Derribar para integrar
Para hacer frente al boom del parque móvil en la ciudad de Madrid, comenzaron a erigirse en Madrid a lo largo de los años 70, los conocidos popularmente como scalextrics, unas moles de hormigón de engorrosa estructura que pretendían conducir el incipiente tráfico madrileño.
Con el paso de los años, comenzaron a ser desmontados. El scalextric de Atocha, inaugurado en 1968, se derribó en 1985, dando paso a una glorieta despejada. Un año después, en 1969, se levantó el de Cuatro Caminos, 383 metros de pasarela con dos carriles por sentido, que unía Raimundo Fernández Villaverde con Reina Victoria; fue derribado en 2004. Igual camino siguió el de Santa María de la Cabeza, que conectaba dicha calle con Ferrocarril y Embajadores, transformándose 30 años después de su construcción, en un bulevar con varios carriles separados por una zona arbolada. El desmontaje más reciente ha sido el de Joaquín Costa, que durante medio siglo conectó esta calle y la de Francisco Silvela con la Avenida de América. Soportaba 80.000 vehículos diarios, siendo la novena vía con mayor tráfico de Madrid. En la actualidad, ha recuperado el aspecto que tenía en el siglo XIX, con aceras más anchas y la recuperación de algún espacio verde.
El último y único scalextric que permanece en nuestra ciudad es el paso elevado de Puente de Vallecas. ¡Qué casualidad! Este es mucho más que una infraestructura para coches que separa los distritos de Puente de Vallecas y Retiro. Es una brecha física y social que separa dos realidades urbanas muy diferentes: a un lado, el distrito que encabeza los índices de vulnerabilidad de Madrid. Al otro, uno de los distritos menos vulnerables, cuyos hogares tienen rentas que duplican las de sus vecinos de enfrente.
El trazado de scalextric, que sigue el límite administrativo entre estos dos distritos, recorre con precisión milimétrica la cicatriz de la mayor herida de nuestra ciudad: la desigualdad.
Madrid es hoy una ciudad desequilibrada socialmente que, segregada territorialmente, con fronteras visibles e invisibles que separan el norte y el sur, pero también el centro y la periferia. La derecha se ha esmerado en construir dos ciudades dentro de la ciudad: por un lado, está el Madrid que brilla, dentro de la M-30, convertido en un parque temático de ocio y diversión, un jugoso negocio. Y por otro, está el Madrid de la periferia, donde residen la mayoría de los madrileños y madrileñas. Donde la desigualdad crece cada día.
Separando estas dos ciudades dentro de la ciudad, se levanta el scalextric de Puente de Vallecas, como un monumento a la segregación. Un muro que parece decir a quienes viven en San Diego y Numancia: “no te atrevas a cruzar esta frontera. No te atrevas a soñar que tu vida puede ser como la del otro lado”.
Ha llegado la hora de derribarlo; porque en este caso, derribar es integrar. Durante mi etapa de concejal, como portavoz de desarrollo urbano del grupo municipal socialista en el Ayuntamiento de la capital, aprendí que el urbanismo jamás es neutro. Puede segregar o unir; puede suavizar las consecuencias de la desigualdad, o aumentar las brechas.
La demolición del scalextric es una deuda histórica que Madrid tiene con Puente de Vallecas. Una demanda vecinal que los distintos gobiernos municipales se han negado a abordar; eso sí, siempre con buenas palabras.
Lo que hace falta son hechos. Hay que iniciar ya un proyecto de demolición y reconfiguración del espacio que ocupa el paso elevado. Basta ya de excusas, de estudios y más estudios para no ejecutar una actuación que debería abordarse desde un nuevo modelo de movilidad para Madrid: con un aumento del transporte público, carriles bici seguros, bien conectados, zonas peatonales y estanciales.
Puente de Vallecas es un distrito orgulloso de su identidad y su singularidad, pero necesita tener una ilusión. Es evidente que el desmontaje de este scalextric no es la solución a sus bolsas de pobreza, pero abre la puerta a una vida mejor: a respirar un aire más limpio, a soportar menos ruidos, a disfrutar de un entorno tranquilo y seguro, con espacios verdes como lugares de encuentro y convivencia. Algo que no debería ser un sueño, sino un derecho. Y promoverlo tendría que ser la prioridad del gobierno municipal, convirtiéndolo en su gran operación de ciudad.
La pandemia ha cambiado nuestra forma de entender el espacio público, la movilidad y la forma en que utilizamos la ciudad. Muchas capitales aprovecharon las lecciones que aprendimos durante el confinamiento para reinventarse, pero Madrid se está quedando atrás. Tenemos que mirar a nuestro alrededor con los ojos de quien libra una batalla por la salud y la calidad de vida, y crear en cada barrio las condiciones y oportunidades para que las personas se desarrollen de forma plena, segura y saludable.
El último scalextric de nuestra ciudad no puede estar en el sur, como una reliquia de lo que hemos quitado en el resto de la ciudad, pero mantenemos en Vallecas. Por eso, su eliminación no puede esperar más.
Hace poco más de un año, mi última intervención en el Pleno de la capital fue para defender que había que poner fin a este muro social con forma de puente. Ante la inacción del gobierno municipal, 14 meses después todo sigue igual. Porque en Madrid nada cambiará, mientras gobiernen sucesivos recambios, peones intercambiables de un PP podrido. Porque para cambiar Madrid, se necesita un cambio político.
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