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La insensibilidad por bandera

Enrique Ossorio
6 de octubre de 2022 18:58 h

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Todos pensamos que la pandemia nos haría más humanos, empáticos y sensibles. Sin embargo, en ocasiones el subconsciente depredador, competitivo y despiadado se muestra en todo su esplendor. Nuestra civilización, por mucho que se empeñe, no ha logrado entender la desaparición física de un ser querido y aunque se teorice sobre el tema es una de esas espinas que se clavan profundo y, como mucho, se enquistan, pero no desaparecen. 

La psiquiatra Elisabeth Küber Ross apunta que el duelo por una pérdida tiene cinco fases; las debemos transitar para sanar el dolor que nos deja el quebranto. Primero lo negamos, luego se instaura la cólera, más tarde intentamos gestionar la situación como preámbulo a una depresión y, muy al final, lo aceptamos, pero olvidar casi nunca ocurre. 

Cuando perdemos a alguien y la pérdida es irreparable se nos queda un vacío que remueve al más sólido. El día que partió para siempre mi madre, con un océano por medio, el desgarro fue inmenso. Hoy, muchos años después, sigue doliendo. Cuando mi única hermana se ahogó a causa de la COVID, simplemente el suelo se abrió debajo de mis pies. Hasta ese momento, la pandemia había sido números que conformaban estadísticas terribles, también muchas horas de trabajo buscando una solución desde la ciencia y otras tantas divulgando la información que salían de los laboratorios… en resumen: horas y números.

Pero de pronto, una de esas cifras contaba a alguien con mis apellidos, mi hermana. Entonces, todo cobró otra dimensión. Lo que antes era un frío dato en la inmensidad de una curva de mortalidad devino fuego que me consumió desde dentro. La fortaleza de carácter de antaño se hizo añicos, la alegría dio paso a la melancolía y las ganas de vivir se volvieron famélicas. ¿Por qué cuento esto? te preguntarás. Porque es importante tener en cuenta que el duelo, las preguntas por responder y las razones por entender lo ocurrido toman un tiempo dilatado en resolverse. Si como sociedad no lo entendemos debemos clasificarnos como insensibles. Si como político no lo entiendes, creo que el cargo te queda enorme. 

Estamos viviendo unos nuevos años veinte con tintes terroríficos y ya no hablo de guerras, virus y resurrección de los extremos. Me refiero al extraño enajenamiento que sufrimos, el vale todo por mantenernos al mando y un necio largo etcétera. Volvamos a la cordura y la empatía por quien sufre, hagamos el ejercicio de ponernos en la piel del otro. No todo vale cuando están por medio los sentimientos, la identidad y el dolor. Quememos la insensibilidad que se ha vuelto bandera. 

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