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Opinión - Nos están destrozando la vida. Por Rosa María Artal

Colaboracionistas del patriarcado

Imagen de archivo del Día Internacional de a Mujer

Sira Rego

Responsable de estrategias para el conflicto de IU —

En el año 1940 se instauraba en Francia la República de Vichy, su cabeza visible, el Mariscal Petain, acuñaba un concepto para animar a la población francesa a colaborar con los nazis: collaborationniste. Este término, reapropiado por la resistencia antifascista, sirvió sin embargo para señalar a quienes traicionaban al pueblo francés y cooperaban con el enemigo.

Hace apenas dos meses, un grupo de más de 100 mujeres suscribía en Francia un manifiesto defendiendo el “derecho a importunar” de los hombres. Resultó curioso encontrar entre sus firmantes a mujeres significativas del mundo de la cultura, el arte e intelectuales que no dudaron en reaccionar frente a ola provocada por el #MeToo, un movimiento de denuncia del acoso sufrido en la industria del cine y que ha animado a muchas otras a identificar, entre otras cosas, el abuso que subyace en muchas de las relaciones cotidianas entre mujeres y hombres.

Podríamos decir que el mismo fenómeno se reproduce en nuestro país. De este modo han comenzado a proliferar, primero tímidamente, pero luego con firmeza, las declaraciones de mujeres que desde distintas formaciones políticas  se pronuncian en contra de la Huelga Feminista del 8M. Con argumentos como “es una huelga ideológica”, “creo en la igualdad, pero no en el feminismo”, “somos feministas, pero no comunistas”, “hagamos huelga a la japonesa” o “no siento que tenga razones para hacer esta huelga”, representantes significativas del PP y C's toman posición frente a este proceso movilizador que promete ser histórico.

Es posible que precisamente por eso, por el potencial transformador que pueda alcanzar la experiencia que nos brinda el feminismo, la derecha empiece a tomar posiciones ofensivas en forma de lluvia fina para cuestionar el salto cualitativo que supone una convocatoria de estas características y que el movimiento feminista ha conseguido que gire, de una forma cristalina, en torno a cuestiones de sentido común. ¿No es acaso sentido común plantear que los cuidados y la reproducción sean compartidos? ¿O exigir que a igual trabajo, igual salario? ¿O que se respeten nuestro cuerpos y nuestras libertades? ¿No es acaso terrible el espantoso número de asesinadas por terrorismo machista? Sentido común.

Por supuesto, la ofensiva viene orientada desde la construcción de estereotipos y de un ellas “mujeres de orden” y un nosotras “locas feminazis”. Frente a quienes exigen una igualdad de diseño, las radicales que lo reclamamos todo. Frente a las supermujeres que trabajan 14 horas sin vacaciones, las flojas que exigimos más tiempo para nuestras vidas. Frente a las “neutrales” amigas del capitalismo, las comunistas expropiadoras que queremos trabajo y salario decentes…

Sin duda, debemos estar atentas a esta marejada de fondo que día a día está tejiendo un argumento contra la Huelga Feminista. Y sospechar que este rechazo de las mujeres de la derecha se debe a que no han entendido que éste es un movimiento por encima de siglas, que nos interpela a todas y que nos da una lección de autoorganziación desde abajo para reclamar un orden distinto de las cosas. O, por el contrario, que lo han entendido muy bien y han tomado partido. Saben el cambio que anuncia, saben que vamos juntas y que vamos lejos, pero optan por constituir un frente que represente y blinde las prerrogativas del patriarcado y su necesario cómplice, el capitalismo.

Por eso, llegado el caso, conviene aclarar y nombrar lo que hacen. Son el sujeto necesario para legitimar la continuidad de los intereses de los varones. Son las colaboracionistas necesarias para que todo siga como siempre, para que el patriarcado mantenga su poder.

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