I.- Europa enfrenta un riesgo de conflicto armado generalizado como no ocurría desde los tiempos previos a la Segunda Guerra Mundial. Muchos indicadores así lo advierten, algunos peligrosamente similares a lo ocurrido en el periodo que transcurrió entre la Primera y la Segunda Guerra mundial. Ni en los años más duros de la guerra fría, el conflicto de los euromisiles en la década de los 80 del pasado siglo, Europa había estado tan cerca de una guerra generalizada como nos encontramos ahora. No es una advertencia alarmista, es una realidad que debemos tener presente para desescalar los riesgos, no para incrementar la tensión como está haciendo la dirigencia política europea. Tomar conciencia del peligro y actuar para impedir el conflicto es el primer paso para evitar que la guerra vuelva a expandirse desde el viejo continente por todo el planeta.
La opinión pública europea tiene a la vista múltiples hechos que muestran cómo políticos de distintos espectros –ultraderechistas, conservadores, pero también socialdemócratas– oligarcas y grupos de interés económico varios, azuzan, consiente o directamente organizan una futura guerra que presentan como inevitable.
Los indicadores de esta estrategia suicida son: (1) la prolongación de la guerra en Ucrania y el endurecimiento y extensión de los distintos conflictos desatados por ataques de Israel a varios países de Oriente Medio, con la paulatina implicación de la mayoría de las grandes potencias militares del planeta y potencias medias regionales; (2) la renuncia consciente a utilizar los medios de resolución pacífica y diplomática de conflictos de que dispone la comunidad internacional así como el bloqueo de cualquier posible iniciativa de paralización de las guerras en curso; (3) la incapacidad de las instituciones mundiales y europeas encargadas de velar por la paz mundial y la cooperación entre países de garantizar tan imprescindible objetivo; (4) la intensa e irresponsable utilización de un discurso belicista por importantes responsables políticos; (5) la reorganización de la actividad económica priorizando el desarrollo de la industria militar y el incremento del gasto armamentístico como motor del crecimiento económico e industrial; (6) la aprobación de grandes líneas de créditos públicos para gasto armamentístico y la eliminación de las restricciones a su utilización; y (7) el ascenso de la ola reaccionaria, un escenario en el que, por primera vez, puede haber una mayoría política surgida de las elecciones al Parlamento Europeo conformada por la derecha conservadora y la ultraderecha.
La Primera Guerra mundial fue el último conflicto armado en el que la mayoría de las víctimas fueron militares. Desde entonces, en todas las guerras el número de muertos o heridos civiles ha sobrepasado con creces al número de combatientes que corrieron la misma suerte. Conviene tener claridad sobre esto, las guerras las organizan -o no las impiden- los políticos y oligarcas económicos, las libran los militares y sus consecuencias las padecen fundamentalmente los pueblos, la población civil, que es quien pone la mayoría de las víctimas.
El denominado “golpe del Maidán” y el posterior inicio de los enfrentamientos en la región oriental del Dombás fueron el prólogo del conflicto armado que, a partir del año 2022 con la invasión rusa, se ha convertido en una guerra abierta entre ese país y Ucrania, con participación activa de la OTAN y la UE. Hoy no puede descartarse la presencia de tropas de países de la OTAN sobre el terreno, como se deduce de la presencia de “asesores” militares, o a la vista de la muerte en combate en Ucrania del general polaco Adam Marczak en marzo de este año. Moldavia y Georgia son otros focos de tensión bélica latentes en Europa y próximos al “teatro de operaciones” ucraniano. La campaña de destrucción y genocidio desatada tras el 7 de octubre por Israel en Gaza, y cada vez con más intensidad también en Cisjordania, ha ido acompañada de ataques indiscriminados por el Ejército israelí en el Líbano, en Siria y contra Irán. Existe un alto riesgo de extensión por Oriente Próximo y el Mediterráneo oriental del conflicto desatado por Israel en respuesta al execrable ataque de las milicias palestinas de Hamás el 7 de octubre a los asentamientos de colonos en los territorios ocupados por Israel en las cercanías de Gaza. La operación de castigo y represalia de Israel contra el pueblo palestino ha sido calificada como genocidio por la Corte Internacional de Justicia.
