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Carta abierta a monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián

Pedro Sánchez

Secretario General del PSOE —

Sr Munilla:

Leo con indignación (desgraciadamente, no con sorpresa) sus declaraciones irrespetuosas y antimodernas de ayer contra las mujeres, singularmente contra aquellas que son feministas y luchan por la (necesaria) igualdad de género. Les acusa de “tener el demonio en sus propias filas” (sic), de reivindicar, junto a la igualdad, “el aborto libre y gratuito, el lesbianismo y el bisexualismo” (sic) y de promover una “lucha de sexos” equivalente a la vieja lucha de clases. También les reprocha tener una concepción de la sexualidad “que ha hecho de la mujer un objeto de placer y de usar como un kleenex”, frente al “auténtico feminismo” que consiste, según usted, en “defender la natalidad, la maternidad, la monogamia y el rechazo al divorcio”. “El feminismo de género –ha concluido en ese desafuero de ayer en Radio María- es el suicidio de la propia dignidad femenina”.  

No pondré en cuestión su libertad de expresión. Mi crítica no va por ahí. Siempre he pensado, y más en estos tiempos de censuras y autocensuras varias, que debemos defenderla incluso aunque lo que oigamos o leamos nos repugne o nos desagrade profundamente, como es el caso. Denuncio, ejerciendo también mi libertad de expresión, un tema más de fondo que está detrás de su evidente falta de respeto, incluso de su poca caridad cristiana, y es su voluntad de dominar, de decidir por los demás, sobre todo si se trata de mujeres, como si fueran menores de edad o incapaces y como si siguiéramos en el nacional-catolicismo franquista. Sus palabras desconocen los últimos cinco siglos de civilización, de modernidad y de secularización, situándose al margen del humanismo, de la libertad, del Renacimiento, de la Ilustración, de los derechos humanos, de la democracia, incluso del Concilio Vaticano II, de Juan XXIII, de Pablo VI o de Francisco.

Es evidente que no ha leído a Mary Wollstonecraft ni a Germaine Necker, pero tampoco a Erasmo, a Montaigne, a nuestro Vives o a Condorcet. Usted, deduzco, es más del filósofo rancio, de Rafael Vélez, el gran teólogo fernandino, o de Donoso Cortés que pensaban que por culpa de Las Luces la dignidad del ser humano consistiría ya en ser libres y seguir su propia razón. Pues sí, así es y así debe ser en una sociedad libre, abierta y plural. La ética privada es privada y es ética precisamente porque es decidida responsable y libremente por cada uno/a, sin injerencias de nadie, tampoco de las iglesias y sus obispos. España, desde 1978, no es un Estado confesional, teocrático, sino aconfesional y algún día deberá ser plenamente laico. Mientras tanto, señor Obispo, respete: al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.