él, sin negociaciones directas con miembros del régimen. Ese modelo, que se conoce, como “negociaciones de proximidad”, implica que un grupo de mediadores internacionales corre de sala en sala del Palacio de las Naciones llevando y trayendo las propuestas de unos y otros, garantizando que los asistentes a la reunión no se crucen entre ellos.
En semejante escenario se dirime el futuro del país, mientras sobre el terreno avanza la política de hechos consumados. Staffan di Mistura se mostraba el domingo “optimista con respecto al futuro de las negociaciones”, sin que hayan trascendido las razones para el optimismo. En su declaración, di Mistura evitó pronunciarse respecto a las reclamaciones de que se alivie el sufrimiento de la población civil que hizo la oposición, y al hecho de que esta aseguró que no estaría presente en la siguiente ronda, si Asad no levanta el asedio y detiene el lanzamiento de barriles dinamita.
Lejos de aliviarse, continúa la destrucción lo que queda de Siria, y se mantiene en pie lo suficiente de las infraestructuras como para garantizar los intereses de las principales potencias implicadas. Nuevas potencias se suman a las negociaciones para reservarse un hueco en ese incierto futuro de Siria, que hace tiempo que ya no es de los sirios y las sirias.