Señora Artigas, permítame el atrevimiento de contradecirla: las startups son casi lo opuesto a una empresa cooperativa. Se lo resumo así, en respuesta a las declaraciones que hizo en la entrevista que concedió a este medio hace unos días, en la que usted calificaba a las startups como “las cooperativas del siglo XXI”, probablemente en un guiño positivo hacia el cooperativismo.
Si nos atenemos a la definición de la Cámara de Comercio de España, una startup es “una empresa de nueva creación o edad temprana que presenta grandes posibilidades de crecimiento y comercializa productos y servicios a través del uso de las tecnologías de la información y la comunicación”. Hasta ahí, aceptamos barco como animal acuático, esa nueva empresa incluso podría ser una cooperativa. Sin embargo, la discrepancia es profunda; el espíritu de una cooperativa, si no contrario, está a años luz del de una startup.
Vayamos por partes. El punto de partida de una startup es mantener los costes de producción bajos, para crecer rápidamente. Nace con el objetivo de evolucionar en pyme o gran empresa o, directamente, vender la idea a una empresa ya consolidada. Por el contrario, una cooperativa de trabajo asociado es una empresa de gestión colectiva con vocación de perdurabilidad, de proporcionar un proyecto laboral estable y de calidad a las personas que la constituyen, de generar trabajo digno y sostenible, de arraigarse al territorio y generar riqueza. No es una empresa trampolín en la dinámica pura y dura de la economía de mercado.
Sigo remitiéndome a la Cámara, que explica en su web que el principal atributo de una startup es la velocidad y la capacidad con la que puede crecer y generar ingresos de una forma rápida, que es capaz de incrementar su producción y ventas sin necesidad de aumentar sus gastos. Son negocios que se basan en ideas innovadoras para satisfacer una nueva necesidad en el mercado. Nuevamente, estamos ante una esencia alejada a la de las empresas cooperativas que, si bien han de ser rentables y, por supuesto, competitivas, el eje sobre el que pivota su razón de ser son las personas que la conforman, no persiguen el pronto beneficio económico: la cooperativa de trabajo está al servicio de las personas, que han encontrado en el cooperativismo una forma de emprender y desarrollar una vida profesional digna, compatible con su vida personal, conciliadora, donde la igualdad entre mujeres y hombres es mayor y se aspira a que sea total. En definitiva, la cooperativa forma parte del proyecto vital de los y las cooperativistas, es un fin, no un medio para “hacer caja” o “dar un pelotazo”.
Me mueve a escribir este artículo, más que el contenido en sí de la entrevista, el titular, que lleva a confusión respecto al modelo de empresas a las que representa la organización que presido, COCETA, que son las cooperativas de trabajo, y que se enmarcan en la denominada economía social (no confundir social con caritativa). Un titular que, como cooperativista, me ha removido, aún intentando entender que se ha querido referir a que las startups son una forma de emprendimiento más sencillo y asequible, y que suelen ser iniciativa de jóvenes, en coincidencia con algunas cooperativas. Discrepo en que las startups sean las empresas más democráticas que existen, puesto que esa es una bandera que no se puede arrebatar al cooperativismo, democrático en su concepción y práctica, donde una persona representa un voto.
En definitiva, y solo con afán pedagógico, no de replicar todo lo que cuenta sobre las startups, de las que usted sabe mucho más que yo, señora Artigas, como cooperativista convencido considero importante que la gente entienda que una cooperativa de trabajo asociado puede ser una pyme que se digitaliza, pero también una empresa con base tecnológica. La comparación entre modelos empresariales ha sido, estoy seguro, bienintencionada, pero desafortunada. Lo que la diferencia a la cooperativa de una startup y de todas las empresas mercantiles lo encontramos en la respuesta a las preguntas de cómo y por qué: una cooperativa de trabajo es una fórmula empresarial ética, de la economía social, formada por personas que son a su vez dueñas y trabajadoras, donde priman la gestión colectiva y democrática, la participación y la flexibilidad. Son empresas comprometidas con las personas y el entorno, que generan confianza y estabilidad. Han demostrado con creces ser las empresas más resilientes porque su finalidad no es el enriquecimiento económico (que podría incluso darse), es el mantenimiento del empleo y de la esencia del proyecto cooperativo, por su capacidad para construir una sociedad más equitativa y justa.
Un atrevimiento más para terminar: si las cooperativas de trabajo supusiesen un 80% del PIB nacional, estaríamos hablando de otro modelo económico, basado en otro modelo productivo, mucho menos especulativo, y de un modelo laboral con muchas más virtudes que el actual.