En la guerra de Ucrania están implicadas dos de las mayores potencias militares del planeta, Rusia y Estados Unidos, junto con la OTAN, que participa también en el apoyo logístico a Israel y en operaciones militares directas contra las fuerzas militares de Yemen por la disputa del control de la entrada al Mar Rojo. No olvidemos el otro gran factor de desestabilización de la paz mundial en la actualidad, la grave tensión desatada por la cada vez más intensa presencia de la armada estadounidense -en alianza con fuerzas navales de Japón y Filipinas- frente a las costas continentales de China. Para entender el riesgo de conflicto armado que supone esta presencia, imagínese a la inversa las implicaciones que tendría que la armada china patrullara el estrecho de La Florida, con el argumento de proteger la soberanía, por ejemplo, de Cuba.
Los cinco países con derecho de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, las principales potencias militares, se encuentran en este momento inmersos, de forma más o menos directa, en la guerra de Ucrania, en la crisis bélica de Oriente Medio o incrementando la tensión militar en el mar de la China.
II.- Inmersos en esta coyuntura bélica, la comunidad internacional, al dictado o bloqueada por las grandes potencias que participan o se preparan para la guerra, ha renunciado conscientemente a utilizar los medios de resolución pacífica y diplomáticas de conflictos de que dispone. La Organización para Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que “con sus 57 Estados participantes en América del Norte, Europa y Asia, es la organización de seguridad regional más grande del mundo, que trabaja para garantizar paz, democracia y estabilidad (…)”, ha sido incapaz de liderar una iniciativa de paz para acabar con la guerra en Ucrania o al menos conseguir un alto el fuego o armisticio temporal, como sí consiguió en el conflicto del Dombás. Desde la invasión rusa en febrero de 2022, no ha realizado ninguna propuesta de paz. Tampoco Naciones Unidas ha sido capaz de poner en marcha iniciativas de paz para acabar con la guerra en Ucrania, ni con la campaña de destrucción del pueblo palestino y los continuos ataques de Israel a los países de su entorno. Pero no es exacto afirmar que la comunidad internacional no haya intentado trabajar por la paz en la guerra de Ucrania o por acabar con la agresión de Israel al pueblo palestino y los países vecinos. México, Brasil, China, un grupo de países africanos, Turquía, o Arabia Saudí, entre otros, han presentado importantes iniciativas de paz para Ucrania, al menos para lograr el cese el fuego y el inicio de procesos de resolución diplomática del conflicto. Egipto y Qatar han utilizado su potencia política y diplomática para intentar que Israel aceptara un alto el fuego permanente en Gaza.
Las iniciativas diplomáticas o de solución negociada para Ucrania han sido ignoradas por la Unión Europea y los Estados Unidos, quienes han bloqueado o evitado su discusión en organismos internacionales. Reino Unido incluso bloqueó un acuerdo de alto el fuego aceptado por Ucrania y Rusia y negociado con la mediación de Turquía en las primeras semanas de guerra. El argumento de la UE, Estados Unidos y Reino Unido es que el único plan de paz viable es el propuesto por Zelenski, aun sabiendo que, una vez desatado un conflicto armado, no es realista presentar como solución la propuesta de una de las partes enfrentadas, -por muy adecuada que pudiera ser- porque la otra parte no la va a aceptar, al menos no la aceptará como punto de partida para negociar. Por ello, lo habitual es que sean terceros países los que actúen como facilitadores para el inicio de conversaciones de paz. Insistir en la idoneidad del plan de una de las partes, la que fuere, es una excusa para ocultar la falta de voluntad de diálogo.
