Goodbye to Madrid?
Una mujer de piel blanca, pelo negro y mirada delirante canta Willkommen! Bievenue! Welcome! frente al jolgorio de brindis y aplausos de camareros y comensales. Todo es billetes, humo y risas. Berlín era una fiesta que bebía la vida arrebatada tras la devastación de la —mal llamada— gripe española y la Primera Guerra Mundial. Sally Bowles (Liza Minnelli) tenía que ganarse el pan y el pueblo germano necesitaba un respiro en la Alemania de los años 20, excelentemente retratada en la película “Cabaret”.
Ahora volvamos al presente. Volvamos a Madrid y hagamos un ejercicio de sinceridad: todas y todos hemos estado en ese bar. Bien en una mesa, bien sirviendo copas o quizás, incluso, encima del escenario. La fatiga mental ya existía hace cien años, pero aquello de poner nombre a las cosas tardó aún un tiempo en llegar. Lo que no tarda nunca —ni allí ni aquí— es la necesidad ansiosa de recuperar la normalidad y la rutina que tanto echamos de menos.
España es un país de sol, calles, abrazos e historias maravillosas que atraviesan la Península y los archipiélagos. Y Madrid es el kilómetro cero de muchas de esas historias. Una región capital de los sueños que pasean por los teatros de la Gran Vía, de los vermús de media tarde en una terraza de El Escorial o de las familias que llenan los edificios de Móstoles con sus acentos madrugadores. Gentes muy distintas que, en algún momento del día, paran por el bar para tomarse una caña y desconectar.
Ayuso lo sabe muy bien. Y por eso apuesta todas sus cartas a llamarlo libertad.
Me contaba un amigo que el otro día una drag le dijo en un bar de Chueca —mientras chascaba sus largas uñas acrílicas— que era de izquierdas, pero que iba a votar a Ayuso porque “le daba trabajo”. Ahora cambiemos “drag” por “camarero” y “Chueca” por “Fuenlabrada”. ¿Nos suena reciente?
Este mensaje está llegando a una parte de la sociedad madrileña, incluso —como vemos— a algún votante progresista. Pero no me parece difícil desmontar este espejismo con algo tan sencillo como los hechos. Comencemos.
Amiga drag, compañero camarero, ciudadano indeciso, te pregunto desde el máximo respeto y empatía: ¿En serio es aquí donde empieza y acaba toda tu libertad? ¿En serio le darías a Ayuso, entre todas las opciones posibles, las llaves de tu comunidad?
Hablemos de tu trabajo: ¿Sabes cuánto dinero ha destinado Ayuso en ayudas directas a la hostelería y otros sectores afectados por la crisis? 0 unidades de euros. Había 600 millones previstos en los Presupuestos de Madrid, pero ella pensó que era mejor pararlo todo y convocar unas elecciones anticipadas en plena pandemia. No lo digo yo, lo dijo su propio Vicepresidente de Ciudadanos, Ignacio Aguado.
Hablemos de la salud de tu familia: aquí no sé ni por dónde empezar. ¿Qué te parece que Madrid llegara a la pandemia con índices de cama hospitalaria por habitante por debajo de los mínimos que establece la Organización Mundial de la Salud? ¿Qué opinas de que una señora mayor con un pie roto tenga que hacer un trayecto de 150 kilómetros para vacunarse porque Ayuso no permite que le pongan la inyección en el centro de salud más cercano? Y podría extenderme, pero no me da el artículo y quiero que pasemos a otro tema que también te afecta.
Hablemos de Derechos Humanos: ¿realmente te da igual que la extrema derecha gobierne en la Comunidad de Madrid? Echa cuentas, que el PP ya tiene los números: Sin Monasterio, no hay Ayuso. Votarla a ella es votar a Vox y permitir que Madrid se convierta en la capital de la extrema derecha en Europa. Esto es así porque la ley electoral es la que es y la aritmética política es lo que tiene. Si votas a Ayuso vas a abrir las puertas de Sol a quienes quieren prohibir que se hable de diversidad sexual en los colegios, a quienes ya han dicho que quieren derogar las leyes LGTBI y Trans, a quienes llaman estercolero multicultural a los barrios obreros y a quienes dicen que la violencia machista no existe. No podrás decir que no lo sabías.
Gobernar en serio es otra cosa, y creo que tú y yo estaremos de acuerdo en que se puede gestionar Madrid de otro modo. Quizás, por qué no, con un señor bastante formal llamado Ángel Gabilondo. Un catedrático de universidad que sabe negociar con ambas manos y que cree que unidos podemos hacer mucho más por Madrid. Piénsalo.
Piensa que Sally Bowles miraba de reojo a los nazis en su cabaret y les restaba importancia. Ella solo quería beber y pagar el alquiler. No todo el mundo sabe que su trama se basaba en un libro llamado “Goodbye to Berlin”. Una obra escrita por Christopher Isherwood, un hombre progresista que vivió en la capital alemana hace cien años y que fue testigo de lo que ocurre cuando la gente no se hace responsable del significado real de la palabra “libertad”.
Pero tú quieres que le vaya bien a Madrid y que no digamos adiós a todo lo que hemos conseguido.
Porque tú no eres Sally Bowles, ¿verdad?
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