Aquí abajo seguimos, Slepoy

Han pasado dos años de tu ausencia en la tierra de Madrid, pero a estas alturas ya tendrás las alas que te mereces. Seguramente el proceso comenzó al sonar Zamba de mi esperanza el día de la incineración en La Almudena, y cantar “no se rinde un gallo rojo, más que cuando está ya muerto”, como cantamos aquella mañana en el cementerio de Madrid, a la llegada del féretro, rodeado de flores rojas, amarillas y moradas, una bandera de las Brigadas Internacionales, otra roja, con el pañuelo de las madres de plaza de mayo, y el banderín de tu equipo de fútbol, el Club Atlético Lanús, que por cierto está a 17 puntos de boca, pero a 11 de River.

Aquí abajo seguimos, aunque la tercera aún no ha llegado, la Ceaqua ha organizado una recogida de firmas para que se coloque una placa-homenaje en tu recuerdo, en el sitio donde un policía borracho te disparó, por defender a una manifestante, y aquello te tuvo dos años en la cama de un hospital, bastón, y finalmente, silla de ruedas. Ascensión Mendieta, dos meses después de que nos dejaras, logró enterrar a su padre Timoteo, en el cementerio civil de la Almudena de Madrid, a sus 91 años, lo primero que dijo fue “Pobre padre mío, se ha pasado casi toda la vida bajo tierra”. Almudena Carracero terminó su documental, esa cámara que estaba con nosotros en todos los momentos, ha conseguido nada menos que un Goya, la película se llama El Silencio de los Otros, y es precandidata para los Óscar. ¡Casi vas a los Óscar de Hollywood!, porque el documental termina con una foto de tu sonrisa.

Franco sigue en el sitio en el que le dejaste, pero pronto el Valle reducirá su número de residentes. Las familias han podido acceder al interior. Mercedes Abril, de 86 años, ha podido entrar. Como dice la canción “se le fue toda una vida, porque el tiempo y la memoria juegan juntos en nuestra historia”. Tras desplazarse por la basílica en silla de ruedas, y llegar a la puerta de la cripta, se puso en pie, bien agarrada a su bastón, y subió tres pisos por una escalera intransitable que estaba pensada para almacenar cuerpos y no para ser transitada, puesto que la lógica de ellos fue la de entrar para nunca salir. A través de un ventanuco construido este año, pudo ver las cajas y decir in situ “siento que mi padre está ahí dentro”.

De prior sigue el mismo personaje que pasó de falange española al Valle, y entremedias una tesis en el CEU. Ha irrumpido una nueva derecha, que ha dividido a las otras dos, y que recuerda a aquel asesino y traidor que en el 36 optó por las balas, en vez de las urnas, buscando el mando total del cementerio, pero no hay que preocuparse, de momento todo son torpes movimientos. Tu amigo el Papa argentino, hace poco, preguntado por las fosas españolas dijo “una sociedad no puede sonreír al futuro teniendo sus muertos escondidos”. 

Las víctimas del franquismo siguen luchando por sus derechos, en España no hemos retomado el principio de justicia universal con la que tantas cosas lograste, en España, para los chilenos, y en Argentina para los españoles, a través de lo que aquí se llama la “querella argentina”, y allí, “genocidio gallego”.

Todos los días, dos veces, paso en cercanías por la estación de Santa Eugenia, sintiendo la misma emoción con la que me bajé la primera vez que fui a tu casa, tenía 27 años, prácticamente no era ni abogado, y no tenía nada bajo el brazo, salvo un fuerte temblor en las piernas por conocer a quien había admirado en la Universidad, estudiando derecho en Madrid, y del que después José María Calleja me hablaría tantísimo. Ese día en Santa Eugenia hablamos de muchas cosas, tu pasado montonero, las torturas sufridas, tu paso por la cárcel, la salida a España, un policía borracho y si algo sentí, fue que viviste para perdonar.

En cuanto a mí, defendí la tesis, me mudé de casa y tuve un hijo, al que le hablo de ti. En materia de memoria sólo tengo una norma, está prohibido rendirse. Tú nunca lo hiciste, mucho menos lo haré yo.

La toga roja te echa de menos, Slepoy.