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La inflación climática ya afecta a nuestros bolsillos

Imagen de archivo de una bandera amarilla ondeando en una playa. EFE/ Cristóbal Osete

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La inflación climática es un problema que ya sufrimos, y todo apunta a que se mantendrá y, probablemente, se agravará en el futuro. Si bien no somos muy conscientes de su existencia, desde hace un tiempo, una parte de la inflación que tenemos ya se debe precisamente a las consecuencias del cambio climático. De hecho, no podemos obviar que la última escalada de precios, causada por la crisis energética y la subida de los alimentos, no se ha debido sólo a cuestiones geopolíticas sino también a cuestiones ambientales. 

Entre los factores que influyen en la subida de precios por motivos climáticos, estaría el proceso de substitución de los combustibles fósiles por energías renovables, que conlleva grandes inversiones para adaptar las instalaciones existentes o construir nuevas más sostenibles, de modo que los costes de la llamada “transición verde” se terminan repercutiendo inevitablemente en las facturas de los clientes finales. Además, a medida que la producción de combustibles fósiles se vaya reduciendo, también se producirán desajustes en el mercado que empujarán los precios de la energía al alza. 

Otro de los factores serían los propios fenómenos climáticos extremos, como las heladas fuera de tiempo, las inundaciones, la aparición de plagas y, sobre todo, la sequía. Todas las alteraciones del clima tienen un efecto directo e inmediato en la agricultura y la ganadería, afectando a las cosechas y a la producción ganadera. Es evidente que una reducción en la producción de alimentos implica un aumento de los precios por no poder atender la demanda, y también por el sobrecoste de tener que importar esos mismos productos para abastecer el mercado.

Un reciente estudio del Banco Central Europeo (BCE) alerta que el aumento de temperaturas de los próximos años provocará un aumento de la inflación en general y de los precios de los alimentos en particular. También advierte que estos aumentos de precios, provocados por la inflación climática, serán muy distintos según los países, lo cual dificultará la calibración de una política monetaria única. Por consiguiente, si estas predicciones se cumplen, las políticas monetarias del BCE para combatir la inflación no solo deberán tener en cuenta el factor climático sino que, además, su desigual impacto entre los distintos países de la Unión Europea.

España sale malparada en cuanto a inflación climática se refiere. En primer lugar, en materia energética, España siempre ha dependido de las importaciones de gas y petróleo de terceros países. Mientras esto sea así, nuestra balanza comercial estará sometida a las subidas de los precios de la energía de los mercados internacionales, las cuales se trasladan directamente a los precios finales que pagamos los consumidores. 

En cuanto a los fenómenos climáticos, la producción agraria y ganadera en España se está viendo muy afectada por la sequía de los últimos tiempos, así como por otros fenómenos adversos más puntuales pero cada vez más frecuentes. La fuerte subida del precio del aceite; el ERE anunciado por Freixenet ante la drástica reducción del cultivo de uva, o la crisis en la producción del zumo de naranja, serían ejemplos de cómo los efectos del cambio climático en el campo español terminan afectando a la estabilidad de los precios de los alimentos en nuestro país.

Por último, aunque no menos importante, también se vería afectado uno de los principales sectores económicos de España: el turismo. En un país que hace bandera del buen tiempo y de sus playas, es evidente que el cambio climático también es una gran amenaza, obligando a grandes inversiones como, por ejemplo, la continua regeneración del litoral o la construcción de desalinizadoras. Igualmente, se ve afectado por el precio de los carburantes para el transporte o por los nuevos impuestos medioambientales. Todo ello, sin duda, termina repercutiendo y encareciendo la factura de los servicios turísticos.

Si aceptamos que la inflación climática se debe a los efectos del cambio climático, lo lógico para reducirla sería adoptar todas aquellas medidas que sean oportunas para combatir las causas del cambio climático. Más allá de las grandes inversiones que tengan que realizar los países y las empresas para reducir su huella de carbono, nosotros como consumidores también podemos colaborar aplicando la regla de las tres erres: reducir, reciclar y reutilizar. 

En términos de inflación, todo aquello que permita ajustar la oferta y la demanda tendrá un efecto positivo en la estabilidad de los precios. En este sentido, reducir el consumo tiene un efecto directo en la demanda, mientras que reciclar y reutilizar permiten reducir los costes de producción y satisfacer una parte de la demanda a menor precio. No sólo se trata de producir más barato, también de consumir de forma más sostenible.

En todo caso, también tendría que reconocerse el esfuerzo económico de aquellos que están dispuestos a soportar mayores costes por realizar actividades no contaminantes o que favorecen la descarbonización, evitando de este modo que todo el sobrecoste de la inflación por causas climáticas recaiga inevitablemente en los consumidores. Ciertamente, quien más contamine que más pague pero, mientras persistan los efectos del cambio climático en los precios de bienes y servicios, seguiremos pagando todos de una manera u otra.

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