Para quienes anhelan la paz es frustrante que el Gobierno español, tanto el presidente Sánchez como el ministro de exteriores Albares, continúen dos años después de iniciado el conflicto negándose a contemplar otra opción de paz que el plan de Zelenski, una de las partes. En el Gobierno de coalición español solo el PSOE mantiene la posición de empeñarse en el plan de Ucrania como única vía para iniciar conversaciones de paz.
Más grave que la incapacidad política de Europa y sus organizaciones multilaterales regionales para prevenir los conflictos armados en el continente o acabar con ellos una vez desatados, es el bloqueo que padece Naciones Unidas para cumplir con sus obligaciones de garantizar la paz, la razón de ser de su existencia. El Artículo 1 de la Carta de las Naciones Unidas señala:
“Los propósitos de las Naciones Unidas son:
1. Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz;(…)“
El autobloqueo que padecen las Naciones Unidas a consecuencia del denominado “derecho de veto” de las cinco grandes potencias, está incapacitando a esta organización que cumpla su principal objetivo, mantener la paz. Cada día de enfrentamiento armado en una guerra, cada bombardeo a civiles o cada ataque genocida al pueblo palestino, disminuye la legitimidad de las Naciones Unidas ante la comunidad internacional y los pueblos del mundo. Estamos ante un proceso de degradación como el que soportó la Sociedad de Naciones en el período entre guerras mundiales, que acabó desapareciendo simultáneamente al desencadenamiento del mayor conflicto bélico conocido por la humanidad hasta la fecha.
La gravedad del escenario bélico y el riesgo de extensión debería ser suficiente para que los políticos europeos con altas responsabilidades llamaran a rebajar la tensión y contribuyeran a un clima de diálogo y entendimiento. Contrariamente, numerosos responsables políticos, lejos de esforzarse en desescalar el lenguaje, optan por un discurso crispado y belicista que muestra la guerra como algo inevitable, desincentivando a la vez las movilizaciones sociales por la paz.
La presidenta de Estonia Kaja Kallas o la ministra verde de exteriores alemana Annalena Baerbock han destacado por su permanente discurso belicoso, pero no son una excepción. El jefe del ejército británico, general Patrick Sanders, advertía el pasado 25 de enero a los ciudadanos del Reino Unido que estén preparados para “una guerra de la magnitud de los grandes conflictos del siglo XX”. La presidenta de la Comisión Europea Ursula Von der Leyen afirmaba el 28 de febrero: “No hay que exagerar los riesgos de guerra, pero hay que prepararse para ellos”. El todavía presidente del Consejo Europeo Charles Michel llamaba el pasado 22 de marzo a “pasar a un modo de 'economía de guerra”. El primer ministro polaco Donald Tusk afirmó el 29 de marzo que “estamos en una época de preguerra. No exagero”.
El clima prebélico se acompaña con el debate sobre reintroducción del servicio militar obligatorio, tras haber sido eliminado en la mayoría de países europeos en las últimas décadas. Reino Unido, Alemania y Dinamarca han puesto sobre la mesa la opción del reclutamiento militar generalizado, aunque la permanencia en filas no fuera permanente sino limitada a determinados periodos. El ministro de Defensa alemán Boris Pistorius presentó el pasado 4 de abril propuestas para reestructurar el ejército con el objetivo de que esté “preparado para la guerra”. El gobierno de Dinamarca ha anunciado el pasado mes de marzo su intención de aprobar una ley que incluya el reclutamiento de mujeres en el servicio militar obligatorio a partir de 2026, además de aumentar su duración.
Paralelamente, la actividad industrial y económica está reorganizándose en clave de guerra. El incremento del gasto armamentístico y la priorización de la industria militar como motor del desarrollo económico -en lugar de impulsar industrias más socialmente útiles como la biotecnológica, de transición energética o de la salud- es un indicador de que las oligarquías mundiales han optado por un escenario bélico generalizado como opción de negocio.
