Seguimos en campaña electoral, una campaña larga con el cambio de ciclo político como seña de identidad. Casi podríamos hablar de una segunda vuelta de las elecciones generales que ahora, de cara al próximo 26 de mayo, se llaman europeas, autonómicas y municipales.
Sin embargo, poco o nada se hablará de Europa, salvo los tópicos trillados de la retórica del europeísmo. Sí es verdad que hay una novedad, el contrapunto añadido de la extrema derecha que, por primera vez desde España, cuenta con expectativas de obtener escaños en el Parlamento Europeo dentro de un bloque más eurófobo que euroescéptico.
En elecciones Europeas ha primado hasta ahora el debate en clave nacional, y no sólo en las últimas, con la aparición de Podemos al calor del 15M y el inicio del cambio en la representación política española desde un modelo bipartidista imperfecto hasta el actual modelo pluripartidista, todavía en desarrollo y transformación. Pero estas elecciones múltiples van más allá, dejan a las europeas en un segundo plano, al convertirse en una segunda vuelta de las elecciones generales anticipadas del 28 de abril.
Y lo son, sobre todo, para el PSOE, cuyo objetivo es repetir la movilización y concentración del voto progresista frente a la amenaza de la alianza de la derecha con la extrema derecha, esta vez sin el hándicap de las circunscripciones mayoritarias de las generales.
Pero el 26M también es una segunda vuelta para otros. Para el PP, interesado en resarcirse de la derrota, otra vez con la llamada al voto útil, centrándose en la reivindicación de su gestión autonómica y local frente a la menor implantación de Ciudadanos y en especial de Vox. También para Unidas Podemos, cuya prioridad es mantener el desplome contenido del 28A, aunque con la pérdida de Manuela Carmena, la alcaldesa de Madrid y una de sus referencias fundamentales de los llamados “gobiernos del cambio”. Si a esto le añadimos la campaña de las fuerzas independentistas, y en particular la estrategia Puigdemont, en el contexto del juicio al Procés, el debate sobre Europa puede quedar en una música de fondo con la que amenizar los discursos electorales nacionales: Europa, emparedada entre el debate tradicional en clave nacional y la segunda vuelta de las generales, matizado si acaso por la gestión y los candidatos más cercanos de las elecciones municipales y autonómicas.
Y sin embargo, nunca antes unas elecciones europeas fueron más importantes para la vida de los y las ciudadanas europeas y para el futuro de sus instituciones democráticas. No sólo porque el menú a la carta británico dentro de la Unión está en trance de terminar a raíz del Brexit, con un sainete como enseña de la negociación y con el esperpento final de su participación post mortem en la cita electoral. No sólo por la guerra fría comercial y políticamente caliente de la administración Trump contra la Unión Europea con el apoyo de la quinta columna renacionalizadora de sus homólogos de la extrema derecha europea. Sobre todo porque una y otra, el Brexit y los populismos de extrema derecha y su factor común de la renacionalización y la xenofobia, se nutren del fracaso y el 'sostenella y no enmendalla' de las políticas neoliberales mayoritarias en las instituciones comunitarias frente a la crisis económica y frente a las crisis globales, la humanitaria de las migraciones y la ambiental del cambio climático, que comprometen no sólo el estado del bienestar europeo, sino también los derechos humanos y la propia vida futura en un mundo amenazado.
Por todo ello, para Actúa sería imperdonable que una vez más eludamos el debate sobre Europa refugiándonos en el nacional o que lo reduzcamos a la retórica y los tópicos sobre europeístas y euroescépticos. Una forma antigua, la de esconder la cabeza debajo del ala, para no afrontar la gravedad de las amenazas y la necesidad de una alternativa europeísta y al mismo tiempo crítica y alternativa a la austeridad neoliberal que ha extendido el malestar social y la desconfianza en el proyecto europeo entre los perdedores de dicha globalización.
A la fractura cada vez mayor de la desigualdad social y de clase entre el 1% de los privilegiados y el 99% de los europeos, se suman la fractura territorial de los nacionalismos, la rural frente a lo urbano, la generacional de una buena parte de jóvenes condenados a la precariedad o la emigración y las persistentes brechas de género. Europa necesita urgentemente un cambio que responda a todos estos desafíos. La disyuntiva no es quedarse ni el europeísmo retórico frente a las proclamas de renacionalización de la extrema derecha. El cambio es urgente.
Actúa, junto a todos nuestros compañeros de viaje en la European Spring (impulsada por Varoufakis y Diem 25), proponemos un nuevo contrato social que combine el plan de trabajo garantizado, la armonización laboral y de la protección del desempleo con las medidas de renta mínima y rescate social frente a la desigualdad, el malestar social y la pobreza. Queremos, además, liderar un new deal europeo que canalice fuertes inversiones destinadas a garantizar la transición energética, tecnológica y ecológica de la economía europea, y al tiempo una política de actividades y cuidados en el ámbito local que haga frente al despoblamiento y la emigración forzada. Los valores son otra parte de la identidad europea que es necesario recuperar. La primacía de los derechos humanos en materia de asilo y refugio, la cooperación y la regulación de las migraciones y el derecho internacional y los valores de paz en las relaciones internacionales.
Pero, sobre todo, estas elecciones deberían servir para revitalizar la opinión pública, la participación democrática y la transparencia, la rendición de cuentas y el buen gobierno de las instituciones europeas.
Nos jugamos mucho como para no hablar de Europa.