Una vez más se ha rechazado la presencia del catalán (y del euskera, y del galego…) en el Congreso. Tantas veces lo rechacen, tantas veces insistiremos. No es una medida vital para nuestras lenguas. No cambiará los datos que llevan a preocuparnos por su futuro. Es una batalla más. Pero muy significativa del papel que el Estado español reserva a las lenguas distintas al castellano. Se trata de una diglosia: por un lado, una lengua con prestigio, con privilegio, que sirve para todo. Por el otro, otras lenguas subordinadas, invisibles en ciertos ámbitos, incluso marcadas, es decir, que usarlas en determinados momentos o espacios transmite una fuerte carga política. Y aunque sabemos que lo personal es político, para una lengua lo esencial es estar normalizada, que la use toda una sociedad independientemente de la clase, el origen, la ideología. Es evidente que en esta situación de diglosia, una irá ganando espacio mientras otras lo irán perdiendo.
La reivindicación lingüística quizá es difícil de comprender para los hablantes de lenguas poderosas que nunca se encuentran en situación de conflicto, que usan su lengua con total normalidad, sin preguntarse internamente si le van a entender, sin tener que repetir las frases a un interlocutor que, efectivamente, no la entiende. Sin tener que sufrir ninguna agresión verbal, que también de eso hay, especialmente con miembros de los cuerpos policiales (mi amigo Ignasi Bea escribió hace ya algunos años un libro titulado ¡En cristiano! recogiendo trece casos concretos).
Ciertos discursos afirman que los independentistas “politizamos la lengua”. La politización existe en el momento que no está normalizada y que hay que tomar medidas para ello. A eso me he referido cuando he dicho que el catalán es una lengua marcada. Pero cabe decir también que si hay una politización en sentido independentista es porque el Estado español no hace absolutamente nada para el avance de las lenguas que no son el castellano. Eso lo vemos en la escuela, que es el único ámbito en el cual, en teoría, el catalán fue hegemónico, por la simple razón de que era la única manera que muchos niños y niñas entrasen en contacto con esta lengua, ausente en el resto de sus vidas. Lo vemos también en la cuestión de los funcionarios públicos, con las ofensivas contra el requisito lingüístico. Y lo vemos en algo mucho más sencillo todavía. Hace unas semanas se aprobó la Ley del Audiovisual y se rechazaron las enmiendas que obligaban a las grandes plataformas a tener más contenido doblado o subtitulado en catalán, euskera y galego. El detalle es que es una medida complementaria, que no obliga al castellano a ceder terreno, puesto que se trata de ofrecer estos contenidos y que el usuario escoja en qué lengua. Pero ni así. Esta es la nula sensibilidad del Estado español para con las lenguas distintas al castellano. Pero échale la culpa a los indepes por politizar todo, oye.
En las últimas décadas han mejorado los datos de conocimiento del catalán, pero lo esencial para una lengua es el uso. Y en esto, la evolución es preocupante. Como en cualquier caso, conviene manejar datos para no valerse solo de impresiones. Hace un par de semanas, el documental El futur del català recordaba algunas de estas realidades: tan solo un 3% de los estudiantes de 4º de ESO consumen contenidos audiovisuales mayoritariamente en catalán. Tan solo el 46,8% de los profesores de secundaria se dirigen a sus alumnos en catalán (en 2006 era el 63,7%). Y también que 8 de cada 10 catalanohablantes cambian de lengua cuando el interlocutor habla en castellano.
Éste último dato refleja que el bilingüismo es unidireccional. Los catalanohablantes dominamos el castellano, pero un buen número de castellanohablantes no así con el catalán. A esto le añadimos la inseguridad del hablante que se sabe con la lengua marcada y vemos como nuestra lengua va perdiendo espacios de uso. Y una lengua que no se usa es una lengua que languidece.
En situaciones como la descrita, de cambio de lengua de los interlocutores, interviene aunque sea de forma inconsciente la ideología lingüística dominante, la que transmiten los principales partidos españoles, los que han rechazado el uso del catalán en el Congreso. Es decir, que hay lenguas de primera y de segunda. Lenguas que sirven para todo y lenguas que no. Que la nuestra es un capricho. Ésta es la ideología dominante y se puede comprobar con los comentarios en redes cada vez que reivindicamos nuestras lenguas.
Contra ello seguiremos defendiendo que nuestra lengua gane espacios. La queremos. Y queremos que toda la gente que vive en su ámbito lingüístico la conozca, la comparta, la use sin complejos, la reivindique. Como hicimos en el Congreso. Tantas veces nos lo rechacen, tantas veces volveremos a ello.