La Agencia de Defensa Europea propone que en 2030 la cifra de gasto en defensa de la UE alcance un billón de dólares. La Unión Europea se está sumando a la estrategia que siempre han utilizado los Estados Unidos, convertir la carrera armamentística en su motor económico, expandiendo al máximo la industria militar y multiplicando sus beneficios y su peso en la economía global. Aunque para continuar ganando dinero haya que garantizar el permanente consumo y renovación de armamento, es decir, provocar y mantener guerras. Nunca las empresas armamentísticas estadounidenses habían obtenido tantos beneficios como en estos últimos años.
La exigencia de la OTAN de que los 32 países que la componen incrementen su gasto en defensa hasta un mínimo del 2% de su PIB, es una imposición para que se cumplan los planes de la Alianza de que los miembros europeos gasten 350.000 millones de euros en armas, sistemas y ejércitos durante este año 2024, una cifra nunca imaginada por la industria. En la reunión de ministros de exteriores de la OTAN de la primera semana de abril, el secretario general Stoltenberg exigió que la Alianza dotara con 100.000 millones de euros un fondo de asistencia militar a Ucrania hasta 2029. Recordemos que la Unión Europea ha comprometido otros 50.000 millones de euros para Ucrania hasta 2027, es decir, un total de 150.000 millones solo para Ucrania que, de consumarse este despropósito, tendrían que pagar un puñado de países, entre ellos España, dado que la mayoría de los países de la UE coinciden con los que también son mayoría en la OTAN. Repárese en que alguien ya ha decidido que la guerra en Ucrania continúe al menos hasta el año 2029. Sin la guerra no podrían mantenerse los pingues beneficios de la industria armamentística derivados de las inmensas cifras de gasto que nos están exigiendo a los pueblos de Europa.
Para financiar este inmenso gasto en guerras se nos anuncia la necesaria vuelta a la austeridad en la UE. La economía de guerra solo puede ser financiada con presupuesto y deuda comunitaria, como ha adelantado el vicepresidente del Banco Central Europeo, Luis de Guindos. Supuesta seguridad a cambio de austeridad. El Banco Europeo de Inversiones (BEI), presidido por la exministra Nadia Calviño, se ha puesto a cimentar esta temeraria política de impulso de la industria militar con la aprobación de grandes líneas de créditos para el gasto en armento. El esfuerzo crediticio previsto es de tal magnitud, que el BEI deberá adoptar una segunda medida: eliminar la restricción actual de que al menos la mitad de los proyectos de la industria armamentística tengan un destino civil. Ya no se exigirá ningún porcentaje de uso no militar. El apoyo político a este plan de financiación de la carrera armamentística está garantizado en el ECOFIN de la UE, donde ya se ha tomado conocimiento sin oposición alguna.
El circulo que nos arrastra a un escenario bélico generalizado se cierra con el ascenso de la ola reaccionaria en Europa. Las inminentes elecciones al Parlamento Europeo pueden tener como resultado, por primera en la historia de esta asamblea, una mayoría de derechas y ultraderecha, con fuerzas políticas abiertamente fascistas y militaristas. Muchos de esos partidos ya forman parte de los gobiernos europeos más abiertamente belicistas.
Vuelven a repetirse muchos escenarios y situaciones vividas en Europa en el periodo de entreguerras: la incapacidad de la diplomacia para prevenir y resolver graves conflictos armados, el colapso de las organizaciones multilaterales encargadas de garantizar la paz y expresar la voz de la comunidad internacional, los créditos de guerra que hundieron la economía y dividieron al movimiento obrero y a las fuerzas de izquierdas, y el ascenso de fuerzas extremistas autoritarias y reaccionarias, los nuevos fascistas.
