Machismo culpable
Los, al menos, trece asesinatos de mujeres por violencia de género que se han producido en diciembre han vuelto a mostrar la realidad social que envuelve a esta violencia y la manera de reaccionar ante ella, como si la violencia contra las mujeres sólo fueran los homicidios, y estos básicamente preocuparan cuando se concentran en un periodo de tiempo corto, o cuando el mecanismo homicida utilizado en alguno de ellos haya sido especialmente cruel. La reacción social y política que se ha producido estos días en busca de soluciones en gran medida ha venido caracterizada por estos elementos, como si el problema fuera la acumulación de casos y no las causas que hacen que esta se produzca.
A lo largo de ese proceso hemos escuchado diferentes argumentos que trataban de explicar lo ocurrido. Algunos de ellos han hablado de un número elevado de días festivos, de fines de semana, de periodo estacional, del efecto de refuerzo que se produce en el agresor a raíz de un homicidio previo… incluso se ha relacionado con la ley del “sólo sí es sí”. Salvo esta última afirmación, que no tiene mucho sentido, el resto son elementos que actúan como factores de riesgo facilitando que ante la confluencia de otros elementos se puedan producir los homicidios y su repetición. En ningún caso son elementos determinantes que llevan a una relación de causa a efecto entre su presencia y el resultado y, en consecuencia, el abordaje de las soluciones debe contemplarlos como tales, pues de lo contrario nos equivocaremos en el enfoque y sólo daríamos soluciones para un problema ya ocurrido ante la posibilidad que se vuelva a producir, lo cual es positivo, pero insuficiente para afrontar la situación de fondo.
Antes de este diciembre de 2022 el mes con más homicidios fue diciembre de 2008, en el que asesinaron a 11 mujeres. Con 10 homicidios ha habido ocho meses, de los cuales tres coinciden con alguno de los periodos de mayor incidencia de homicidios (verano y Navidad). Pero también ha habido meses dentro de esos periodos de mayor frecuencia homicida en los que ha habido uno o dos homicidios. Estos datos indican que son esos elementos de riesgo los que están presentes sobre una situación estructural que permite que cualquier mes pueda ser en un momento determinado el de mayor incidencia, como ocurrió, por ejemplo, en febrero de 2017 en que se cometieron 10 asesinatos. Y cada vez que nos centramos en circunstancias específicas perdemos de vista la situación general, porque la clave está en entender que la previsibilidad de la violencia contra las mujeres está en su imprevisibilidad. Es sobre esas circunstancias generales sobres las que hay que incidir para reducir el riesgo y limitar los factores que puedan actuar en determinados momentos.
El culpable de la violencia contra las mujeres y de los homicidios que acaban con sus vidas es el machismo, los hombres que asesinan se “limitan” a interpretar sus referencias para controlar a las mujeres, maltratarlas y terminar asesinándolas. Pero los 60 hombres de media que asesinan cada año lo hacen con la complicidad de una normalidad social y cultural que hace creer que la violencia forma parte de la relación de pareja, hasta el punto de que las propias víctimas llegan a decir lo de “mi marido me pega lo normal… pero hoy se ha pasado”, es decir, se cuestiona la cantidad de violencia, no la violencia en sí.
De manera que somos una sociedad capaz de generar 60 asesinos de mujeres nuevos cada año desde la normalidad, no desde la delincuencia ni el crimen organizado, sino desde la propia convivencia definida por esas referencias androcéntricas que permiten que la violencia contra las mujeres esté presente en todo momento bajo realidad o amenaza, y que en determinadas circunstancias hacen aparecer factores de riesgo en el contexto social que pueden interaccionar con factores individuales o relacionales para que la incidencia se vea modificada, y se pueda producir un número mayor de homicidios en un periodo de tiempo limitado. Pero sin la situación general de la cultura machista no existiría la violencia de género, y no podrían aparecer factores de riesgo para que en un momento determinado se concentren los asesinatos.
La culpabilidad de la cultura androcéntrica y la responsabilidad en la situación actual se observa de forma clara cuando, como gran avance en la respuesta que se da desde la propia sociedad a través de sus instituciones, se aprueba un “Pacto de Estado contra la Violencia de Género”, es decir, contra la expresión más grave del problema, no contra el problema, que es el machismo.
La situación es tan gráfica que los otros dos Pactos de Estado que existen contra violencias, uno contra la de ETA y otro contra el yihadismo, son “Pactos de Estado contra el terrorismo”, no “contra el atentado terrorista” ni “contra la violencia terrorista”. En los dos se aprecia cómo el objetivo de sus medidas también era actuar contra el entramado social del terrorismo que lleva al atentado. En cambio, el “Pacto de Estado contra la Violencia de Género” mantiene la normalidad y las referencias androcéntricas que definen la realidad, y se centra fundamentalmente en el resultado, no en las causas. Y si no se modifica esa normalidad androcéntrica no se podrá erradicar la violencia contra las mujeres que surge de ella. Se podrá ser más eficaz en la protección, en la atención, en la investigación… pero los maltratadores seguirán utilizando la normalidad como camuflaje para conseguir su objetivo de control de las mujeres, y el uso de la violencia como forma de alcanzarlo o de responder contra las mujeres cuando no lo logran.
Por eso, 22 años después de la “Ley Integral contra la Violencia de Género” es posible que el último mes haya sido el de mayor número de mujeres asesinadas. Y lo puede ser porque las causas que hacen que esa situación ocurra siguen estando presentes en ese “machismo culpable”, como lo demuestra que el 15’4 de chicos jóvenes afirme que “si la violencia es de poca intensidad no es un problema para la relación de pareja” (Barómetro del Centro Reina Sofía, 2021).
Tenemos que ampliar el foco de acción y entender que la denuncia y todas las actuaciones que se deriven de la misma son claves y muy importantes, pero insuficientes y en parte ineficaces. Insuficientes porque sólo inciden sobre un porcentaje menor de la violencia de género, aproximadamente el 30% de las mujeres que denuncian, cuando es el 100% de las mujeres víctimas el que está en riesgo. E ineficaz porque en esas circunstancias, ante un crimen moral como es el asesinato por violencia de género, por el que los asesinos están dispuestos a asumir las consecuencias de sus hechos hasta el punto de entregarse voluntariamente o suicidarse, conseguir una protección de las mujeres en todo momento y en cualquier circunstancia es muy difícil, porque todo sucede con la complicidad de la cultura machista.
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