Abrir nuevos caminos sin tomar atajos
Ha pasado una semana desde las elecciones europeas, municipales y autonómicas del 26 de mayo. No es tiempo suficiente para realizar un análisis lo necesariamente pausado del (mal) resultado que obtuvo Unidas Podemos y, en general, el espacio del cambio en esas elecciones. Pero, desde luego permite ver con un poco más de perspectiva la situación que buena parte de los presuntos “balances” que han aparecido en los medios desde la misma noche electoral. Y digo presuntos, puesto que, en muchas ocasiones no han sido otra cosa que confirmaciones de tesis antiguas (“ya os lo decía yo”) o asignación de culpabilidades, focalizadas en la dirección de Podemos.
Con esto no quiero decir que no deba haber crítica a las personas que dirigen un proyecto o a las que hemos asumido la responsabilidad de encabezar una candidatura. Debe haberla y debe asumirse. Y autocrítica. Pero, desde luego, los análisis unilaterales e interesados no sirven para construir ni avanzar.
Los factores que han influido en el resultado son múltiples, porque la realidad es compleja por definición. A los errores propios es necesario añadirles un análisis del contexto al que nos enfrentamos. Ya no estamos en la fase de movilización social que arrancó en el 15M y continuó con las mareas o las huelgas generales, que generaron un “nuevo sentido” a la política y una nueva visión de la sociedad. Esa expresión de lo que se movía en las calles es lo que Podemos supo captar, encabezar en su nacimiento. Tras la moción de censura y el desalojo del PP del poder, que las fuerzas del cambio facilitaron sin pedir nada a cambio, se generó una sensación de cierre de etapa que colocó en una situación de dificultad a cualquier proyecto de transformación profunda. Los meses de gobierno en solitario y los avances que se han producido (poco importa que fueran arrancados a Sánchez por Unidas Podemos, como la subida del salario mínimo) han sido capitalizados por el PSOE para aparecer como la única alternativa frente a los gobiernos de ultraderecha que se vislumbraban desde el resultado de las elecciones andaluzas.
Todo ello en un marco europeo regresivo. Después de la crisis, ha habido una vuelta de tuerca al neoliberalismo y a la concentración de poder por parte de multinacionales, bancos y fondos buitre. La incertidumbre ha crecido, la sensación de inestabilidad, de descontrol. Pero la crisis política sigue muy presente también y afecta a quienes nacimos al calor de esta crisis cuando comenzaba. Creo que hemos pasado de un “que se vayan todos” en 2014 a un “dejadnos en paz” por el hartazgo de la gente con la política. Y en este contexto, el PSOE no es voto de ilusión, no es un voto ofensivo, es un voto defensivo.
Por si todo esto fuera poco el espacio del cambio se ha sumido en una pulsión autodestructiva difícil de entender. Varias rupturas y escisiones, con diversos motivos que no hay tiempo de analizar, han generado un escenario de fragmentación y desconcierto en el electorado que ha encontrado en el PSOE una marca segura, algo conocido a lo que agarrarse en tiempos de incertidumbre, de desconfianza. Si se ha conseguido resistir es gracias a los miles de militantes anónimos que ni desesperaron ni abandonaron el barco cuando parecía que este se iba a la deriva. Su trabajo constante, su ilusión, su capacidad de sobreponerse a las peleas internas que se ven amplificadas por la prensa son el mayor valor que tiene el espacio del cambio y, en particular, Podemos. Y es algo que no puede pedirse prestado en un banco ni se consigue con mimos de los grupos mediáticos. Son la garantía de que este proyecto tiene (mucho) futuro.
Necesitamos reflexionar sobre el futuro de Podemos y, por extensión, del espacio del cambio. Pero esa reflexión debe ser, necesariamente, colectiva y huir de mediaciones y psicodramas auspiciados por los medios de comunicación. Porque es obvio (y no se trata de manía persecutoria ni excusa) que el cambio político no tiene aliados en las líneas editoriales de los grandes grupos mediáticos de nuestro país (que son, igualmente, poder económico). Buena muestra de ello es la amplificación de cualquier traspiés o problema interno como gran noticia y anuncio de disolución o hundimiento final. No, la reflexión colectiva no puede darse en el marco de un reality show televisado (que parece que tiene nombre, Vista Alegre III) donde nos desangremos para regocijo de nuestros adversarios.
Necesitamos debate, debate, debate. Debate con nuestra gente. Encontrar colectivamente la forma de, como decía Gramsci, hacer una organización que se parezca al mundo y a la sociedad que queremos construir. Es obvio que la forma partido entró hace años en crisis, pero la solución a esto no es fiarlo todo a propuestas electorales personalistas en torno a un liderazgo fuerte, como la propuesta de Macron, sino a encontrar las fórmulas que nos permitan tener herramientas organizativas donde la pluralidad sea un valor, donde las diferencias no se enquisten en la existencia de facciones que pierden de vista el objetivo común. Herramientas que sepan ser útiles a la movilización social en las instituciones y que la potencien. Herramientas que sigan sabiendo trabajar con la sociedad civil, como hemos intentado hasta ahora. Y herramientas que definan un proyecto político, una estrategia colectiva, para los tiempos que vienen.
Medir los tiempos es esencial en política. Y para este debate no hay atajos ni puede cerrarse en falso. Mucho menos tiene sentido pretender cerrarlo mientras la situación política está abierta con el gobierno del estado y los de la inmensa mayoría de Comunidades Autónomas y ayuntamientos dependiendo de negociaciones, pactos y posicionamientos que vician el debate y que pueden verse condicionados por él. Sería, en todos los sentidos, una irresponsabilidad, independientemente de lo que se piense de lo adecuado o no de una entrada en un gobierno de coalición del PSOE. Es posible que algunas gentes del espacio del cambio tengan dudas sobre esto, pero quien seguro que no tiene dudas es el gran poder económico, que, ya lo estamos viendo, está poniendo todo de su parte para evitarlo.
Ese debate requiere tiempos, calma, sosiego, templanza. Y sobre todo, cuidado. Cuidado a la militancia, la que está siempre ahí pero es invisibilizada y demasiadas veces menospreciada. En esta campaña, con unos resultados insuficientes para las vidas de los madrileños, me he reencontrado con la militancia. Y es esperanzador sentir que es sólo de ahí, de la suma de quien se compromete, a su tiempo, a su modo, con lo que quiere y puede en tiempos de precariedad vital, y suma un granito de arena, desde donde se construirá el cambio que necesita nuestro país.