Carta abierta a Pedro Duque
Escribo estas líneas después de oír sus declaraciones sobre el estado de la innovación y la ciencia en España. Y me gustaría hacerlo con un tono constructivo. Hace algunas semanas, pudimos ver una intervención suya en la que instaba a los centros privados a “correr por delante” de los públicos en la producción científica. No puedo negarle que aquellas palabras nos generaron una honda desazón. Básicamente porque parecían desconocer el papel central de la investigación pública en los grandes avances científicos de nuestro tiempo, así como su capacidad única para conjugar excelencia e igualdad de oportunidades. Luego supimos que aquellas palabras habían sido previas a su designación ministerial, y que seguramente expresaban un exceso de cortesía con la patronal que organizaba el acto. Sus intervenciones posteriores, sin embargo, han sido más tranquilizadoras. Sobre todo porque han tenido más en cuenta la importancia del aprovechamiento común de un conocimiento que, al fin y al cabo, ha sido colectivamente generado por la humanidad.
Lo cierto, Ministro, es que tenemos una gran oportunidad por delante. Como usted sabe, hace unos días, la Confederación de Sociedades Científicas de España recordaba que en 2017 apenas se gastó el 29,7% de todo el dinero presupuestado para I+D+i. Y que la situación en relación a los presupuestos heredados para 2018 no era especialmente halagüeña. Con esos datos sobre la mesa, no sorprende que quienes ven en la ciencia una herramienta básica para el progreso social hayan respirado aliviados con el fin del gobierno Rajoy. Centros de investigación, universidades, mujeres y hombres de ciencia, han vivido estos años como una época de maltrato, precarización y burocratización crecientes.
Todos sabemos que esta cruzada anti-científica, oscurantista y propia de la Contrrareforma, tiene siglos a su espalda. Y que durante el gobierno del PP alcanzó cotas intolerables. Por eso, la sola creación de un Ministerio específico de Ciencia, Innovación y Universidades supone un mensaje de reparación, de corrección. Al menos en términos simbólicos.
Pero no podemos engañarnos: el retraso y los agravios son tan grandes que los gestos no bastarán. Necesitamos medidas concretas. No soluciones mágicas, pero sí reformas que reflejen una voluntad auténtica de cambio. Su discurso de ayer marcaba algunas líneas interesantes en este sentido. Y si hoy le escribo, también es para decirle que las ciudades ya nos hemos puesto en marcha.
Hace casi un mes, de hecho, presentamos en Barcelona un Plan de Ciencia, siguiendo el ejemplo de ciudades con las que venimos trabajando hace tiempo, como Boston o Nueva York. Lo hemos hecho apurando competencias y recursos que no sobran, pero inhibirnos no era una opción. Si queremos mejorar la calidad de vida en nuestras ciudades, necesitamos producir ciencia de calidad, retener y atraer talento, democratizar y agilizar el acceso a datos e información relevante. Necesitamos una política científica humanista que nos ayude a buscar remedio a enfermedades curables, a garantizar a nuestros mayores un envejecimiento digno, a luchar contra la contaminación y a impulsar una transición energética cada día más urgente. Y la necesitamos, sobre todo, como un antídoto frente a los Trump y los Salvini de turno, para promover una ciudadanía formada en el pensamiento crítico, en la empatía con el sufrimiento ajeno y en el rechazo de los prejuicios y el fanatismo.
La Barcelona metropolitana cuenta ya con un ecosistema científico e innovador dispuesto a implicarse a fondo en este proyecto. Disponemos de excelentes universidades públicas y de centros de investigación de frontera como el Sincrotrón Alba, el Instituto de Ciencias Fotónicas, el Centro de Supercomputación o el Parque de Investigación Biomédica de Barcelona. Albergamos grandes congresos tecnológicos que interactúan con un rico tejido empresarial, claramente vinculados a la revolución digital de nuestra época. Y tenemos, también, museos, bibliotecas, ateneos de fabricación y centros cívicos capaces de llevar la formación científica a vecinos y vecinas de todas las generaciones y de todos los barrios de la ciudad, comenzando por los más modestos.
Nuestro Plan de Ciencia pretende dar visibilidad a este potencial y reforzarlo. Por eso hemos abierto una línea de subvenciones para proyectos científicos que nos ayuden a impulsar cambios en el modelo productivo, a generar una economía más centrada en el conocimiento y el valor agregado y menos dependiente del monocultivo turístico e inmobiliario. Por eso hemos lanzado un premio europeo que llevará el nombre de Hipatia, la gran matemática y astrónoma egipcia. Y por eso hemos ampliado los programas de estímulo de las vocaciones científicas entre los jóvenes, sobre todo entre las niñas.
Como bien recordaba usted ayer, no podemos permitirnos que el miedo a lo desconocido abra camino a las pseudociencias, al pensamiento irracional y a una tecnofobia acrítica. Pero para ello necesitamos recursos y la implicación de todas las administraciones. Sería fundamental, por ejemplo, que el Gobierno garantice a las ciudades fondos para impulsar proyectos de investigación vinculados a la transformación de la matriz productiva actual, a la mejora de la calidad de vida urbana, a la lucha contra las desigualdades. Y sería importante, también, que las estrategias del Ministerio se alinearan con las grandes prioridades que propone Europa: grafeno, física cuántica, inteligencia artificial, supercomputación, biomedicina.
Las ciudades, repito, estamos preparadas. Y Barcelona, concretamente, puede ser una capital europea de la ciencia y la innovación. Lo que le planteamos, Ministro, es poder trabajar conjuntamente en la construcción de este sueño. La España oscurantista, rentista, anticientífica, no puede prevalecer sobre la España moderna, productiva e ilustrada. Necesitamos que el Gobierno deje de ser visto como una amenaza para convertirse en un aliado dispuesto, más allá de los gestos, a avanzar con hechos concretos y decididos. Por el bien de la ciencia, de la sociedad y de las generaciones futuras. Sería imperdonable que desaprovecháramos la ocasión.