III.- Los pueblos de Europa necesitan seguridad, especialmente los trabajadores y trabajadoras, quienes dependen para garantizar un futuro digno a sus familias de su trabajo y si acaso de un escaso patrimonio conseguido tras toda una vida de sacrificios. Pero no es la seguridad militar o policial la que va a garantizar la prevención de guerras y la desactivación de las ya existentes. Es la seguridad humana la que garantiza la paz, la convivencia entre los pueblos y la resolución pacífica de conflictos. Seguridad humana se consigue con medidas de creación de empleo digno y de calidad, de fortalecimiento del Estado social para no dejar a nadie atrás. Seguridad humana son los mecanismos de corrección de desigualdades, como la educación y sanidad públicas y de calidad, la atención a las personas de la tercera edad, la eliminación de la discriminación y la violencia hacia las mujeres, la desaparición de la pobreza infantil, y la preservación de ecosistemas limpios y saludables. Estas políticas públicas requieren grandes inversiones incompatibles con el descenso a los infiernos que implica la vuelta a las políticas de austeridad, ahora para sumergirnos en un gigantesco incremento del gasto en armamento. La paz es el derecho síntesis, imprescindible para garantizar cualquier otro derecho civil, social o político. Es condición sine qua non para asegurar todos los derechos humanos para todas las personas. La seguridad humana requiere inversiones económicas, financiación y talento humano volcados en las industrias de desarrollo, la industria que necesitamos para acabar con el hambre y la pobreza en el mundo y para frenar la crisis climática. Más inversión en transición energética y energías limpias, en industria biotecnológica y alimentaria, en investigación médica y farmacéutica, en nuevas tecnologías de la información y la comunicación, en cultura. Por el contrario, el desproporcionado incremento del gasto en industria militar que nos quieren imponer nos lleva irremediablemente a una economía de guerra que necesita muerte y destrucción para cubrir sus expectativas de negocio y beneficio.
Las fuerzas políticas conservadoras y las ultraderechistas, y también la socialdemocracia europea, se han embarcado en esta espiral militarista, renunciando a trabajar seriamente para llevar la paz a las guerras ya en marcha y prevenir el surgimiento de otras. Las derechas llaman abiertamente a la guerra y al incremento del gasto militar, y la socialdemocracia, quizás con menos convencimiento, pero sin oponerse en ningún momento, también se suma al discurso belicista y a la suicida estrategia de crecimiento económico basado en la superproducción armamentística. Las grandes potencias militares ya tienen suficientes recursos armados para hacer inhabitable el planeta y destruir a la humanidad. Sin llegar a tanto, la simple extensión del actual conflicto armado en Europa hasta superponerse al conflicto provocado por Israel en Oriente Medio, supone abrir un escenario de destrucción del que sería difícil sustraerse a ninguno de los actuales países de la OTAN, España incluida.
Son mayoría los países que defienden un gran concierto mundial para solucionar las causas de las actuales guerras y evitar que las tensiones entre las grandes potencias se resuelvan militarmente, prioritariamente en suelo europeo, como ha sido habitual en las guerras mundiales y durante la guerra fría. Desgraciadamente, son los países europeos los que están cayendo en una deriva militarista incompatible con los principios de construcción de paz que levantaron la actual arquitectura de la comunidad de naciones tras la derrota del fascismo y el fin de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, una deriva muy alejada de los interés de los pueblos de Europa.
Ni en España ni en Europa existe una correlación de fuerzas políticas suficiente para paralizar la espiral bélica y armamentística solo con el trabajo de las instituciones. Pero sí existe una poderosa sociedad civil estructurada y con capacidad de movilización, que puede parar esta deriva hacia la guerra. La sociedad sabe cómo organizarse para exigir la puesta en marcha de un plan de paz viable, que traiga un cese al fuego inmediato y acabe con la guerra en Ucrania. También para exigir detener el genocidio del pueblo palestino. La implicación de toda la sociedad puede levantar otra vez el clamor por la paz. Somos mayoría quienes no queremos que madres y padres tengan que enterrar a sus hijas e hijos, ni que nos utilicen como carne de cañón para satisfacer a grandes intereses económicos. No basta con no haber hecho nada para provocar la guerra, ahora necesitamos que muchos y muchas hagan algo para construir la paz. Actuemos ahora. Mañana será demasiado tarde.