El 8 de marzo no es una fiesta
El 8 de marzo no es una fiesta. El Día Internacional de las Mujeres es una jornada de reivindicación, denuncia y manifestación pública. Es un día político, porque de incumbencia política son los datos de desigualdad, violencia, opresión e infrarrepresentación que padecemos las mujeres.
El avance feminista de las últimas décadas ha sido muy molesto para el patriarcado y los machistas se han organizado y rearmado. En la actualidad, la red tejida por millones de feministas en todo el mundo, junto a la inestimable ayuda del ciberactivismo, ha provocado una ruptura masiva del silencio de las mujeres y multitud de nosotras hemos señalado directamente a opresores, agresores y responsables políticos e institucionales de la desigualdad estructural.
La reacción no se ha hecho esperar. El reflujo, como lo llamaría la filósofa Alicia Miyares, es un fenómeno que conocemos, y que se produce tras el auge feminista de determinados periodos históricos que engloban vindicaciones comunes y que llamamos olas del feminismo. El reflujo machista en estos tiempos utiliza, entre otros, dos claros subdiscursos para desactivarnos y represaliarnos: uno es el discurso fascista y el otro, el neoliberal. Los dos tienen en común la persecución como método, la caza de brujas de toda la vida.
En pleno 2020 se abalanzan sobre nosotras los efectos más virulentos de la entrada de la ultraderecha española en las instituciones. La misoginia más tradicional se ha presentado a las elecciones bien acompañada de ultra dosis de xenofobia, lgtbifobia, clasismo y autoritarismo. La ultraderecha es patriarcado porque atenta directamente contra los derechos y libertades de las mujeres, con discursos que ponen en riesgo nuestra seguridad y nuestra vida.
Escuchar a los dirigentes de Vox decir que la violencia de género no existe, que las mujeres mienten cuando denuncian o que la ideología de género es una persecución contra los varones es un atentado flagrante e imperdonable contra los derechos humanos.
Este 8 de marzo no es una fiesta porque, si lo es, la han organizado los machistas a nuestra costa. El discurso neoliberal nos dice que la mercantilización de los cuerpos de las mujeres debe legalizarse y que la explotación reproductiva es un derecho, todo ello enarbolando la bandera de la libertad. Para satisfacer los privilegios de ser varón, el neoliberalismo se encarga de ofrecer los cuerpos de las mujeres como posesiones y además de explicarnos que ser prostituida es un ejercicio de libertad, como si no fuesen las mujeres con menos recursos y las más vulnerables las que se ven abocadas sin posibilidad de elección hacia las continuas violaciones y vejaciones que supone la prostitución. Como si la prostitución no fuese el escaparate de la trata.
El neoliberalismo también nos intenta explicar a las mujeres que ser un vientre para otros es un ejercicio de altruismo en libertad. Como si un embarazo y un parto no dejasen secuelas para las mujeres, como si las mujeres pobres tuvieran posibilidad de elegir y no se viesen obligadas a aceptar estas prácticas para sobrevivir, como si en distintos países del mundo no hubiese granjas de mujeres a cargo de mafiosos que las hacinan y explotan para ser objetos reproductores para las familias ricas. La intención es crear un mercado de los deseos, con el perverso objetivo de confundir deseos con derechos.
Ante este reflujo terrible y virulento, el 8 de marzo las mujeres saldremos decididas a lanzar mensajes claros: queremos una vida libre de violencia, no queremos retrocesos en el reconocimiento de nuestros derechos, queremos condiciones igualitarias en todos los ámbitos de nuestra vida privada y pública, y queremos libertad.
El movimiento feminista es pacífico, pero tremendamente reivindicativo. El 8 de marzo seremos las aguafiestas del patriarcado, incómodas para él, como siempre.
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