Han transcurrido ya varias semanas desde la celebración del 40 Congreso del PSOE y, aunque pequeña, la distancia es suficiente para tomar un poco de perspectiva y concluir que, ante todo, fue un Congreso para poner en primer plano la unidad de todo el socialismo español, para insertar la etapa actual en su historia centenaria y para reclamar su pertenencia a la tradición y al legado de la socialdemocracia europea.
Ese tributo a la unidad del PSOE ha ejemplificado su historia reciente y sus referentes inmediatos mediante el abrazo de Pedro Sánchez, Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y Joaquín Almunia, así como con el rendido homenaje en recuerdo de Alfredo Pérez Rubalcaba. Todos estos gestos tienen un valor incalculable: los ciudadanos quieren, ante todo, la estabilidad que viene con la normalidad institucional, y uno de los atributos más importantes de la normalidad es que un partido de tanta importancia como el PSOE no se presente como un conjunto de banderías, que pierde su fuerza y su propósito en luchas intestinas, rencillas irreconciliables y baronías mal avenidas. Los ciudadanos en las urnas premian la unidad y castigan la desunión.
Otra importante ventaja de pensar el PSOE en clave de unidad es que pone las cosas en su sitio, y ayuda a entender mejor su papel. El PSOE actual representa ante todo y sobre todo, el mismo impulso ético y político del que fuera fundado por Pablo Iglesias, su lucha contra la explotación y toda dominación, por la libertad con justicia social. Particularmente importante fue el abrazo que se dieron el Presidente del gobierno actual y quien lo fuera desde 1982 y hasta 1996.Tengo para mí que estos dos períodos marcan momentos clave de la modernización de España, que han venido de la mano de nuestra vocación europea. Fue con Felipe González cuando nuestro país pasó a pertenecer a la UE, y ese momento se basó en reformas profundas de nuestro modelo económico y se benefició del apoyo de los Fondos de Cohesión europeos. Ahora nos encontramos en un segundo momento clave, de una importancia similar o incluso mayor a aquel. Hoy España, con el imperativo de avances efectivos en descarbonización y a favor de la digitalización, habrá de acometer nuevas reformas –en el mercado de trabajo, en las políticas activas de empleo, en la Seguridad Social, en ciencia e innovación, en la educación, en su estructura productiva y la política industrial, en las políticas de competencia, o ante el cambio demográfico…– Para ello cuenta con el apoyo de los fondos “Next Generation” de la UE, cuyo volumen más que triplica los Fondos de Cohesión del anterior gran momento de reformas.
Todo ello marca la perspectiva con meridiana claridad: si por algo será recordado el gobierno actual, será porque realmente acomete una segunda modernización y transformación de España, y porque no solamente utiliza los fondos para una recuperación económica, sino para reformar importantes aspectos de nuestra vida económica y social. Pero mantener y consolidar esa imagen de unidad ganada en su congreso va a requerir esfuerzos importantes, al menos en dos terrenos.
El primero es el del pluralismo.Tenía razón Felipe González cuando pidió que se estimule la libertad de pensar críticamente en el PSOE, sobre límites que vienen marcados por la responsabilidad de cada cual. Un partido como el PSOE que se mantiene unido, no lo hace a costa de ignorar y borrar su pluralismo, sino, precisamente, contando con él y asegurando espacios de diálogo en los que dirimir las diferencias políticas y fraguar consensos, tanto en temas estratégicos como en decisiones políticas urgentes e inmediatas. Insisto, si el PSOE no fuera un partido plural, el énfasis en que se estimule el pensamiento crítico y en que exista una actitud dialogante como estilo de liderazgo no serían necesarios. Pero el PSOE tiene, y debe tener aún más pluralismo, englobando en su seno diversas sensibilidades en torno a la matriz básica socialdemócrata. Visto el escenario polarizado de la política española, donde no parece que prosperen las alternativas de centro democrático, el PSOE debe también acoger en sus filas, como ya ha hecho en el pasado inmediato en los gobiernos de Felipe González, la sensibilidad del mejor liberalismo político. Eso no significa que el PSOE se esterilice convirtiendo su proyecto en el inocuo menú de un “catch-all party”, de un partido “atrapalotodo” porque eso, en un momento como el actual, llevaría directamente al declive electoral.
Por ello, a renglón seguido hay que decir que el segundo esfuerzo importante que se requiere es mantener la unidad sin perder el nervio político de un proyecto muy claro de progreso para España en este momento tan complejo de transiciones (transición ecológica y energética, transición digital, transición demográfica y todo ello en un escenario de crecientes desigualdades de renta y riqueza).
El PSOE, desde 2017 se ha posicionado en torno a una socialdemocracia adaptada a las condiciones del capitalismo del siglo XXI, y con ese nuevo posicionamiento ha remontado una trayectoria de pérdida de peso electoral. Los rasgos principales de esa renovación del proyecto son la lucha contra las desigualdades, el acento en el estancamiento de renta y riqueza de las clases medias y trabajadoras que se produce en la organización de las actividades económicas más allá del ámbito redistributivo del Estado de bienestar, en la apuesta en sus principios y políticas por el feminismo y el ecologismo, y sobre todo, y por encima de todo, en su ímpetu reformador, abandonando el campo de la gestión de lo puramente existente en el que desembocaron los intentos de Tercera Vía de la “socialdemocracia cool” de Blair y Schroeder…
El PSOE debe ser definido hoy, en la terminología tradicional, como un partido de izquierdas. Pero también como un partido con un estilo centrado: su modo de progresar es gradualista y reformista, acumulando fuerzas a través del diálogo y la negociación, y conquistando cambios (moderados o radicales, pues de todo va a ser necesario) con el apoyo de mayorías. Y es esta combinación de un programa de socialdemocracia remozada y un estilo de trabajo centrado lo que garantiza que sea habitable para un necesario y bienvenido pluralismo.
En resumen, el socialismo español ha hablado y de su boca ha salido una palabra: unidad. No ha sido un gesto, ha sido un mandato. Si hace frente a los retos que conlleva será, sin duda, un mandato ganador.