Migrar, volver a empezar
Pensar que las migraciones pudieran ser un fenómeno estático supondría haber dejado congeladas civilizaciones que jamás hubieran interactuado. Civilizaciones que habrían desaparecido producto de una endogamia que solo llevaría al ocaso de las culturas presentes en la tierra desde tiempos inmemoriales.
La idiosincrasia de los pueblos se hace fuerte en comparación a la de los otros, y su riqueza versa siempre en el reconocimiento de los elementos diversos que apuntalan sus características identitarias.
Si las migraciones no existieran, cualquiera que fuera la causa que las motivara, el mundo quedaría preso de ideas estereotipadas sobre el imaginario de culturas que no conoceríamos. Nos perderíamos los elementos característicos y maravillosos de cientos de ellas, tan distintas, de las que tanto hemos aprendido.
Es fundamental eliminar ideas como “nosotros” versus “ellos” para entender que, como personas, estamos unos más cerca de los otros de lo que creemos. Como dice Edward Said: “'los conceptos Occidente' y 'Oriente' reagrupan, tras estas grandes etiquetas, todas las variedades posibles de la pluralidad humana, y las reducen en este proceso a una o dos abstracciones colectivas finales”.
Estas categorías holísticas se eliminan siempre conociendo al otro y entendiendo que la diversidad y la diferencia es siempre fuente de riqueza.
Con esa idea de que lo nuestro es siempre lo que todo el mundo quiere, a veces incluso olvidamos que –como argumentan los economistas Banerjee y Duflo– no hay evidencia de que hordas de migrantes esperen su oportunidad para asaltar las costas de algunos países. De hecho, si no media una calamidad o un desastre natural que les fuerce a moverse, las personas siempre prefieren su hogar. Según estos autores no hay evidencia empírica alguna de que las entradas relativamente significativas de migrantes poco cualificados perjudiquen a la población local. Incluidos a quienes más se asemejan a los migrantes en lo que a habilidades respecta.
Ayer, Día Internacional del Migrante, recordamos cuán necesario es seguir combatiendo la xenofobia. Que discriminar equivale a otro tipo de virus que es necesario erradicar, como sucede con la terminología despectiva. Un buen ejemplo es aquella que alude a que todo inmigrante que entra por nuestras costas es ilegal, cuando en todo caso hablamos de personas migrantes en situación administrativa irregular.
Como señala un reciente estudio de la asociación Provivienda, existe discriminación en el acceso a un bien tan básico como la vivienda por razón de origen. Este hecho pone de manifiesto la enorme injusticia a la que se enfrentan personas migrantes que, incluso contando con un trabajo estable, se ven privados del derecho a tener un hogar.
Existe una distorsión, muchas veces interesada, en cuanto a los números y tipo de procesos migratorios que existen, no dejemos de lado la existencia de la migración legal.
Desde la Secretaría de Estado de Migraciones trabajamos en proyectos de migración legal. Y, entre ellos, los de migración circular, con países como Marruecos o Senegal. No solo son proyectos que canalizan la posibilidad de trabajar en otros países y que implican un beneficio real para nuestra economía. También ofrecen la oportunidad de no abandonar la propia cultura, facilitando el retorno al país de origen, al que además enriquecen invirtiendo la experiencia adquirida para así convertirse en actores del cambio.
La necesidad de abordar un cambio profundo en la ley y el reglamento de extranjería es especialmente acuciante. Un cambio para adaptar nuestro marco jurídico a una realidad social y económica muy distinta de la existente en el momento en que fue creado.
Es preciso adaptar los instrumentos que identifiquen las necesidades de nuestro país en un mercado laboral en plena transformación. Ello implica la necesidad de reajustar el catálogo de ocupación de difícil cobertura.
Es imprescindible abordar aspectos como la excesiva rigidez de los procesos de extranjería; el ámbito de vigencia de las autorizaciones; el impulso de los procesos de simplificación, flexibilización y digitalización.
Necesitamos gestionar el fenómeno migratorio con inteligencia y visión de largo plazo. Las migraciones son una constante histórica. Debemos hacerlo asumiendo la amenaza real que implica el envejecimiento de nuestras sociedades y la descapitalización de talento que implica este fenómeno real que debemos confrontar apostando por una migración regular, segura y ordenada, con arreglo a las políticas marcadas en el ámbito europeo.
El fenómeno migratorio ofrece perspectivas muy positivas, de las que hemos sido especialmente conscientes durante una pandemia en la que la aportación real de trabajadoras y trabajadores de origen migrante ha sido más visible que nunca.
En un encuentro online con escolares, Mohammed, un niño de origen marroquí, me preguntó cuándo iba él a dejar de ser 'inmigrante'. Me pareció esencial recordarle que su riqueza se basaba en la integración de dos culturas distintas. La capacidad de superación individual es uno de los grandes éxitos de las sociedades democráticas. Nuestro deber, como Gobierno, no es solo garantizar la regularidad documental de las personas; también lo es asegurar sus procesos de inclusión sociolaboral. Un migrante es un ciudadano más, con los mismos derechos y obligaciones que cualquier otra persona.
Las migraciones fueron y serán parte de la historia de la humanidad. Conforman la vida y los anhelos de millones de personas, con historias de tristeza, de superación, de arraigo y de desarraigo. No cesará este movimiento como tampoco lo hará el mundo, en constante búsqueda y transformación. Hoy pienso en las migraciones como Tucídides lo hacía en la Historia: “Un incesante volver a empezar”.
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