La decisión sobre la ampliación del aeropuerto de Madrid y Barcelona no puede abordarse exclusivamente desde una perspectiva comarcal, regional o estatal. Efectivamente, en la actual era geológica del Antropoceno, dominada por la acción de los humanos sobre el planeta, y en medio de una pandemia que no acaba de controlarse, los pros y contras de los planes de ampliación de los aeropuertos de Madrid y Barcelona necesitan valorarse desde una escala global.
Más aún tras el reciente informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC en sus siglas en inglés) hecho público recientemente, y que no podemos ignorar. Un informe que ha dejado claro que el cambio climático es un hecho, y sus consecuencias ya las estamos viviendo. La cuestión ahora es si podemos mitigar algo sus efectos a medio y largo plazo. El año 2050, en 30 años pensando en nuestros hijos y nietos, es el horizonte propuesto en el que debemos tomar medidas radicales si no queremos que los efectos pongan en riesgo la propia supervivencia de la especie, que no la del planeta. Medidas, pues, que hay que adoptar ahora con urgencia. Es nuestra responsabilidad, que no podemos trasladar a nuestros nietos. Así pues, lo que necesitamos ahora saber es qué podemos hacer para evitar esta crisis ambiental, que también será una crisis sanitaria y económica, pero de una envergadura que probablemente será muy superior a la que estamos experimentando con la pandemia de la COVID-19. Una experiencia que seguro va a servir como preparación frente a la emergencia climática. Es decir, los gobiernos prohibirán la movilidad, si no queda más remedio, entre otras la movilidad aérea.
En la búsqueda de respuestas, Bill Gates ha publicado un libro, muy recomendable, titulado en español 'Cómo evitar un desastre climático', donde resume de manera muy sencilla y clara algunas de las soluciones disponibles que ya tenemos para aplicar, junto con los avances que se han de producir, para hacer frente a los desafíos que tenemos por delante. Unas reflexiones muy útiles para nuestro debate local en España.
De acuerdo con las estimaciones científicas más fiables, Gates nos dice que anualmente emitimos a la atmósfera unos 51.000 millones de toneladas de dióxido de carbono. Cantidad que hay que reducir a cero de aquí a 2050. En este horizonte, el Sr. Gates plantea soluciones posibles en nuestro actual contexto; esto es, sin cuestionar que estamos en una economía de mercado y una democracia liberal. Lo digo porque las críticas de un lado vendrán por ahí. Del otro lado están los negacionistas de aquí no pasa nada, pues todo es fruto de una conspiración, como con la pandemia. Como vemos la crisis sanitaria y la crisis ambiental tienen mucho en común, tanto para lo bueno como para lo menos bueno.
En cualquier caso, sus propuestas, y la lógica en la que descansan, deberían ser tenidas en cuenta en nuestro debate local. Así, Gates analiza las principales fuentes de estas emisiones. Entre ellas, y en cuarta posición, señala que el 16% del total de las emisiones es originada por la forma en que nos desplazamos, ya sea en coches, barcos, trenes o aviones. A estos últimos, los aviones, le atribuye el 10%, de ese 16%, comparado con el 47% que representa las emisiones de los coches o el 30% de los autobuses o camiones. Sin embargo, frente a los camiones y coches que están en proceso de electrificación, y de los que se espera una transición rápida, en el caso de los aviones la transición a fuentes de energía verdes será muy lenta, y costosa.
En estas comparaciones, Gates aplica el concepto de 'prima verde', que define como el coste adicional que representa el cambio de las fuentes de energía fósiles a otras con emisión de carbono cero. Estimando para el caso de los aviones que la prima verde será de entre un 140% y un 300% más cara que el precio actual. Es decir, la prima verde más cara de todas las transiciones corresponde al transporte aéreo, en comparación con los otros medios de transporte, pero también con respecto a otras fuentes de emisiones como la fabricación de cemento, plástico, acero o el cultivo de plantas o la cría de animales. Los combustibles alternativos para la aviación no son una solución a corto plazo. Ante esta realidad, y dada la emergencia de la situación que vivimos, la única manera de reducir las emisiones de CO2 producidas por los aviones es reducir su uso.
Aprendiendo de la crisis sanitaria de la COVID-19, esta nos ha mostrado alternativas viables para reducir los viajes por razones de trabajo, formación o placer. Internet y las conexiones virtuales, cada día más efectivas, hacen innecesarios un número muy importante de desplazamientos en avión. También, y esto me parece más significativo en el debate actual sobre cambio climático, la crisis de la COVID-19 ha servido para experimentar de manera directa por parte de todos los ciudadanos del planeta, con mayor o menor intensidad, que los gobiernos adoptan medidas que restringen algunos de nuestros derechos básicos ¡allí donde son respetados!, con confinamientos prolongados y el cierre de empresas, centros educativos o incluso ciudades, regiones y países. De hecho, gobiernos europeos con el francés o austriaco ya están limitando el transporte entre ciudades cercanas.
En este contexto global de emergencia climática, y en medio de la crisis sanitaria, uno no puede dejar de preguntarse sí tiene sentido ampliar el aeropuerto de Barcelona o el de Madrid, si incluso antes de que estén finalizadas las obras habrá que restringir su uso por razones climáticas y sus consecuencias sanitarias. No se trata de no invertir, bienvenidas, sino de preguntarse por otros proyectos alternativos, más rentables social y económicamente.