Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Caso Babchenko: bajar al barro de la desinformación

La Federación Internacional de Periodistas critica al reportero que fingió su muerte

Myriam Redondo

Periodista, máster en Política Europea y doctora en Relaciones Internacionales —

Si escucha a un reportero internacional decir que no tuiteó la muerte de Babchenko sepa que o no estaba en la oficina o la noticia le pilló con otra historia entre manos. Era difícil identificar como un bulo algo que validaba un gobierno y daban por bueno grandes agencias y medios de comunicación, organizaciones de defensa de la prensa y los derechos humanos, corresponsales y expertos en desinformación. Cuanto más grande es una mentira, más difícil reconocerla.

Arkady Babchenko, ruso, combatiente en Chechenia y luego periodista muy crítico con el régimen de Vladimir Putin, huye a Ucrania al temer por su vida y es asesinado en la capital de este país, Kiev. Así lo confirman las autoridades locales, apuntando a Moscú, mientras se difunde en redes una fotografía falsa del reportero tumbado sobre un suelo ensangrentado. Sin embargo, con la conmoción y las condolencias extendidas, el servicio de inteligencia ucraniano ofrece al día siguiente una rueda de prensa en la que anuncia que todo ha sido un montaje precisamente para abortar una operación criminal contra Babchenko. La trampa permite detener a una persona que realmente planeaba asesinarle a sueldo de Rusia, siempre según Kiev. El periodista aparece entre aplausos, pide perdón por engañar hasta a su mujer y todo el mundo se alegra de su supervivencia, pero se indigna al sentirse utilizado. Si quieren palpar la irritación, consulten las cuentas de Reporteros sin Fronteras (@RSF_esp) o el Comité para la Protección de los Periodistas (@pressfreedom).

Los gobiernos han mentido siempre. En época de guerra, de paz y de ondas bélicas inestables como esta. Y a veces lo han hecho jugando con la credibilidad propia o ajena. A Cruz Roja le costó una crisis de reputación que los agentes que rescataron en 2008 a Ingrid Betancourt, secuestrada en Colombia, recurrieran al famoso emblema de la organización para hacerse pasar por personal humanitario sin su permiso.

Hay una lista larga de muertes fingidas que se hicieron famosas. En su mayoría partieron de criminales que trataron de huir de la justicia por esta vía, y entre ellas se encuentra la del español Francisco Paesa. Pero utilizar un montaje del calibre de este para demostrar las presuntas operaciones sucias de El Kremlin, al que se acusa constantemente de manipular, es bajar al barro de la desinformación que precisamente está buscando. Las autoridades oficiales se suelen arrogar la superioridad en materia de información fidedigna y no hay precedentes de haber recurrido a relatos engañosos tan espectaculares implicando a un reportero. Si han existido, nunca ha habido alarde de ello como en el caso ucraniano. Con el golpe de efecto de la “resurrección” de Babchenko Kiev pensaba sin duda que iba a ser felicitada por su sagacidad, pero con la separación entre servicios secretos y periodismo no se juega.

En el contexto del este de Europa, donde se dan probablemente los peores ejemplos de desinformación digital en la actualidad, la decisión oficial de fingir la muerte de un periodista para demostrar que el enemigo miente es un error de cálculo absoluto. En términos coloquiales: se les ha ido la mano. Lo sucedido da fuerza a todas las teorías la conspiración que acompañan en las últimas décadas los acontecimientos internacionales: autorías ocultas tras atentados terroristas (11-S), ataques químicos descritos como operaciones de falsa bandera (Siria) y tantos más. Quien quiera ver un montaje con implicación gubernamental detrás de lo nuevo que suceda tendrá derecho a ello. Cada vez hay más precedentes y más gráficos.

Ucranía, que además ya había engañado antes con otros crímenes, ha subido decibelios en un circuito lleno de ruido. Podemos preguntarnos si la continua insistencia en que Rusia miente no nos lleva a aceptar demasiado fácilmente las historias que encajan en ese estereotipo, a veces cierto y a veces no (es lo que se llama sesgo de confirmación). Una vez más, hay que verificar contra uno mismo. Si todos tiramos el tuit, nadie debería esconder la mano. Además, el caso deja expuestos a periodistas y organizaciones que quizá podrían evaluar su actuación un poco más que el resto. Se habló de que Babchenko había sido disparado al salir de casa y había fallecido en una ambulancia de camino al hospital pero la fotografía fingida que se distribuyó, de tipo policial o de escena de crimen, ya le mostraba muerto en su domicilio.

¿Algún redactor local logró hablar con los servicios de emergencia o interrogar a los vecinos antes de difundir el fallecimiento en redes como Facebook o Twitter? Después sí sabemos que se hizo, exhaustivamente, pero la noticia ya se había expandido. Podemos realizar esas gestiones todos, pero ¿se hicieron? Podemos realizar estas gestiones todos, pero seamos sinceros: no es realista tal nivel de comprobaciones de un hecho en el extranjero cada vez que se tuitea. Si soy quien lanza la noticia el primero, soy yo quien la debe comprobar.

La autocrítica no impide seguir adelante, porque en realidad no hay nada nuevo bajo el sol. En esto consiste el trabajo de la Prensa: en afrontar información interesada que puede llegar de cualquier flanco sorprendente. Nada sería más perjudicial que abandonarse a la sensación de que todo es tan confuso que solo es posible ofrecer todas las versiones. El ciudadano espera algo más que una madeja enredada y lo tendrá. Muy pocas cosas se podían hacer en este caso. Igual que en el terrorismo, donde es más fácil matar si quien lo hace está dispuesto a morir, el gobierno ucraniano ha ganado, pero dejando su credibilidad en el empeño. Sigamos informando.

Etiquetas
stats