La escalera al cielo o el ascenso de la Vuelta a España sobre Sierra Nevada
“Islas menguantes” podría ser el título de una película de serie B de esas a las que no vale la pena dedicar ni un segundo; sin embargo, también describe la realidad de buena parte de la diversidad biológica de la alta montaña mediterránea. Allá arriba, por encima del límite del bosque y de los matorrales, se esconde una diversidad biológica única. Se trata de una combinación de supervivientes del mundo ártico, que alcanzaron nuestras latitudes durante los pulsos glaciares del cuaternario, y de un plantel de endemismos acotados en áreas de distribución muy pequeñas -a veces ceñidos a una sierra- condicionados por un clima único, que hace del mundo mediterráneo uno de los centros de biodiversidad más importantes del planeta. Esta condición, verano caluroso pero seco, que nosotros vivimos con tanta familiaridad, es en realidad una excepción planetaria, ya que lo normal es que con el calor llegue con la lluvia. Por eso nuestra diversidad y paisajes son diferentes a todo lo demás. Los motores de cambio evolutivo de nuestras montañas son únicos.
El cambio climático, con su incremento de temperatura que ya supera 1,5 ºC en nuestras montañas junto con otro de esos motores de cambio ambiental que actúan de forma simultánea, el abandono de los usos tradicionales, hacen que las condiciones de estas islas de montaña estén cambiando. Los científicos de nuestro país, tristemente menos conocidos que sus futbolistas, encontraron las primeras evidencias, a nivel mundial, del ascenso de la vegetación y de grupos de animales completos, como consecuencia del calentamiento. Las mariposas diurnas que, en conjunto, ya a finales del siglo pasado se habían desplazado más de 150 m montaña arriba en Guadarrama en poco más de 30 años.
Como consecuencia, las islas de montaña son cada vez más pequeñas. Las plantas y animales que viven ahí arriba no pueden subir más, no hay más. El efecto escalador sólo sirve si queda montaña. El futuro es dramático y los gestores encargados de mantener esa valiosa diversidad deben de ser garantes de su conservación.
Sierra Nevada es el máximo exponente de esta diversidad exclusiva y de este problema en nuestro país. Un patrimonio extremadamente frágil y amenazado. Por encima de los 2500 m casi el 80% de las especies que allí viven son exclusivas, endémicas, y en buena parte de los casos, están extremadamente amenazadas. La gestión de un espacio natural tan emblemático y diverso se hizo compatible hace 23 años con la consolidación y uso recreativo de uno de los iconos turísticos de Andalucía, la estación de esquí de Sierra Nevada. La sociedad entendió que había que hacer un esfuerzo por compatibilizar la conservación de su diversidad biológica con el uso recreativo intensivo en ciertas zonas, que así quedaron fuera de los ámbitos de mayor protección. El Parque Nacional se convirtió así en un hito de la conservación, al tiempo que se mantenía un uso público de alta demanda espacial y de servicios ecosistémicos. Un equilibrio complejo pero que es capaz de garantizar el uso y la conservación.
En este marco tan preocupante y de futuro tan incierto, la propuesta de subir la Vuelta ciclista a España, un evento que pretende ser sostenible (como señala la empresa responsable, Unipublic), por encima de los 2850 m de altitud en el observatorio del IRAM nos entristece muchísimo. Un evento de impacto tan masivo en un ecosistema tan delicado constituye un ejemplo desolador de lo que no nos podemos permitir. La adecuación de la pista de acceso al observatorio, la preparación del terreno para albergar las instalaciones que un evento de esta naturaleza requiere, el cobijo de cientos o miles de aficionados durante varios días, el incremento de accesibilidad de turistas después de la carrera, son algunos de los problemas que se producirán. Desafortunadamente, ejemplos recientes como la subida de la vuelta ciclista al pico del Buitre en la Sierra de Javalambre no permiten mantener la esperanza en que las medidas de minimización del impacto puedan atenuar el destrozo. La turolense sierra de Javalambre es una joya botánica, una maravilla casi desconocida que alberga una diversidad y unos paisajes impresionantes. El indudable espectáculo ciclista supuso la destrucción de las mejores poblaciones de endemismos exclusivos, muy amenazados y de larga historia evolutiva como Erodium celtibericum, Erysimum javalambrensis u Oxytropis javalambrensis (catalogada como en Peligro de Extinción), todas ellas protegidas a nivel autonómico. La construcción de la carretera sobre una antigua pista forestal destruyó poblaciones de Sideritis javalambrensis; la del helipuerto se hizo sobre una de las pocas poblaciones de O. javalambrensis. Como el lector puede ver, el epíteto específico se refiere a la sierra y denota lo restringido del área de distribución de estas especies.
Si la propuesta en sí es inexplicable e innecesaria, no es fácil de entender lo que gana el espectáculo con 300 m más de desnivel, lo realmente preocupante es evidenciar como los mecanismos de gobernanza puestos sobre la mesa para garantizar la conservación de un patrimonio público como este, se deshacen como un azucarillo en el agua cuando existe la voluntad explícita de que así sea. La legislación española y autonómica, la construcción de una red de espacios que llamamos Natura 2000, con unas reglas de juego compartidas por todos los miembros de la Unión, la Directiva de Hábitats, el decreto que regula la gestión del Parque Nacional que lo dota de varios órganos de participación pública y científico/técnica, no sirven para nada si los intereses espurios y cortoplacistas se ponen como prioritarios. No, nos equivoquemos, el uso público debe de ser compatible con la conservación de especies y hábitats, y la gobernanza debe garantizar que ese bagaje biológico no se pone en riesgo. No parece fruto del azar que el cambio en la dirección del parque Nacional lleve asociado la puesta sobre la mesa de esta insensata idea.
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