Negros, huid y viviréis
“¿Lo has hecho alguna vez, esto?”. Le pregunta Albert, uno de los personajes protagónicos de la serie 'El cuerpo en llamas' (Netflix, 2023) a Rosa, la otra protagonista. “Pues mola bastante”, agrega Albert antes de que ambos arranquen a correr con una excitante música instrumental de fondo. Los dos personajes son policías y, en esta escena del segundo capítulo, llegan hasta donde hay un grupo de vendedores ambulantes ilegales, conocidos como manteros, para espantarlos como palomas (frase despectiva que utilizan luego en otra escena similar) con gritos de “venga, venga”. Los hombres perseguidos desaparecen despavoridos de manera fugaz mientras los policías deslizan en su rostro sendas sonrisas al provocar una “graciosa estampida”, pero, eso no le basta a Albert, quien vuelve a la carga lanzándoles otra amenaza, desde la distancia, a los manteros: “Huid y viviréis y, si no, ya sabéis lo que pasa”.
El inicio de la frase (huid y viviréis) es un intento de cita que Albert rememora del discurso épico de William Wallace, el personaje interpretado por Mel Gibson en Braveheart. Y la respuesta a la intriga de lo que podría pasarles a los manteros no demora. En la escena siguiente, los personajes se topan a un negro que recoge sus cosas de una manta que está en el piso. Le piden sus documentos que “tiene en casa” el personaje y, por ello, Rosa desenfunda su pistola y le apunta a la cabeza. Después de acatar la orden de arrodillarse al suelo, con un arma de fuego mirándole de frente los ojos, el negro tiene que disfrutar como los policías flirtean entre ellos y ríen. Al final, lo dejan ir, no sin antes, Albert, quedarse con uno de los pulsos del mantero, quien les agradece “el gesto” que han tenido con él.
El personaje al que le apuntan es la cuarta persona negra que sale en la serie. Él, junto a una mujer negra que se encuentra en prisión y otra mujer negra que aparece en el Caribe, primero en una piscina en un trío romántico, y luego desnuda en una cama, son los únicos actores no blancos que dicen al menos una frase durante los ocho capítulos de 50 minutos. El primer negro aparece a los 26 minutos del primer capítulo, con su rostro desenfocado, en un segundo plano, por detrás de la escena que trascurre. El segundo es un figurante que se deja ver en unas pruebas atléticas que pasa Rosa. Los terceros son otros figurantes, padres y niños, que están parados a las afueras de una escuela. El cuarto, ya saben, le apuntan con una pistola por tener sus documentos en casa. El quinto que aparece es otro grupo de manteros al que los policía “espantan como palomas” antes de asesinar a un mendigo. La sexta es la negra sensual del Caribe. La séptima es una policía que, sin abrir la boca y con una linterna, registra el lugar de unos hechos. El octavo es un negro que aparece con el rostro desenfocado y en segundo plano en la cárcel. Las novenas son dos mujeres en prisión y una de ellas es la que tiene el privilegio de soltar unas pocas palabras. Y las décimas son otras dos mujeres en prisión.
Es decir, los negros en esta ficción basada en hechos reales no solo son personas ilegales, delincuentes, gente de sexo, de físico, palomas espantadas, sino que solo figuran como personajes de relleno, sin nombres, sin diálogos, extras, actores de fondo que no interpretan ninguna acción importante. Así se construye el imaginario racista del mundo: creando una narrativa donde las personas que no son blancas están por detrás del encuadre principal de la vida y son marginales.
La serie, más allá de los hechos reales que recrea, también es fiel al mostrar el racismo estructural de España. Y esa es, precisamente, la trampa en la que cae 'El cuerpo en llamas', pues si la intención era construir unos personajes racistas (Albert y Rosa) porque así lo eran en la vida real (no lo sé), policías que reprimen negros, me pregunto: ¿por qué en el resto de los roles solo hay negros figurantes (y marginales)? El lápiz de la ficción sí que podía crear en las subtramas secundarias de la serie, personajes y escenas donde los negros estuvieron representados de otra manera.
La construcción del escenario que habitan los negros no es un error menor, mucho menos lo es la invisibilidad que se les asigna y, mucho menos aún, si se les ubica en un ecosistema de represión. Una vez llega a las pantallas, esas escenas pasan a enquistarse en las sienes de quienes consumen el producto. Y, lamentablemente, luego ese simbolismo tiene consecuencia en la vida real.
Casi al final de la serie, uno de los investigadores del caso de asesinato que envuelve la trama, le dice a la investigadora principal: “Te has hecho un lugar en la historia negra de este país”. La frase tiene la intención de ser un elogio que glorifique al personaje y que cierre en lo alto a “los buenos”. Pero no hace más que reafirmar el racismo sistémico: lo negro asumido cómo lo malo. Además de que se equivoca, pues la verdadera historia negra de este país son la esclavitud y su legado, Mame Mbaye Ndiaye (un mantero fallecido de un infarto tras una persecución policial en Madrid en 2018), el chico agredido hace unos días por la policía en Zaragoza y todas las personas que no son blancas que han sufrido su marginalización durante siglos. “No somos como la sal, que tiras agua y se disuelve”, diría Lamine Sarr, portavoz del Sindicato de manteros de Barcelona, donde ocurre la serie.
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